Sonido cálido y melifluo, entonación justa, gráciles visos de timbre y dinámica, dedos diestros y golpe de arco resuelto, distinguieron las interpretaciones atildadas del reputado violinista ruso-estadounidense Dmitri Berlinsky de dos obras emblemáticas del fino repertorio francés para violín y orquesta, en sus vertientes posromántica e impresionista.
Berlinsky actuó como solista el viernes último, en el Teatro Nacional (TN), en el octavo concierto de la temporada oficial de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), a cargo del ruso Juri Gilbo como invitado, quien debutaba en el país.
El solista. Al final de la primera mitad de la presentación, Berlinsky modeló una lectura fulgente de Introducción y rondó caprichoso, en la menor, para violín y orquesta , opus 28, de Camille Saint-Saëns (1835-1921), y al comienzo de la segunda mitad, ofreció una versión no menos deslumbrante de Tzigane, Rapsodia de concierto para violín y orquesta , de Maurice Ravel (1875-1937).
Aunque de corta duración, cada una alrededor de 10 minutos, ambas se encuentran entre las obras esenciales de la literatura para el violín, tanto por los retos que presentan al solista como por el alto vuelo de su inspiración musical.
Las dos también fueron escritas para rendir homenaje a grandes violinistas. En 1863, Saint-Saëns dedicó la suya al virtuoso español Pablo de Sarasate, que la estrenó en París en 1867.
Ravel ofrendó Tzigane en 1924 a la violinista húngara Jelly d’Arányi (mujer y no hombre, como dan a entender erróneamente las notas del programa de mano), quien a fines de ese año tocó por vez primera en París la versión con orquesta.
En la obra de Saint-Saëns, el acompañamiento de Gilbo evidenció falta de precisión en los tutti entre solista y orquesta al final de las frases en unísono. Tal inconveniente no se dio durante la pieza de Ravel, en la que el empate entre el violinista y el conjunto se oyó ajustado con mayor precisión.
Demás obras. El resto del programa del octavo concierto se complementó con piezas representativas del posromanticismo ruso de finales del siglo XIX y el modernismo ruso-soviético de la primera mitad del siglo XX: la Obertura-Fantasía Romeo y Julieta, de Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893), y la Sinfonía N° 9, en mi bemol mayor , opus 70, de Dmitri Shostakóvich (1906-1975).
Romeo y Julieta data de 1870, pero posteriores revisiones condujeron a una tercera versión definitiva que se estrenó en 1886 y es la que se impuso en las salas de concierto.
La obra es el más conocido de los poemas sinfónicos que Chaikovski compuso con base en dramas de Shakespeare y el único que la OSN tiene en repertorio, aunque Hamlet y, en particular, La tempestad , merecerían también escucharse alguna vez aquí.
Después del drama bélico y las connotaciones trágicas y heroicas de las sinfonías Séptima y Octava de Shostakóvich, estrenadas en 1941 y 1943, respectivamente, durante la lucha de la Unión Soviética contra los invasores nazis, el aparato político-cultural del régimen comunista esperaba de parte del compositor, tras la derrota del nazismo, una Novena Sinfonía grandiosa y triunfalista, nunca una obra de tintes paródicos e irónicos y gracioso humor burlón.
De modo que, pese a la recepción favorable del público del estreno, en 1945, Shostakóvich fue denunciado por los ideólogos del Partido Comunista en 1948 debido a su “formalismo” y “tendencias antidemocráticas”, y la obra fue prohibida.
Juri Gilbo y la OSN forjaron una lectura intensa y concentrada de Romeo y Julieta a la vez que conjugaron los aspectos festivos y líricos de la Novena . En las ejecuciones, asimismo destacaron las respuestas ágiles de las secciones, la sonoridad templada y luciente y desempeño integrado del conjunto.
La asistencia fue menor de lo usual, pero los escuchas respondieron con aplausos calurosos a todas las interpretaciones.