Como cuando nace un bebé, los diplomáticos costarricenses en la ONU se felicitaron este martes al ver en la pizarra de la Asamblea General la mayoría aplastante de votos en favor del Tratado sobre Comercio de Armas.
Era casi el mediodía y el “papá” del niño, el expresidente Óscar Arias Sánchez, respondía preguntas de la cadena CNN sobre la votación en simultáneo cuando la periodista Glenda Umaña aprovechó para darle la noticia desde Atlanta: “Ya lo aprobaron”.
Arias, que empujó la idea a finales de los 90, casi llora de la emoción de saber aprobadas reglas mundiales para el comercio de armas. Más de 15 años después, la iniciativa vio la luz en forma de tratado .
Resultó ser una ley internacional (aún pendiente de ratificaciones), una ocurrencia que comenzó como un código de conducta, como recordó ayer Luis Alberto Cordero, exdirector ejecutivo de la Fundación Arias para la Paz y uno de los gestores en parte del proceso.
Esto se cuajó con el voto de 154 países de toda talla, desde la potencia armamentística Estados Unidos hasta el grueso de los países africanos, adonde llegan los fusiles de segunda o tercera a quemar sus últimos cartuchos.
Un hito. Es algo “histórico”, como calificaron medios de comunicación en varios idiomas al Tratado sobre Comercio de Armas (ATT, por sus siglas en inglés). Para el futuro, se recordarán las reglas que se cristalizaron al comenzar la primavera del 2013, mientras Corea del Norte amenazaba con una guerra.
Pero este tratado no abarca armas nucleares. El margen de acción son las convencionales: desde los buques de guerra hasta las pistolas, objetos de intercambio en un negocio que ronda los $70.000 millones anuales y que mata a 750.000 personas cada año, según datos que maneja la organización no gubernamental Oxfam .
En los 90 los números eran otros, pero no menos graves. En el seno de la Fundación Arias hicieron ver el vacío del derecho internacional sobre comercio de armas, y Arias se comprometió con ello, como seguimiento a sus políticas de paz en la región, relató Cordero.
Para ello pidió ayuda a otros premios Nobel para poder llevar en 1997 el tema allá a Nueva York, donde unos 16 años después terminarían por aprobarlo.
En medio hay trabajo de la Fundación, pero también de la diplomacia costarricense, de organismos no gubernamentales de la talla de Oxfam o Amnistía Internacional. También, el apoyo pesado del Reino Unido, la participación de otros cinco países que acogieron el tema y quizá cientos de abogados, internacionalistas y activistas de derechos humanos de muchas banderas distintas.
No es este un proyecto de Costa Rica, como no puede haber nada en Naciones Unidas que se pueda atribuir completamente a un país, mucho menos uno tan pequeño. Es, eso sí, un tratado consentido por dos gobiernos costarricenses, después de que la idea se recogió en un borrador escrito por especialistas de Cambridge, a finales del 2005.
“Esto fue concebido por costarricenses y apoyado por dos gobiernos en un proceso complejo, propio de Naciones Unidas”, comentó el politólogo Luis Guillermo Solís, quien cree que los frutos prácticos del Tratado podrán verse en el futuro, “dentro de décadas”.
El camino. Los obstáculos fueron los de cualquier iniciativa que intenta poner portones a un negocio multimillonario y cargado de poder político.
Los funcionarios todavía recuerdan cuando en julio pasado, a punto de cuajarse el consenso para dar por aprobado el Tratado, se alzó la objeción de Estados Unidos . el país presidido por el también premio Nobel Barack Obama.
Vinieron los ajustes, consultas, negociaciones y los esfuerzos de Costa Rica y los otros seis coautores del Tratado. Al final quedó fuera del alcance del texto el negocio de las municiones. Punto para Washington, como señaló Cordero.
Así, entonces, Obama apoyó el Tratado en el intento de esta Semana Santa, en la “Conferencia Final sobre el ATT”. La palabra “final” era todo un factor de presión, según Eduardo Ulibarri, embajador tico en la ONU. Podía significar la cosecha final o el último cartucho.
Pero no contaban con que Irán, Corea del Norte y Siria se opondrían. El consenso fue imposible y el tema tuvo que ir a buscar mayorías en otra instancia, la Asamblea General. Era la carta segura, sabido el apoyo forjado en años.
Pero igual estaban tensos. Cuando los diplomáticos ticos vieron los 154 votos verdes, los 23 abstencionistas amarillos y los tres rojos opuestos, supieron que el proceso había visto la luz.
Era martes al mediodía. Ulibarri felicitó a su equipo, llamó a la presidenta Laura Chinchilla, que ya estaba enterada. Ella después solo ensalzó la labor de la Cancillería y de la misión en Nueva York.
Arias, mientras tanto, decía a CNN que creyó que moriría sin ver el Tratado listo. Un mal cálculo.