Las filtraciones sobre comunicaciones internas entre diplomáticos estadounidenses y las directrices giradas desde Washington, no constituyen ninguna sorpresa.
A nadie tiene que asombrarle que Estados Unidos les haya pedido a sus enviados hurgar en información tan variada como el estado mental de una presidenta, el color del iris de unos candidatos o los números de tarjetas de créditos de dirigentes extranjeros.
Esa potencia, al igual que muchas otras en el pasado y ahora, e inclusive gran cantidad de otros países en este planeta, realizan tareas de espionaje. En este terreno resulta muy atinado preguntar quién puede arrojar la primera piedra.
Basta con echar una mirada a la historia para comprobarlo. Si no, pregúntense por qué esa actividad ha generado tanta materia prima para películas, novelas y series de televisión.
Sobran las razones para justificar el espionaje, pero, probablemente, la más poderosa y lógica es que la información es poder y quien la posea tiene ventaja. De allí que sea valiosísimo robar los secretos nucleares, lo último de la tecnología, las investigaciones médicas...
Conocer lo que los otros están haciendo, pensando o planeando, es estratégico tanto para no ser sorprendido como para no quedarse atrás y, ojalá, salir adelante por un atajo.
Así ha funcionado desde las civilizaciones primigenias hasta hoy, y esta realidad –cínica, descarnada, si así la quiere considerar– no va a cambiar tras las revelaciones que WikiLeaks ha esparcido, sin que haya poder ni barrera que impida conocerlas.
Lo trascendental, sensacional si se quiere, es que lo que todos más o menos sabíamos o sospechábamos, pues queda comprobado de “puño y letra” por los mismos autores.
Constituye también una bofetada a esa pose de pulcritud y a la actitud de “yo no fui”, aunque, por supuesto, tampoco aquella levantada de chingos hará cambiar la hipocresía.
Apenas anteayer, la embajadora de Estados Unidos ante la ONU, Susan Rice, confrontada con las revelaciones sobre espionaje en el máximo foro mundial, manifestó: “Nuestros diplomáticos son solo eso, diplomáticos”. ¿Le creemos?
Las filtraciones le bajaron los pantalones al Tío Sam y ahora todos sabemos lo que imaginábamos: que usa calzoncillos.