Las ganas de no hacer nada y la terrible necedad de seguir haciendo… fue el título de la primera exposición en Subsuelo y, a la vez, una declaración de intenciones. Arte y artistas que rara vez encuentran su lugar en espacios oficiales; una prueba, con sus errores, de cómo montar una exposición con estos trabajos; una llamada de atención a públicos nuevos o en busca de novedad. Ante la lentitud que percibían en el medio, querían contribuir a que algo se moviera.
Subsuelo ocupa el espacio de Veinti4/siete (del coleccionista Christian Lesko), en un nicho bajo la famosa balaustrada de barrio Otoya, en San José; es decir, 150 metros al norte del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo o de la esquina del reloj de sol del Centro Nacional de Cultura (Cenac, antigua Fanal). En gran medida, la motivación de los artistas Róger Muñoz y Kenneth Coronado para emprender este proyecto provino “del no saber”. Bullían las ganas de moverse, de abrir al mundo ideas sobre la producción y la exhibición de arte que requerían un sitio sin las restricciones usuales de un museo o una galería.
A modo de desafío, Subsuelo se ha planteado buscar más libertad en los montajes y en la producción crítica en torno a los artistas con quienes trabajan. Ocupan un espacio que, al menos por este año, les servirá de escenario para cuestionarse lo asumido y lo no sabido sobre el arte contemporáneo en Costa Rica. ¿Para qué surgió el espacio? “Para hacer cosas porque no pasaba. Hay como un lentitud, todo es muy institucionalizado”, afirma Muñoz. “Es muy importante que se hagan proyectos de artistas para artistas. Otra razón es dar visibilidad a otras personas que no han tenido tanta oportunidad dentro del sistema”.
Desde abajo
La prueba empezó con Las ganas de no hacer nada… en agosto y setiembre del 2019, donde expusieron obras de Indio Guitzu, Esteban Mora y Daniela Sánchez, artistas que, según Muñoz y Coronado, les interesaban en parte porque no suelen participar del circuito institucional del arte. El trabajo de los tres nace y circula por Internet; no se realizó necesariamente con miras a exponerlo, pero Subsuelo reunió estos “cadáveres del ciberespacio que rebotan de carpeta en carpeta” (como lee el texto curatorial de Muñoz y Mora).
Con imágenes manipuladas de Melissa Mora, reuniones de avatares de la cultura popular y videoensayos sobre política y estética, esta primera exposición subrayó el interés de Subsuelo por apartarse de los circuitos establecidos del arte del país, así como por el humor y la cultura digital. “Lo que me interesa del proyecto es la oportunidad de tener un espacio como nos dé la gana, gestionar desde esa posición cuasianárquica, y el aprendizaje que eso conlleva. Tenía cero experiencia en cuestión de curaduría y producción de eventos culturales. Es una oportunidad de aprender, de crecer”, dice Coronado.
El siguiente proyecto de Subsuelo surgió de una conversación entre una docena de estudiantes de arte, invitados para compartir sus obras, carpetas, referentes y metodologías. No se buscaba una exhibición, sino una reflexión sobre la práctica artística y el lugar de cada uno en el paisaje. Como dice Muñoz, “Uno no trabaja para una pieza, sino un proyecto de vida”.
Jóvenes liberales, que tendrá continuidad, emergió “en un contexto de crisis fiscal, recortes presupuestarios al sector cultural, precariedad generalizada de la labor artística, carencia de espacios e instituciones culturales”. Nada de eso se ha detenido y puede empeorar; lo que no puede cesar es el pensamiento ni la acción desde el arte mismo.
Con los participantes, Muñoz y Coronado realizaron “sesiones críticas” en Subsuelo y en TEOR/éTica: “Fueron evolucionando; lo que teníamos claro era conocerlos, ver el portafolio, y luego estábamos metidos participando para que fuera horizontal y discutiendo nuestro trabajo con ellos también”, describe Coronado. Asimismo, la conversación abría la oportunidad a cada artista para enunciar su postura desde el error, desde el “no saber”, de modo que sus prácticas podrían nutrirse de las visiones de los demás, sentados en círculo a su lado.
Más allá de un formato expositivo, la conversación los llevó a cerrar el ciclo con una serie de fanzines como una forma de expandir la reflexión y de trasladar la práctica a otros medios que podrían circular más fácilmente entre públicos más jóvenes. Nuevamente, humor e Internet destacaban como puntos comunes: “En el proceso de trabajo con todos nos dimos cuenta de la importancia que tenía Internet en la socialización, en la forma de entender las imágenes, de construirlas”, dice Muñoz.
Para ambos artistas, es fundamental enfatizar la obra en sí: su contexto, su producción, el trabajo del artista. “Es trabajo que necesita un espacio, que necesita ser mostrado”, dice Muñoz. No se puede obviar que escasean los espacios para exponer obra nueva de artistas emergentes de forma profesional, pero más allá de eso, Coronado y Muñoz lamentan la falta de discusión crítica.
El trabajo colectivo en sí, con su apertura,puede transformar la práctica de cada artista al confrontarlo con otras formas de entender el proceso. “Hay que privilegiar el conflicto y la confrontación para producir un intercambio, pero que no sea forzado. Si uno exige a que el arte tenga un mayor nivel, los trabajos de uno también tienen que darlo; es un trabajo conjunto”, dice Muñoz.
Hacia arriba
El 2019 cerró con agenda apretada. En noviembre, Lucía Howell exhibió Estados, “una exploración de las lecturas y posibilidades de un escenario”, con obra gráfica y performance; las imágenes del proyecto muestran la potencia de un espacio de reducida escala, donde todo puede desplegarse para resonar con la obra y desprenderse del atiborramiento o su opuesto, las paredes muertas, que suelen poblar mayores salas. Diciembre llegó con otro evento representativo del ethos de Subsuelo: una venta de arte a precios accesibles, con trabajo de artistas como José Rosales, Gala Berger, Adrianne Robert y otros colaboradores del proyecto.
La investigación del arte en Costa Rica se perdería de mucho si no está llevando el pulso —agitado, irregular— de los espacios autogestionados y proyectos independientes en la última década. Si bien no se ciñen a la mera reacción ante las instituciones oficiales, pueden exigirles cambios; aunque no todos se mantienen por más de unos cuantos años, proveen, aunque sea brevemente, un espacio de intercambio económico, intelectual y técnico que puede tener repercusiones duraderas. ¿A qué responde, ante qué sucumben, a quién convocan, qué logran? Se puede imaginar un mapa que, además de un listado de lugares, trazara la circulación entre ellos, el peregrinaje de sus artistas y la dimensión de su resonancia.
Durante el año, Subsuelo seguirá poniendo a prueba su nicho en Otoya. El 6 de marzo, a las 7 p. m., Marcela Araya exhibirá una instalación de inflables relacionados con su observación de las economías informales de San José. La “cartografía visual” que traza del desplazamiento de vendedores ambulantes y su transformación del paisaje capitalino se traslada a su quilting de plástico y otras piezas.
Posteriormente, Araya se sumará a la gestión de Subsuelo. En los próximos meses, se realizarán grupos focales con Sofía Villena para discutir sobre el estado de la producción artística contemporánea, revisiones de portafolios por parte de curadores invitados, exposiciones de artistas como Natalia Rodríguez (México), Andrés Murillo y Rebeca Martínez, y múltiples actividades más (ver recuadro).
Lo que sigue está por verse. ¿Qué es y qué será Subsuelo? “No sé”, dice Muñoz. “Hacer lo que nos da la gana. No depender de nadie para hacerlo”.
Bajo tierra
Subsuelo es un espacio gestionado por Kenneth Coronado y Róger Muñoz desde setiembre del 2019, aliado con Veinti4/siete.
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Durante marzo, Muñoz y Rebeca Ramírez ocuparán el espacio como taller, con aperturas ocasionales para el público.