A menos que todas las encuestas estén equivocadas, o que a última hora ocurra un radical un cambio de intenciones, Andrés Manuel López Obrador será elegido el domingo presidente de México. Más aún, la coalición que domina podría controlar el Congreso. Esta virtual certeza inquieta, pero no sorprende.
Inquieta, porque los ímpetus populistas, las confusiones programáticas y la intransigencia de AMLO, como se le conoce, podrían asestar un golpe demoledor a las instituciones (de por sí débiles) y el desarrollo (errático, pero continuo) de su país. No sorprende, porque la violencia, la corrupción y la impunidad, fuentes de profundo enojo entre los mexicanos, se encargaron de abrirle camino. Un sistema electoral sin segunda vuelta, que otorga el triunfo al más votado, facilitará su tarea, aunque las últimas encuestas lo favorecen con alrededor del 50 %.
Si en mis manos estuviera, escogería a José Antonio Meade, el más competente y sin historial alguno de corrupción, pero con un pecado capital: fue postulado por el gobernante PRI. Por esto ocupa el tercer lugar, tras Ricardo Anaya, del centroderechista PAN, en coalición con el izquierdista PRD, estancado en cerca del 25 %.
El enojo de la población toca al conjunto de la élite política mexicana, pero el gran blanco, y también instigador, es el presidente Enrique Peña Nieto. Su gran éxito y aporte ha sido impulsar un conjunto de reformas de modernización socioeconómica (en energía, educación, telecomunicaciones y trabajo, entre otras) vitales para el progreso de México. Su gran fracaso, cercano a la maldad, reproducir, no frenar los peores vicios de corrupción y turbiedad del PRI, generar un clima de violencia recargada y cesar sus impulsos iniciales en pro del Estado de derecho. El asesinato impune de 43 estudiantes de Educación en el 2014, con complicidad de cuerpos policiales, destaca por su perversión.
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Con su imagen de incorruptible, AMLO es una marca a la medida para ganar. Como eventual presidente, la situación se ve muy distinta. Porque si insistiera en gobernar desde el simplismo de sus propuestas, mantener sus contradicciones, desconocer los criterios técnicos y poner a su voluntarismo personal sobre las instituciones, el resultado sería catastrófico, para México y América Latina.
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Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).