Para entender las limitaciones en la producción de ciencia, tecnología e innovación de Costa Rica es necesario analizar el estado de la educación. La experiencia formativa demuestra ser más amplia en este momento histórico de lo que nunca antes ha sido. Bajo la aspiración de ser una nación desarrollada, es indispensable dar una revisión tanto al modelo educativo nacional –especialmente en primaria y secundaria– como a su implementación.
¿Cuál es el propósito de la educación? Los sistemas de educación formal están establecidos bajo la hipótesis de que el conocimiento es la base de la autodeterminación y el bienestar. Su contexto incluye lo social, lo económico y lo político que es cambiante e incierto. Además del contrato tácito que el Estado pacta con los ciudadanos proveer de un sistema tal que la formación suministrada permita crecimiento intelectual, debe tener mecanismos para garantizar que los individuos podrán aspirar a ser productivos dentro de la dinámica económica mundial.
Cuando se habla de competencias y capacidades como componentes esenciales de la educación en primaria y secundaria, la jerga no es económica, sino de ciencias cognitivas en su forma más estricta. La visión moderna de la inteligencia, el recurso más valioso de una nación en el siglo XXI, es una de capacidades y competencias individuales que permiten al individuo trascender, lo que incluye también oportunidades para acceder a bienestar material mediante una mayor probabilidad de encontrar empleo en el futuro sin perder de vista la integralidad de lo humano.
De los sistemas educativos. Antes de la revolución industrial, los sistemas educativos no se estructuraban en lotes de personas etiquetados por grados ni materias, sino en aprendizaje del conocimiento más reciente. Además, la influencia de la sociedad industrial impuso el establecimiento de horarios y uniformes así como una jerarquía en las materias: la matemática y la ciencia como las más importantes para el trabajo, la historia y los idiomas en segundo lugar y finalmente las artes, ellas con su propia estratificación interna. La abrumadora mayoría de los sistemas educativos alrededor del mundo –no solo en Costa Rica– siguen este patrón, uno que ante los retos de la contemporaneidad ya no es válido.
Los sistemas educativos deben ser flexibles y centrados en el individuo, donde las relaciones entre cada parte de conocimiento son más importantes. Necesitamos una educación que reconozca el talento y lo nutra, valiéndose de la tecnología para que los estudiantes avancen no al ritmo de un sistema, sino con inspiración –la función central del educador– al ritmo de sus capacidades propias. Esa integralidad está presente en todos los aspectos de la ciencia y la tecnología: ¿Qué matemático no ha visto en la belleza de una ecuación el reflejo de su verdad? ¿Qué científico no ha experimentado la sensación de contemplación artística ante un descubrimiento?
Excelencia y vocación. Además de cambios que los tiempos sugieren cómo transformar un sistema basado en materias en uno de unidades de conocimiento totalmente interdisciplinarias e interconectadas, hay un elemento que debe cambiar en Costa Rica. Ser educador debe ser una vocación, y la evidencia actual indica que una cantidad sustancial de educadores no hacen honor a esto. Cuando de 10.000 estudiantes de educación solamente 1.000 encuentran empleo, y cuando una porción importante de la admisión a estas carreras ocurre por temor a la matemática o por última opción, no es posible esperar resultados de excelencia. Esta palabra, excelencia, debería ser la regla en nuestra cultura, y no la excepción en un mar de mediocridad.
El gran director de orquesta Herbert von Karajan, al ser consultado sobre qué era lo más importante con la perspectiva dada por su larga trayectoria, expresó lo que debería ser la máxima de todo profesional y en especial de un educador: el fin más alto es entender la profesión como una verdadera vocación.
Santiago Núñez Corrales, director de Tecnologías Digitales, Ministerio de Ciencia y Tecnología