Unos pocos historiadores, encabezados por Iván Molina, han sostenido que la guerra civil del 48 se pudo haber evitado. Esas personas aducen que la intransigencia de José Figueres fue el factor principal que provocó la guerra civil; también argumentan que, para llevar a cabo sus planes, Figueres tomó como excusa la anulación de las elecciones en las que había triunfado Ulate, y que se adelantó a cualquier compromiso (sic) que pudieran haber alcanzado Calderón Guardia y Otilio Ulate tendiente a buscarle una solución pacífica al conflicto. (Molina utiliza erróneamente la palabra compromiso como sinónimo de negociación o transacción)
Falacias. Las afirmaciones de Molina, palmariamente tendenciosas, son falaces por los cuatro costados. En primer lugar, don Iván y su pequeña tropa se adentran en el lodoso e infértil terreno de la especulación que plantea que los hechos históricos pudieron ser de manera distinta a como fueron. De acuerdo a esa infecunda línea de pensamiento, todo, absolutamente todo, en esta vida, pudo haber sido distinto, en la pequeña y en la grande historia. El historiador está obligado a un mínimo de respeto con los hechos, y sobre ellos, y únicamente sobre ellos, intentar reconstruir e interpretar la compleja red de hechos y circunstancias que constituyen el tejido básico de todo acontecimiento histórico.
En segundo lugar, la afirmación de Molina de que la anulación de las elecciones ganadas por Ulate (que se aprobó en la bochornosa sesión del Congreso del 1 de marzo de 1948), fue la excusa que tuvo Figueres para iniciar la guerra civil, intenta desconocer por completo que todas las partes involucradas en ese conflicto estaban conscientes de que, de llevarse a cabo la anulación de esas elecciones, se lanzaba al país, casi irremediablemente, a una guerra civil. Podríamos llenar muchas páginas con los testimonios de la prensa de esos días, y de lo escrito o expresado por los principales testigos de esos hechos que confirman esa realidad.
Pero en esta ocasión escogemos, por problemas de espacio, solo tres: 1. En la demanda de anulación de las elecciones presentada por Rafael Angel Calderón Guardia ante el Congreso Constitucional el 28 de febrero de 1948, en su tercer párrafo se lee: “'esta jornada parlamentaria (se refiere a la sesión del 1 de marzo ya aludida) habrá de poner de manifiesto, según lo esperamos todos, que esta patria tan querida de nosotros, no ha de resolver el problema de la sucesión presidencial por la temida presión de las armas, pero tampoco por la tergiversación de los fraudes, sino por el limpio camino de la ley,.” 2. En esa misma sesión del 1 de marzo se presentó un dictamen de mayoría firmado por diputados calderonistas y comunistas y un dictamen de minoría presentado por la fracción del Partido Unión Nacional. Este último dictamen comienza diciendo: “Los suscritos diputados del Partido Unión Nacional, creemos de nuestro deber manifestar que toda acción del Congreso que no sea la voluntad del pueblo, libre y claramente manifestada en los comicios del ocho de febrero, constituirá un golpe de Estado, que arrastraría al país a situaciones de incalculable gravedad. (En ambos casos la cursiva es nuestra). 3. En 1961 Manuel Mora expresó: “Mi partido cometió el error de votar a favor de la nulidad de las elecciones porque nosotros sospechábamos que la guerra civil se produciría.”
Profunda crisis política. Los anteriores textos expresan de manera inequívoca que el país vivía una profunda crisis política, y que la nulidad de las elecciones lanzaba al país al callejón sin salida de la guerra civil. El movimiento armado de Figueres no era, pues, un acto en el vacío, sino el resultado de muchos años de gestación de una profunda polarización de la sociedad costarricense. De no haber existido la conciencia en muchos costarricenses, de que, con la anulación de las elecciones (y con el asesinato del Dr, Carlos Luis Valverde Vega, jefe de acción del ulatismo, y el encarcelamiento del candidato Ulate en la penitenciaría central, entre otros hechos) se habían cerrado todos los caminos legales e institucionales, no hubiera podido triunfar ese movimiento armado.
También es completamente falaz la afirmación de Molina de que Figueres se adelantó a cualquier “transacción” o negociación entre Calderón y Ulate para darle al conflicto una salida pacífica. Don Iván sabe, y la historia lo recoge con todas sus letras, que pocas horas después de la elección del 8 de febrero, se pusieron en marcha procesos de “transacción”, algunos auspiciados por Monseñor Sanabria. Y también sabe el señor Molina que ese intento de negociación fracasó porque Calderón Guardia y su gente rechazaron los términos del arbitraje planteados por el Arzobispo. Es importante resaltar que don Francisco Calderón Guardia y don Manuel Mora estuvieron a favor de que se respetara el veredicto popular.
También sabe el señor Molina que después de la anulación de las elecciones se activaron nuevamente procesos de “transacción” que dieron resultados infructuosos. Cuando Figueres comenzó su levantamiento armado habían transcurrido más de 30 días desde las elecciones y 10 días desde la anulación de esas elecciones y de otros hechos igualmente bochornosos cometidos por los grupos oficiales. Esos treinta y tantos días días, llenos de incertidumbre, temor, tensión, ira y confusión, colmados de acontecimientos políticos de todo orden, merecen más de un libro. Algunos autores condensan esos 30 y tantos días, que fueron un siglo, en unos pocos renglones.
La victoria de Ulate. Es pues, completamente falso, que Figueres se adelantara a las negociaciones o “transacciones” (cuyos contenidos eran enteramente cuestionables desde el punto de vista constitucional, legal e institucional, y del respeto a la voluntad popular) que tenían el propósito de buscar una salida pacífica al conflicto. Sí es cierto, y este es quizá uno de los acontecimientos medulares de los hechos del 48, que si Calderón Guardia hubiera aceptado la victoria de Ulate, Figueres hubiera tenido que enterrar sus planes bélicos.
El señor Molina, al afirmar que fue la intransigencia de José Figueres la principal causa de la guerra civil, le otorga una condición casi sobrehumana; la historia muestra que nadie es capaz de doblegar, por sí mismo, el curso de los acontecimientos de más trascendencia de una nación; menos aún puede un solo ser humano imponer una solución armada exitosa, si no estaban dadas las necesarias condiciones políticas y sociales. Los líderes más carismáticos a lo más que pueden aspirar es a otorgar una cierta dirección o impulso a hechos colectivos que tienen su propia dinámica. Con su tesis Molina le confiere a Figueres la cualidad de “extraterrestre” que impugnó en un artículo hace unos pocos días.
Claro que es cierto que Figueres comenzó su actividad conspiradora desde su exilio. Nunca engañó a nadie sobre sus intenciones. Siempre dijo en voz alta que Rafael Angel Calderón Guardia nunca entregaría el poder por medios democráticos. La historia le dio la razón.
Iván Molina pertenece a un pequeño grupo de historiadores que han volcado (consciente o inconscientemente), sus afectos y desafectos, en sus escritos sobre los hechos de 48.
Ha llegado la hora de que una nueva hornada de historiadores, sin nexos emocionales o partidarios con los hechos de esos años, se dediquen a investigar y escribir sobre esa trascendental etapa de nuestra historia.