Los neoliberales rechazan ad portas la planificación de la gestión pública como algo superado, que no tiene razón de ser en nuestra realidad ya que la identifican erróneamente con la planificación central del antiguo bloque soviético. Esta generalización desafortunada ha limitado el análisis de problemas nacionales y la búsqueda de soluciones a la gestión del Estado.
En primer lugar, es importante dejar bien claro que la planificación es una función inherente a todo tipo de organización, tanto en la empresa privada como en el mundo de las organizaciones e instituciones públicas, incluyendo el Estado.
En este sentido, sin planificación no existe actividad organizada empresarial e institucional. No obstante, las formas y métodos que esta asume no son rígidas e invariables, sino que evolucionan de acuerdo con las necesidades de cada tipo de organización.
La planificación central con ordenamiento administrativo, en la primera mitad del siglo XX, era propia de las grandes empresas industriales como la Ford Motor Company; esto ha ido cambiando conforme la revolución científico-tecnológica ha ido desplazando la mano de obra física con escasa calificación, sustituyéndola por robots y técnicos calificados y altamente especializados.
Más participación. Hoy en día, las fases operativas de las empresas incluyen cada vez más mecanismos de participación de los trabajadores. La misma tendencia a la descentralización tiende a manifestarse, aunque todavía no en la misma proporción que en las empresas posindustriales, en la gestión pública. El planeamiento operativo y el control de resultados tiende a desplazarse en las organizaciones modernas a las instancias ejecutoras, integrando cada vez más la información con la capacitación y la planificación.
Los países emergentes, especialmente los asiáticos, capitalistas como Taiwán y Corea o comunistas descentralizados como China, lo han hecho con sistemas de planificación que definen prioridades de desarrollo regional que orientan las inversiones y políticas públicas.
De tal forma, las inversiones en maquila, que en América Latina hemos visto solo como venta de mano de obra barata, se caen cuando se van las empresas, mientras que en esos países han servido de base para montar complejos industriales merced a los estímulos e inversiones realizadas por los gobiernos locales y regionales.
China se apartó en los ochenta del antiguo sistema de planificación centralizada y trasladó competencias a las regiones y municipios. Definió las prioridades de desarrollo de acuerdo con las ventajas de cada región y se canalizaron las inversiones en infraestructura, telecomunicaciones, educación, así como las políticas de crédito y política fiscal para apoyar ese desarrollo bajo la consigna “construir nidos para atraer los pájaros”. De tal forma, el capital local y externo encontró condiciones objetivas favorables para invertir, pero también “marcada la cancha” de la política crediticia y fiscal para promover encadenamientos. En otras palabras, no se dejó el desarrollo solo a la iniciativa de la inversión extranjera, como ha sido el caso de Guanacaste, donde se mantiene la pobreza, sino que se preparó, además de la infraestructura y telecomunicaciones a la población con universidades, al mismo tiempo que se dieron estímulos crediticios y fiscales para que los empresarios y la población local se pudieran adaptar a la nuevas condiciones.
En nuestro caso, aunque no tenemos el mismo tipo de organización estatal que los países asiáticos, los estímulos fiscales que se brindaron generosamente a la actividad turística en décadas pasada no se hubieran repartido indiscriminadamente a toda la actividad turística, sino que se hubieran utilizado mejor priorizando experiencias con responsabilidad social empresarial, que estimularan el involucramiento y el bienestar de la población local, como la desarrollada por el Hotel Punta Islita.
De las mejores prácticas internacionales debemos nutrirnos, dándole la importancia que la planificación debe tener en todo proceso de organización y gestión pública; sin embargo, no debemos olvidarnos de que la primera tarea es ajustar nuestro entrabado sistema institucional a las nuevas condiciones, pero este otro tema trasciende este artículo.