El 23 de febrero del 2014, un día antes de cumplir 51 años, Margarita Araya Rosales salió a caminar por Tibás, como solía hacer a diario. Solo que esa vez sintió un ahogo nunca antes percibido. “Una tos, un desconsuelo, como una sensación rara en el estómago”, recuerda.
La maestra de Educación Especial, quien pocas veces se incapacitó en casi 34 años de trabajo ininterrumpido, terminó ese día en Emergencias del Hospital México con una noticia que la paralizó: “hay que operarla a corazón abierto”.
El diagnóstico fue estenosis aórtica severa, un daño en la válvula aórtica que le cortaba el flujo sanguíneo y la tenía a punto de sufrir una muerte súbita.
Ocho años, una cirugía y dos derrames cerebrales después, Margarita está en pie de lucha. Continúa recuperándose de las secuelas de estos tres episodios como paciente cardiovascular, un escenario en el cual jamás imaginó estar cuando apenas traspasaba el umbral de los 50.
Araya forma parte de uno de los grupos de enfermos que apoya la Asociación Costarricense de Pacientes Cardiópatas Rehabilitados (Acocare).
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Dicha organización se ha convertido en mano derecha de varios hospitales de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) en la fase de atención comunitaria de quienes han sufrido infartos, derrames o problemas valvulares.
La docente jubilada, hoy de 59 años, cuenta su historia para que sirva de ejemplo a médicos y pacientes sobre la relevancia de la rehabilitación cardíaca, una atención que se debe dar de por vida con apoyo hospitalario y grupos como Acocare. Este es su relato:
“‘¿Qué pasa si no me opero?’, le pregunté al doctor. Me explicó que los pronósticos de esa cirugía eran buenos, pero que si no me operaba tendría tres o cuatro años de expectativa de vida pero sin buena calidad. Decidí operarme.
“Esa fue la segunda hospitalización en toda mi vida. La primera fue cuando estaba muy chiquilla y me quitaron las amígdalas, algo muy lejano en complejidad a este recambio valvular.
“Entré un 23 de febrero y me operaron un 26 de marzo porque tuve que esperar a que se desocupara alguna cama del sétimo piso, donde está Cirugía de Tórax. El 2 de abril ya estaba en la casa.
“Fueron varias horas. Usaron una bomba de circulación extracorpórea. Una enfermera de sala me dijo que el corazón se portó muy bien. Mis riñones y pulmones reaccionaron. Después de la operación, duele todo muchísimo. Uno siente que le pasa un tren por encima, se devuelve y le vuelve a pasar”, recordó.
Cambio a la fuerza
“En mi familia paterna todos han padecido del corazón, pero ninguno llegó a mis extremos. Antes del evento que me dio, yo caminaba cuatro o cinco kilómetros varias veces a la semana. No era tan sedentaria. Desde jovencilla andaba en bicicleta y patines pero sí es cierto que, en los últimos años y por tanto trabajar, me había engordado. Llegué a pesar 86 kilos y mi peso máximo es de 70.
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“Trabajaba tanto que no tenía tiempo para hacerme exámenes. Fue cuando caí en Emergencias que me di cuenta de que el colesterol estaba pasado de los límites normales, pero no había problemas de azúcar.
“Mi corazón estaba diciendo ‘pare, póngase viva. Coma bien, cuídese, haga ejercicio. Estabilícese’. El cuerpo me estaba avisando. Lo escuché cuando ya estaba en el hospital.
“Después de la operación, me refirieron al Centro Nacional de Rehabilitación (Cenare), en donde hice los tres periodos del programa, de mayo a octubre del 2014. Pero cuando esto termina uno tiene que buscar cuál gimnasio lo recibe o qué hace para continuar solo con la rehabilitación.
“Los gimnasios no lo quieren recibir a uno porque somos, hasta cierto punto, un riesgo. Aquí es cuando aparece Acocare, que en ese momento estaba empezando.
“En febrero del 2015, otra vez para la fecha de mi cumpleaños, me dio un derrame cerebral que yo atribuyo a que me quitaron temporalmente la warfarina (el anticoagulante que tomamos los pacientes cardíacos) para hacerme una limpieza dental.
“El derrame comprometió el lado derecho de mi cuerpo. No podía ni escribir. Quedé bastante comprometida. Eso fue el 17 de febrero, y el 21 tuve otro accidente vascular cerebral. Fue mi segundo cumpleaños internada.
“Pasé del Hospital México al Cenare internada para rehabilitación física, funcional y terapia del lenguaje. Cuando me da el segundo derrame, un neurólogo me pronosticó que no volvería a caminar o hablar, que tenía que buscar una trabajadora social para que me ayudara a resolver el cuido de mi mamá, adulta mayor, a quien yo atendía.
“De lo que él me dijo más bien cogí impulso y salí adelante. Durante tres meses, estuve firmando los documentos con la huella digital, pero llevando mucha terapia. Mis compañeras de Educación Especial me iban a ver mientras estaba internada. Iban a aprender las terapias al Cenare para luego ir a dármelas a mi casa.
“Todo esto ha sido un ‘estate quieta’ legítimo. Hoy, me siento muy bien. Ya estoy pensionada. Obviamente dejé de trabajar en la casa porque, además, soy psicopedagoga. Tuve que decir no más a las consultas en la casa.
“Me levanto temprano y camino tres veces a la semana. Con Acocare me conecto miércoles y sábado. Yo cuido a mi mamá porque el hermano que lo hacía falleció. Estamos reorganizando a la familia en esto.
“Con el apoyo de la Asociación, he aprendido que la salud está en mis manos. Puede haber muchos medicamentos, pero si yo no acato todo lo que me han enseñado y no sigo las reglas, puedo volver atrás”, aseveró.