Pertenezco a una generación que camina sobre la base de conquistas que alcanzó un extraordinario movi- miento de emancipación, llamado feminismo. Nada de lo que hacemos hoy la mayoría de las mujeres en Occidente habría sido posible sin él. Estudiar, conducir, abrir una cuenta bancaria, votar, trabajar, divorciarse... gozar de un mayor grado de autonomía, en fin.
¿Se nos ha contado la historia de nuestra –inacabada– emancipación? ¿Se nos ha dicho que Olympe de Gouges escribió en 1791 una Declaración de los derechos de la Mujer y la Ciudadana porque la Declaración de los derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa excluía a las mujeres de la ciudadanía? ¿Que Jean-Jacques Rousseau, entre otros ilustres, escribió que las mujeres son incapaces de razonamiento abstracto y que deben ser educadas solo para servir al varón? ¿Se nos ha contado cómo en el siglo XVIII la escritora Mary Wollstonecraft entró en polémica con este último, cuestionando los prejuicios por los que se les negaron derechos a las mujeres? Cuando estudiamos la historia de la democracia en Costa Rica, ¿nos hablaron acaso de Ángela Acuña Braun y de su lucha por el sufragio femenino en nuestro país?
En la gran mayoría de los casos, crecimos sin saber quiénes fueron las personas que lucharon por cambiar un sistema injusto. Por eso es común escuchar, incluso en boca de personas medianamente cultas, la deplorable coletilla: “ Yo no soy feminista , pero ...”. “Yo no soy feminista, pero odio el acoso sexual en la calle”. “Yo no soy feminista, pero me enfurece que me digan que no sé manejar por ser mujer”... El cansino refrán nace de la ignorancia y se convierte en ingratitud cuando no reconocemos la tenacidad de muchas mujeres y algunos hombres que un sistema de dominación milenario persiste en ocultar.
Es imprescindible que la historia del feminismo forme parte hoy de la educación que reciben niños, niñas y jóvenes, porque “narrar reflexivamente una tradición emancipatoria, tiene efectos emancipatorios”, como bien lo dice la filósofa Celia Amoròs .
Tiene efectos emancipatorios, y nos permite tener mayor conciencia de las injusticias pendientes de corregir. El Estado está en deuda con la salud sexual y reproductiva de las mujeres. No tenemos acceso a la píldora “del día después”. El derecho al aborto terapéutico no es garantizado en todos los casos, como se reveló con Aurora, a quien se le negó el aborto terapéutico pese a que el feto presentaba malformaciones incompatibles con la vida.
Finalmente, es necesario discutir sobre la despenalización del aborto inducido. Hacer del aborto un delito no es más que hipocresía. Es condenar a muchas mujeres a recurrir a esta práctica en la clandestinidad, poniendo su salud en peligro, mientras otras tendrán medios para realizarlo en países donde esta práctica ya es un derecho humano.