En Europa, los nobles son parte del Servicio Secreto porque nadie sabe para qué sirven. La nobleza hereditaria es el arte de ocupar el tiempo de trabajo con el tiempo libre. Ante la mirada cínica de típicos frívolos escépticos, la despreocupada vida de los nobles carece de preocupaciones, mas no es así. Hoy se sabe que uno de los grandes problemas de los nobles es cómo volver de vacaciones y notar la diferencia.
Uno se pregunta si la felicidad consiste en la quieta contemplación del ocio entre dos momentos de no hacer nada; a veces, uno se pregunta también qué es la felicidad, directamente. Leer ciertas definiciones de la felicidad es un ejercicio que se parece a montar bicicleta estacionaria: les damos vuel-tas y no vamos a ninguna parte.
Los estoicos y los epicúreos (los sobrinos renegados de Aristóteles) quizá hayan sido los primeros filósofos que consideraron la felicidad como una equivalencia: ser feliz es vivir contento con lo que se tiene.
En otras palabras, la felicidad es resignación. “¿Por qué no tasas [contienes] tus deseos?”, pregunta el estoico Francisco de Quevedo en su libro La cuna y la sepultura .
Esa resignación conduce a la pasividad, a la ataraxía: ausencia de inquietud, pero también a la ausencia de curiosidad intelectual y científica. Una sociedad que practique la quietud de espíritu está condenada a repetirse siglo tras siglo, como las basadas en ciertas filosofías orientales. No lejos andaba el nazi Martin Heidegger con su desprecio por la ciencia y por la técnica, que nos han dado la bomba atómica, pero también la microcirugía.
Filósofos modernos han mejorado la antigua idea de “felicidad > resignación”. Para ellos, la felicidad es el equilibrio de lo que se desea y lo que se posee; mas es un equilibrio dinámico puesto que los deseos y las posesiones son móviles (Gonzalo Fernández de la Mora: Sobre la felicidad , p. 108). No deseamos lo mismo a los diez años que a los treinta, pero somos igualmente felices si obtenemos lo deseado. Académicamente lo dice el académico Julián Marías: “La felicidad es la realización de la pretensión vital” (La felicidad humana , p. 221).
Sin embargo, otros estudiosos han dado en mejorar lo mejorado y postulan que la felicidad no solo es poseer lo deseado (material y espiritual), sino también es no salir perdiendo en las comparaciones con los otros; id est , esto es: si tenemos un Volkswagen, que el vecino no nos venga con un Alfa-Romeo.
“Los ingresos representan mucho más que un medio para comprar cosas: son una medida de cómo nos valoran”, dice el economista británico Richard Layard ( La felicidad , cap. IV), pero añade que la felicidad crece mucho menos que los ingresos: sitúa la cifra mágica en $ 20.000 al año, sobre la que la sensación de felicidad ya no sube.
Habría que añadir que nuestra felicidad es también la de los otros; tal vez sea la más perfecta: es barata y no se mide en dólares.