Tremenda paradoja o algo así como una “broma” de mal gusto: el puesto policial más exitoso, sito en un punto estratégico para el combate del narcotráfico contrabandos y otros delitos, funciona en la miseria.
Un galerón, levantado sobre unos cuantos horcones y cubierto con unas latas de zinc, es todo cuanto hay allí. Después, falta casi todo: agua, inodoro, muebles...
El retén del kilómetro 37, en Golfito, sobre la carretera Interamericana Sur, es una más de las muchas instalaciones policiales cuya precariedad se exhibe por sí sola y que, inclusive, ha llevado al Ministerio de Salud a clausurar varias.
El ministro de Seguridad, José María Tijerino, admite que apenas el 12% de edificios de la Fuerza Pública está bien.
El caso en mención resalta, por un lado, la mística del trabajo de los policías destacados allí. Los resultados hablan suficientemente; las paupérrimas condiciones no se han erigido como obstáculo o excusa para cumplir el trabajo.
Por otra parte, sería injusto cruzarse de brazos y no hacer nada para dotar a ese destacamento (y otros) de una infraestructura cómoda y decente.
Sí, decente, porque se trata de un asunto de dignidad, de respeto a esas personas en quienes el Estado y la sociedad delegan la responsabilidad de velar por el orden y la seguridad.
Es verdad que la labor de la Fuerza Pública –como la los bomberos y Cruz Roja– implica sacrificio, abnegación y mucha entrega, mas no quiere decir que deba obligarse a sus miembros a desempeñarse en un ambiente plagado de tantas limitaciones y privaciones.
Que en una delegación policial haya servicio sanitario y agua no debería ser nada extraordinario, pero en el kilómetro 37 adquiere características de lujo. ¡Sí, señores!
Aunque los recursos siempre son limitados y nunca alcanzan para satisfacer todas las necesidades, ello no debe ser óbice para que el Estado haga todo lo posible por mejorar el entorno de esos servidores.
Un esfuerzo en tal sentido debe constituir una parte del proceso de profesionalizar a la Policía, para que sus integrantes se sientan orgullosos de su trabajo y reconocidos por el valor de su desempeño.
No se vale demandar entrega y sacrificio sin retribuir, al menos, el mínimo respeto.