El éxito en el rápido desarrollo de las diferentes vacunas contra el SARS-CoV-2, causante de la covid-19, generó esperanza en una pronta terminación de la crisis sanitaria, económica y humanitaria. Pero las vacunas desarrolladas hasta el momento no cortan los contagios, debido a que no impiden que el virus se aloje y prolifere en las mucosas, específicamente en los senos paranasales, lo cual descarta que se alcance la inmunidad de rebaño, definida como un fenómeno bioestadístico en una población cuando parte de ella se ha hecho inmune a una enfermedad.
Es decir, los vacunados son tan peligrosos como los no vacunados. En este sentido, fue un error eliminar el uso de mascarillas, sobre todo, en lugares no ventilados, como hicieron en Nueva York e Israel.
No debería extrañarnos. Otras vacunas tampoco cortan la propagación de los gérmenes, entre ellas, las que se administran contra la rabia, la meningitis, el tétanos, la difteria, la meningitis, el rotavirus, la tosferina, la tuberculosis, el herpes zoster, los neumococos, la gripe o la fiebre amarilla.
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Desde el punto de vista práctico, las vacunas que producen inmunidad de rebaño, como la del sarampión y la viruela, se clasifican en la categoría de «externalidad positiva», porque producen un beneficio a quienes no se vacunaron.
En la categoría de «externalidad negativa», figura el medicamento biológico contra la covid-19, pues aun los inoculados pueden seguir transmitiendo el virus a los no vacunados, específicamente a los inmunosuprimidos o con las defensas bajas.
Además, como lo que experimenta el mundo es una sindemia, los países deben atender las debilidades sociales, echar mano de las «vacunas sociales», tales como el acceso a la higiene y lavado de manos con agua potable y, sobre todo, combatir la pobreza y el desempleo.
Lo anterior no es una apología contra las vacunas, ya que estas sí disminuyen los efectos del SARS-CoV-2 y previenen muertes. A la vista está que la mayoría de los hospitalizados no están inoculados. Este es un llamado a seguir respetando los protocolos sanitarios.
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El autor es salubrista público.