Robert Guccione FILE - In this May 14, 1982 file photo, Penthouse magazine publisher Bob Guccione poses in his New York mansion with an over-sized gavel his daughter gave him after he was victorious in a California court battle. Guccione _ who erected an erotic corporate empire after founding Penthouse magazine only to see it crumble into bankruptcy died Wednesday, Oct. 20, 2010. He was 79. (AP Photo/Marty Lederhandler, File) (Marty Lederhandler)
Encabezó el primer triunvirato de la historia de la pornografía. Playboy , Hustler y Penthouse –la suya– fueron el tridente del diablo, que azuzaron los instintos carnales de una generación sexualmente inflamable.
Fue el canon del hombre porno: musculoso, piel dorada, pantalones tallados, camisas de seda abiertas hasta la cintura, pelo en pecho y tachonado de cadenas. ¡Todo un garañón!
Y como a la suerte la pintan calva, resultó que Robert Charles Joseph Edward Sabatini Guccione –para los “compas” Bob Guccione– estaba hasta el pescuezo de jaranas.
Abandonado por su mujer y sus hijos el pobre malvivía en Londres a punta de los dibujitos que vendía a varios periódicos, regentaba una lavandería y editaba un pasquín. Para ganarse unos “cinquillos” adicionales enviaba por correo viejos ejemplares de revistas para caballeros.
Corría 1965 y todo estaba patas arriba. El mundo estaba en el torbellino del desenfreno sexual; las drogas psicodélicas; la caída del establishment ; el rock ; los hippies ; The Beatles; la liberación femenina; las pastillas anticonceptivas y hasta la invención de la minifalda.
Bob tenía 35 años y era un fracasado. Una noche, tirado en su jergón, repasaba las páginas de Playboy –insignia erótica de Hugh Hefner– y pensó en crear una revista diferente, dirigida a “hombres normales y corrientes”, no aquellos “intragables” en hoteles de lujo, rodeados de mujeres de negro con orejotas y un motete blanco en el trasero: las conejitas.
La suya sería una publicación explícita, con hombres y mujeres desnudos, con sus intimidades al aire, sin ambages, sin eufemismos; es decir “un coctel de sexo, política y protestas”, con una que otra brizna literaria a cargo de plumas benditas como: Philip Roth, Joyce Carol Oates, Stephen King, Gore Vidal, Germaine Greer e Isaac Asimov.
Llamó a su criatura Penthouse – Atico – y como la “Magdalena no estaba para tafetanes” él mismo era quien tomaba las fotos a sus Penthouse Pets , ramilletes de señoritas complacientes y de buen ver, cuyas poses sonrojaron a las Playmates de Hefner.
Sus biógrafos cuentan que pidió prestados $1,700 y como era algo despistado envió por correo el primer ejemplar a una lista que incluía: pastores protestantes, pensionados, esposas de parlamentarios ingleses, estudiantes y gente de costumbres victorianas.
La ordalía que sufrió no tuvo parangón; pero como los dioses protegen a los tontos, en un tris vendió las 120 mil copias; pagó la multa de $300 por publicar material “indecente” y colocó la primera piedra de un imperio erótico que llegaría a valer $4 mil millones.
Penthouse vendió en su apogeo 4,7 millones de ejemplares en 16 países; fue el centro de una galaxia porno de 15 revistas con temáticas tan diversas como culturismo, fotografía, informática y ciencia ficción.
Bob Guccione se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo; según la revista Forbes en 1982 poseía $400 millones y una colección de obras de arte, valorada en $150 millones, con pinturas de Renoir, El Greco, Degas, Matisse, Picasso y Chagall.
Rey del porno
“Querido Penthouse , nunca pensé que te escribiría'” Así comenzaban las miles de cartas enviadas a Bob, por los acólitos de Onán Urra; seguidas de las más procaces confesiones, reales o imaginarias.
La fidelidad de sus devotos la logró porque la revista explotaba sin pudor el voyeurismo, según afirmó Bob a The Independent . El mirón, en lugar de atisbar a través de una cerradura, una rendija, una celosía o una cortina, se excitaba solitario al contemplar las fotos de las Pets .
Bob pedía a las modelos que no vieran directamente a la cámara y asumieran una pose descuidada, para que el fisgón las observara “como si ella no supiera que está siendo vista. Eso era la parte sexy, que nadie en nuestra competencia entendía.” aseguró Guccione.
Este tenía buen ojo por su talento para la pintura, el dibujo y la fotografía; mientras vivió en Inglaterra trabajó como dibujante para el semanario The American London ; también diseñó tarjetas de saludos.
Guccione era un paria, recién llegado a Londres de su natal Brooklyn –donde nació el 17 de diciembre de 1930– estaba más interesado en ser artista que en sacudir las hormonas de millones de lectores. Pero, el hambre tiene cara de perro y Bob debía mantener a su familia.
Incursionar en el negocio de las revistas porno no era comida de trompudo. Aunque las feministas eran furias desatadas, que batían sus alas sobre estas publicaciones denigrantes, el mercado erótico lo dominaban dos zares: Hefner con Playboy y Larry Flynt con Hustler . La primera vendía, a fines de los años 60, un promedio mensual de 7 millones de ejemplares.
Pero Bob era un descendiente de sicilianos y metió su puñal entre las costillas de Hefner y Flynt. Creó así una revista que parecía un manual de anatomía, ginecología y proctología, profusamente ilustrado.
Envalentonado por el éxito en la puritana Inglaterra, zarpó hacia Nueva York y en 1969 enfrentó a sus rivales gringos en su propio corral. En cuestión de una década llegó a generar ingresos cercanos a los $3 mil millones y en 1982 ingresó a la exclusiva lista de los 400 hombres más ricos del mundo.
Tanto billete lo enloqueció y dio rienda suelta a su personalidad hedonista. En 1975 se jactaba de haberse acostado con 800 jovencitas porque “la fama es un irresistible afrodisíaco” confesó a The Observer . En Nueva York compró la más grande mansión del estado; ahí recibía visitas todo el día, vestido con carísimas batas de seda, sin ropa interior y rodeado de beldades enfiestadas. Al lado de ellas las parrandas de las playmates parecían piyamadas.
Un batallón de publicistas llenó de anuncios a Penthouse y decidió incursionar, con pésima visión, en otros negocios: 15 revistas, un hotel en Las Vegas, patrocinó dos películas y hasta una planta nuclear para descubrir la fusión fría. Editó Omni , una de las más prestigiosas revistas de divulgación científica; con su hijo Bob Guccione Jr. fundó Spin , para competir con The Rolling Stone .
Cordero con cuernos
Puede sonar increíble pero Bob fue monaguillo, estudió en una escuela católica y de joven ingresó al seminario con las ganas de convertirse en sacerdote. Pero' Dios los cría y el diablo los junta.
La familia Guccione venía de Sicilia. Anthony, el padre, era contador; Nina, la madre, atendía la casa. A los 18 años Bob se casó con Lilyann Becker, con quien tuvo a su primera hija Tonina. A las dos las dejó y se fue a Europa para dedicarse a la pintura fauvista en París, Roma, Marruecos y Londres; ahí conoció a Muriel y tuvieron cuatro hijos: Robert Jr, Nina, Tony y Nicky.
Inundado en dinero y rodeado de mujeres rompió con Muriel y convivió 23 años con Kathy Keeton, una bailarina exótica que lució sus encantos en el segundo ejemplar de Penthouse . El maratón matrimonial acabó con April Dawn Warren, su cuarta esposa. Ella estaba a la vera de la cama, el 20 de octubre del 2010, cuando Bob murió de cáncer en la garganta, la lengua y el pulmón.
Hay tontos que nunca se reponen de un éxito, decía Oscar Wilde. Con sus excesos personales y sus ocurrencias financieras el porno empresario mató a la gallina de los huevos de oro. En 1984 le escribió a un amigo: “Quiero dedicar mi vida a las complejidades serias y profundas del arte verdadero e imaginario”.
Ese año Vanessa Williams fue electa Miss América; la primera negra en obtener esa distinción tras una fulgurante carrera como modelo. A las manos de Guccione cayeron unas fotos de la maniquí, disfrutando del sexo lésbico con una amiguita. Bob pescó el negocio en el aire y con su proverbial falta de escrúpulos compró las imágenes a Tom Chiapel y las publicó en la edición de setiembre de 1984 de Penthouse ; vendió seis millones de copias y ganó $14 millones. Williams se derrumbó, tuvo que devolver la corona y sobrevivió como actriz y cantante.
Pero'el que la hace la paga. Años antes había invertido casi $18 millones en la película Calígula , un fiasco en la taquilla porque los distribuidores consideraron demasiado fuertes las escenas lésbicas e incestuosas. En Hollywood circula la leyenda de que esta es una cinta maldita; al parecer siete operarios murieron en el rodaje y dos protagonistas recibieron atención psiquiátrica.
Lo que por agua viene, por agua se va. Moralistas y feministas arreciaron sus ataques contra Penthouse; gastó casi $250 millones en un hotel casino que nunca se construyó.
Y cuando los negocios iban de picada' llegó el fisco y se llevó hasta los muebles. Guccione pidió $30 millones prestados para cancelar las deudas con Hacienda. Para peores en los años 90 las facilidades pornográficas de Internet volvieron a Penthouse una revista obsoleta, que terminó rematada en una subasta. Igual pasó con la impresionante colección artística y hasta su mansión neoyorkina.
Todo se volatizó. Bob Guccione quedó reducido a lo que había sido siempre: un simple pintor. Lejos de su imagen de “bon vivant” era tímido hasta el cansancio; nunca fumó, bebió licor o consumió drogas. Era como sus lectores: un hombre corriente.