Portrait of Commentator Barbara Walters ca. 1975 --- Original caption: Close up of Barbara Walters, television personality, reporter. Undated television handout. --- Image by © Bettmann/CORBIS
Para llegar a la cima como jóvenes hay que subir la cuesta como viejos: despacio. Así lo ha hecho Bárbara Jill Walters, la presentadora televisiva, escritora y celebridad mediática mundial quien durante 60 años forjó una carrera periodística basada en un solo principio: la credibilidad.
Reseñar sus logros sería tan extenso como el directorio telefónico de Nueva York, ciudad en la que consiguió su primer empleo de secretaria en una agencia publicitaria, a los 22 años.
Bárbara nació en Boston en 1929; con sus padres –Louis y Dena– y cuatro hermanas llevó una vida trashumante, entre esa ciudad, Las Vegas, Miami y Nueva York. Algo parecido vivieron sus abuelos judíos, quienes abandonaron Polonia y se establecieron en Londres, donde nació Louis, su progenitor. En Inglaterra, el apellido original Waremwasser sufrió repetidas mutaciones hasta quedar en Walters, menos semita y más anglo.
Louis, o Lou como lo apodaban, emigró a Estados Unidos en 1909 y comenzó a lucrar en el mundillo del espectáculo como productor de vodeviles , y llegó a tener varios clubes nocturnos.
Pero, lo que viene por las sombras se va por las tinieblas. Los negocios decayeron; vendieron el penthouse familiar en Central Park y tuvieron que irse a vivir de manera más modesta a Miami. Ahí les fue aún peor; el gobierno les quitó la casa, los dejó sin auto y hasta les embargaron los muebles, según relató Walters en su autobiografía Audition .
Tal vez por esa amarga experiencia llegó a decir en esas memorias que ella tenía dinero, fama y hacía lo que le gustaba, por tanto no veía razón en casarse y pasar malos ratos. Aún así tuvo tres maridos, y con uno se casó dos veces: Henry Katz, empresario; Merv Adelson, presidente ejecutivo de Lorimar Televisión; y Lee Guber, productor teatral, con quien adoptó a su única hija Dena Guber.
Entre viaje y viaje concluyó sus estudios superiores y solo duró un año en su primer trabajo, porque pronto obtuvo uno en la estación WNBT-TV, afiliada a NBC, que sería su caballito de batalla hacia la gloria.
Ahí garabateaba notitas de prensa y artículos pagados por las empresas hasta que logró producir Ask the Camera –en 1953–, un programa infantil de 15 minutos dirigido por Roone Arledge.
Dejó ese empleo porque el jefe la presionó para casarse, y ella no estaba dispuesta a ceder en sus ambiciones, y menos por un hombre. En 1955 inició como redactora en The Morning Show, de la cadena CBS.
Por aquellos años, el periodismo era un coto machista. Ella recuerda en su autobiografía que antes de los movimientos feministas de los años 60, nadie podía creer que una mujer pudiera ser tomada en serio. Menos aún podría escribir lo que se llamaban “noticias duras”. Por ejemplo, Frank McGee, viejo presentador de la NBC, rechazó hasta su muerte –en 1974– realizar entrevistas conjuntas con Bárbara a menos que le cedieran las primeras cuatro preguntas.
Mientras llegaba su hora, Walters probó unos años como publicista en revistas y en 1961 obtuvo un puesto de redactora e investigadora en The Today Show , de NBC. De ahí pasó a Today Girls , donde compartió espacio con Lee Meriwether, la famosa Gatúbela; la actriz y cantante Florence Henderson; la bailarina Hellen O’Connell; y Estelle Parsons, actriz ganadora de un Óscar en 1967 por Bonnie & Clyde . Walters las llamaba despectivamente “servidoras de té”, como si fueran secretarias y no profesionales.
Mito viviente
La oportunidad dorada llegó para Bárbara el 4 de octubre de 1976 cuando se convirtió en la primera mujer en ser copresentadora del noticiero nocturno ABC Evening News , con Harry Reasoner. Aparte del puesto le endosaron un cheque por un millón de dólares anuales, escribió la periodista Jean Tenore.
En una declaración a la prensa Walters explicó: “En ese tiempo existía la idea de que una mujer no podía hacerlo. Hice la diferencia poco a poco. Nada tenía que demostrar como copresentadora; no lo hice porque quería ser la mejor e incluso ahora no lo siento así”.
Cebados por la envidia, sus colegas masculinos soportaron el ascenso de Walters, hasta llegar a convertirse en lo que The New York Times catalogó como “la diva reinante de los informativos norteamericanos”.
Solo Diane Sawyer, presentadora de ABC World News , le ha puesto el pie y van taco a taco en la cuenta de entrevistados famosos o poderosos, y en cantidad de maridos (aunque Diane la supera porque es 16 años más joven y gana más).
Como la Sibila de Cumas, que pidió vivir muchos años pero olvidó ser siempre joven, Bárbara lleva 62 años de carrera triunfal y alrededor de su programa 20/20 , en ABC, convocó a todo el que tenía algo importante que decir “urbi et orbe”. Transformó sus entrevistas en espectáculos televisivos donde el entrevistado abría sus entrañas y lo menos que hacía era llorar, previo desollamiento público.
Walters llegó a ser más importante que la noticia misma y el personaje, al punto de que ABC –con ocasión de los 20 años de Bárbara en esa estación– editó un documental conmemorativo. Como si fuera una superestrella de rock , extractaron sus éxitos y una que otra metida de escarpines, todo con tal de evitar “aburrir” a los espectadores, tal como declaró ella a The New York Times .
Hacia ella peregrinaron héroes y traidores, fieles y apóstatas, culpables e inocentes. Marcó el paso al reunir en 1977 al presidente egipcio Anwar Sadat y al primer ministro israelí Menahem Begin.
De ahí en adelante engordó la lista con todos los presidentes norteamericanos de la última mitad del siglo XX; todos los líderes que cambiaron el mundo: Fidel Castro, Boris Yeltsin, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Gaddafi, el rey Hussein de Jordania o Hugo Chávez; pasando por actores, cantantes, deportistas y hasta desconocidos como un tal Robert Smithdas, un hombre sordo y ciego que dedicó su vida a mejorar la de los demás y cuya entrevista fue considerada por Walters como la “mejor de mi vida”.
El “especial” que sostuvo con Mónica Lewinsky, en 1999, tras el affaire con el íncubo Bill Clinton, tuvo una audiencia de casi 50 millones de televidentes. El promedio de espectadores de 20/20 es de diez millones de personas.
En el 2003, Walters dejó de lado las entrevistas porque quería “más flexibilidad en mi vida, sin las responsabilidades de una revista semanal”, según un comunicado difundido por ABC.
Como el veneno de las noticias la corroe, mantuvo un programa anual sobre la entrega de los Óscar –que luego abandonó– y conservó la producción ejecutiva de The View y un talk show diario. ¡Vale que deseaba tranquilidad!
Nadie es perfecto
Refugiada en su autoexilio dorado, la vieja encina del periodismo norteamericano regresa de vez en cuando para sentar cátedra como entrevistadora, pero a veces a la mejor mona se le cae el zapote.
La última vez cayó en sus fauces el presidente sirio Bashar al Assad, en diciembre del 2011, solo que el mandatario quedó disgustado por las preguntas en torno a la represión militar, los campos de concentración y las masacres que a diario diezman a la población civil en esa nación, según reportó la agencia AFP.
El asunto pudo haber quedado en el anecdotario periodístico de Walters, de no ser porque al Asad –como un cliente insatisfecho– reclamó el trato dispensado ya que la cita le había sido conseguida por su asistente de prensa, Sheherezad Jaafari (que a juzgar por el nombre debe ser muy diestra contando cuentos).
Resulta que el gobierno sirio contrató, a precio de oro, a varias empresas de relaciones públicas para “pulir su imagen” y presentar la marca Siria como el “Paraíso de Alá” en la tierra, obviando el feo dato de casi diez mil muertos en la guerra civil contra ese régimen.
El “enjuague” periodístico incluyó un reportaje en Vogue a la primera dama Siria, conseguido por medio de la firma Brown, Lloyd & James, donde la compararon con una “rosa en el desierto”. Como María Antonieta, mientras en Siria despanzurraban niños ella compraba zapatos, joyas y candelabros en París.
Como parte de esa cadena de transmisión, la sagaz Jaafari consiguió la entrevista exclusiva de Al Assad con Bárbara Walters, ilusionado porque la relacionista pública le garantizó que “la psicología americana es muy fácil de manipular”, reveló el Daily Telegraph .
Al Assad despidió a Jaafari y esta le pidió trabajo a Walters, quien interpuso sus buenos oficios con sus amigos de la cadena CNN, la Universidad de Columbia y varios contactos en Inglaterra. En varios correos electrónicos, revelados por el Daily Telegraph , Walters y Jaafari se tratan con mutuo cariño: una le dice “querida niña” y la otra le responde “madre adoptiva”.
Ya, durante el mandato de Ronald Reagan, la incuestionable periodista se había metido en un lío ético similar al entrevistar en su programa 20/20 al traficante iraní de armas Manucher Gorbanifar. Ella aceptó remitir al presidente Reagan un memorándum de Gorbanifar sobre el escándalo de la venta de armas al gobierno iraní, aderezado por sus comentarios personales, sin consultar a sus jefes de ABC y violando las severas normas éticas que rigen la relación de los periodistas con el Gobierno.
A principios de este año Walters sufrió otro descalabro: rodó por una escalera durante una recepción en la casa del embajador británico en EE. UU. y se partió la frente, informó en esa ocasión la agencia Reuters. Después la aquejó la varicela y su compañera en The View , Whoopi Goldberg, expresó que “todo es el resultado de una niñez atrasada”.
Bárbara Walters es una veterana cara, libre e incómoda pero creíble y con experiencia, que se niega a ser material desechable, aún en una sociedad que le rinde culto a la juventud.
Hoy, a los 84 años, sigue rompiendo moldes porque pareciera que solo la muerte la jubilará, en contra de quienes piensan que debería estar en un asilo, jugando bingo o zurciendo medias.