Nicanor Parra murió oficialmente en abril del 2010 en boca del entonces presidente (y ahora reincidente) de Chile Sebastián Piñera quien, con ocasión del Día del Libro, lo consignó erróneamente entre una lista de poetas “que ya nos dejaron”.
No se puede morir más oficialmente que por decreto ejecutivo y en democracia. El tipo amenazaba con pasarse de centenario. Había que tomar medidas. Era eso o la vida eterna.
El deceso que reportaron los diarios esta semana no fue más que una treta antipoética, largamente anticipada, para cumplir la voluntad del autor de tener la última palabra.
Había alcanzado la edad de 103 años, pero incluso en sus últimas décadas de producción logró escapar de la gravedad del patriarca, y sus poemas, artefactos, hojas y discursos seguían pareciendo más los de un radical punk que los de un eterno candidato al Nobel.
Nunca ha estado claro si fue un hombre quien escribió sus poemas, o si fueron los poemas los que manufacturaron al hombre. Había una teatralidad en él que no se sabe si empezó como impostura, pero que en todo caso se convirtió en carácter.
Así, salía de un restaurante despidiéndose con un “Heil Hitler” que la gente le devolvía cortésmente como si nada. Él explicaba que para lograr eso “lo importante es el tono en que usted lo dice”.
Hay un aura especial en las palabras de Parra. Fue así como logró, después de siglos, que la poesía en español volviera a sonar natural sin volverse plana. ¿Cómo puede ser tan vital y relevante un poeta que escribió su obra gruesa hace más de medio siglo?
Es fácil despachar ahora tantas cosas de otros grandes como Octavio Paz o Rafael Alberti, por ejemplo. Sin embargo, hasta los más insulsos pastiches de Nicanor Parra parecen guardar una vigencia aplastante. Parra rara vez se siente árido.
Creemos ser país / Y la verdad es que somos apenas paisaje, escribió él sobre su Chile natal. Pero esos versos bien podrían ser el lema de todos los procesos políticos actuales. Parra tiene un olfato agudo para el exceso de fingimiento y la falta de autocrítica.
Conductor de palabras
Joseph Brodsky entendía al poeta como el más eficiente conductor eléctrico de la lengua. Pues bien, Nicanor Parra fue una regleta conectada a todos los aparatos transmisores de palabras de su tiempo: la literatura, sí, pero también la ciencia, la publicidad, el eslogan, la canción, el testimonio.
“El hombre es una ameba gigante que se nutre de lo que encuentra a su paso”, declaró una vez Parra; y el crítico William Rowe tomó esta definición al pie de la letra al describir la poesía del chileno como una ameba capaz de “extraer nutrientes del exterior a través de su membrana… y… reproducirse a través de una división infinita, o, dicho de otro modo, su capacidad de no morir nunca”.
Todo / es poesía / menos la poesía. No se puede ser más lúcido y honesto.
O tal vez sí: La verdad, como la belleza, no se crea ni se pierde / Y la poesía reside en las cosas o es simplemente un espejismo del espíritu. Pero cuidado, porque la mitad del espíritu es materia.
Lo que Parra llamó escandalosamente “antipoesía” ya Gonzalo Berceo lo había llamado siglos antes “román paladino”; es decir, el hablar sencillo, la expresión lubricada por su música pero no empañada por el adorno extravagante.
Contra la poesía de las nubes / Nosotros oponemos / La poesía de la tierra firme / –Cabeza fría, corazón caliente / Somos tierrafirmistas decididos–, declaraba Parra en su libro Versos de salón.
Roberto Bolaño llamaba a esto poesía civil, en oposición a la sacerdotal. Cuánta razón tenía. El sacerdote, que dice hablar por Dios, es el tipo de orador al que más se le nota que habla de sí mismo por antojo. Exactamente lo opuesto del laico Parra.
La experiencia de haber sido maestro de escuela convenció a Parra de abandonar la literatura y dedicarse a anotar las frases de los niños: Durante medio siglo / La poesía fue / El paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / Y me instalé con mi montaña rusa.
Risa aleccionadora
Claro que también hay tiniebla en Parra. No es posible que fuera de otro modo en alguien que vivió tanta Historia. No obstante, en él gana la risa, la cual por iconoclasta no deja de ser aleccionadora.
Aprovecho con gran satisfacción / Esta oportunidad maravillosa / Que me brinda la ciencia de la muerte / Para decir algunas claridades / Sobre mis aventuras en la tierra, / Más adelante, cuando tenga tiempo, / Hablaré de la vida de ultratumba. // Quiero reírme un poco / Como lo hice cuando estaba vivo: / El saber y la risa se confunden…, dicen los versos iniciales de ese gran poema-epitafio Lo que el difunto dijo de sí mismo.
Esta triste ocasión de su obituario me parece también el mejor momento para reconocer que leerlo siempre me hace sentir que la poesía puede ser una actividad alegre, afirmativa: Cuidado, todos mentimos / Pero yo digo verdad. // La matemática aburre / Pero nos da de comer. // En cambio la poesía / Se escribe para vivir.
Parra es un poeta con un paisaje, un acento y un suelo, pero irremediablemente excede lo chileno. Ahí donde Neruda es siempre telúrico, temblor de corteza y patria, Parra es abisal y tectónico, depósito de todos los estratos de la lengua. La suya es una voz con la autenticidad impersonal de eso que llaman “pueblo”.
Es ante todo un desintoxicante. Se adelanta una buena década, creando, de hecho, una “tercera vía” al cambio retórico “de los nerudianos a los vallejianos”, que Saúl Yurkiévich describió tan sagazmente en la poesía latinoamericana tras la Revolución Cubana, una revolución que no tardó en reclamarle a Parra su irreligiosidad política.
Parra también profetiza y desnuda el horror de los años de Pinochet, aunque su decisión de quedarse en Chile hizo que muchos lo vieran como colaboracionista.
La conciencia y la dignidad de Parra siempre fueron un bien privado. Por eso se dejó cobrar una millonada en sus últimos años por hacer un comercial de leche sin que eso le restara integridad personal o artística. ¿Quién más puede hacer eso?
Es más cool que un modelo joven, confiesa Leila Guerriero. Quizá eso fuera producto de su experiencia fungiendo toda una vida como pararrayos de antipatías y adoraciones.
Vigor intacto
Es impresionante que un autor tan poco conocido por sus ensayos poéticos haya sido capaz de partir en dos la crítica y la poesía hispanoamericana moderna a punta de actitud, inteligencia y buen humor, hasta el punto de que se siga debatiendo si cada nuevo brote de poesía “exteriorista” o “popular” viene de Parra o es otra cosa.
Lo cierto del caso es que ha sido muy difícil superar su idea de “antipoesía”. Sus mutaciones son impredecibles; su vigor sigue intacto. Otra vez, Parra es una ameba.
En medio de la actitud provocativa y el personaje magnético quedan sus poemas y, en ellos, la vida que brota como un don de siempre, para ojos atentos y pacientes, en esa música esdrújula de Parra: Todo está en su lugar; las golondrinas / En la torre más alta de la iglesia; / El caracol en el jardín; y el musgo / En las húmedas manos de las piedras.
Queda también una ética intacta del sufrir y el perdonar: Padre nuestro que estás donde estás / Rodeado de ángeles desleales / Sinceramente: no sufras más por nosotros / Tienes que darte cuenta / De que los dioses no son infalibles / Y que nosotros perdonamos todo.
Queda también el sentimiento trágico de que existir también puede ser horrible, y que persistir en ello entraña una nobleza, la de enfrentar lo ordinario con generosidad laboriosa: Todo hombre es un héroe / Por el sencillo hecho de morir / Y los héroes son nuestros maestros.
Nicanor Parra rejuvenece todo lo que toca. Pasará un buen tiempo antes de que el pretérito de la muerte deje de estrecharle en la pretina.
Mariposa
En el jardín que parece un abismo
La mariposa llama la atención:
Interesa su vuelo recortado
Sus colores brillantes
Y los círculos negros que decoran las puntas de las alas.
Interesa la forma del abdomen.
Cuando gira en el aire
Iluminada por un rayo verde
Como cuando descansa del efecto
Que le producen el rocío y el polen
Adherida al anverso de la flor
No la pierdo de vista
Y si desaparece
Más allá de la reja del jardín
Porque el jardín es chico
O por exceso de velocidad
La sigo mentalmente
Por algunos segundos
Hasta que recupero la razón.
Cambios de nombre
A los amantes de las bellas letras
Hago llegar mis mejores deseos
Voy a cambiar de nombre a algunas cosas.
Mi posición es esta:
El poeta no cumple su palabra
Si no cambia los nombres de las cosas.
¿Con qué razón el sol
Ha de seguir llamándose sol?
¡Pido que se le llame Micifuz
El de las botas de cuarenta leguas!
¿Mis zapatos parecen ataúdes?
Sepan que desde hoy en adelante
Los zapatos se llaman ataúdes.
Comuníquese, anótese y publíquese
Que los zapatos han cambiado de nombre:
Desde ahora se llaman ataúdes.
Bueno, la noche es larga
Todo poeta que se estime a sí mismo
Debe tener su propio diccionario
Y antes que se me olvide
Al propio dios hay que cambiarle nombre
Que cada cual lo llame como quiera
Ese es un problema personal.