Las dicotomías son fatales: vida y muerte, luz y sombra, amor y odio, etc., son los procaces extremos de sí mismos. Entre los opuestos nos desgarramos todos... No hay salida. Quizá la anhelada iluminación sea la que supere vivencialmente los opuestos; pero, entonces, ¿qué quedaría de este mundo si la realidad vive en los claroscuros y en sus contradicciones? Quizá quedaría la poesía, reina sustancial del oxímoron y de la matización interminable.
Narcisa Castro personificó esas auténticas contradicciones, que son la vida misma: murió el viernes 19 de agosto a las 4 de la madrugada, sola, en un hospital, a los 31 años, después de una vida de dolor y vejaciones sufridas desde niña, con diabetes juvenil, con un devorador cáncer mortal, y madre de un niñito de casi 7 años, desde el doloroso laberinto del amor y del desamor.
Narcisa escribió numerosos y magníficos libros, como
Espejos de todas las sombras y de todas las luces, viven y acaban quebrándose, como es menester; pero no generalicemos. También hay grandes poetas “felices”: Neruda, Juan Ramón, Perse, Whitman. No es que no fueran supraconscientes de las dicotomías, ni menos hiperestésicos ante ellas, sino que fueron mejores administradores de sus propias contradicciones.
Por ejemplo, los ingenuos aseguran que Vallejo es un poeta más auténtico que Neruda. No es cierto; simplemente, Neruda se administraba mejor, y Vallejo fue la víctima quizá involuntaria de sí mismo.
Hay una anécdota, poco conocida, que relató Max Jiménez Huete: se encontró en París a César Vallejo hambriento y lo invitó a un café, y este le contestó: “Max, no me alborotes el hambre”. Probablemente Neruda hubiera aceptado la invitación del rico poeta cafetalero y, ya con el hambre “alborotada”, hubiera logrado un “bon vino” y quizá algo más...
Sólo se puede resistir creando y creando y creando hacia la excelencia. Esto hizo Narcisa: avasallada por su durísima biografía personal, creó muchos y magníficos libros, casi todos aún inéditos y sólo unos pocos publicados en sufridas ediciones marginales y artesanales.
El mejor de ellos quizá sea
¡Con qué maestría Narcisa combina la curva dramática, los valores creativos y la eufonía versal, con una conmovedora confesionalidad catártica, propia de una gran poesía. Escuchémosla en “Tu hijo te mira”:
“Yo lo imagino corriendo por la casa, / deambulando por los nudos / de todas mis heridas, / queriendo soltarlas una a una. / ['] con la misma mirada triste / con la que vos mirás a tu padre, / con la que yo miro al mío, / con la que yo te miro a vos, / sabiéndome menos que la última urgencia / en los puños del destino, / en las estrellas insolentes de tus manos, / de tus manos sucias / incorregiblemente por la ausencia”.
Como afirma Beto Cañas, presidente imprescindible de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia, y una de las últimas trincheras válidas –junto con la UCR– de la poesía en nuestro país: “La gradería de sol se ha metido a la cancha”. Por esto ya no publicamos “goles literarios”.
Como vemos, después de sufrir irremediablemente su destino de herida que canta, Narcisa Castro está naciendo con la lentitud de los grandes nacimientos.
Quisiera que mi poema dedicado a ella, desde mi “dolorido sentir”, sea parte de esta nueva acta de nacimiento de una gran poeta aún en el exilio mediático –como sucedió con Eunice Odio– en su propio país.