En menos de cinco años, Manuel Calvo Picado sobrevivió en dos ocasiones a las ondas expansivas de un rayo durante sus labores como mecánico de aviación.
Este vecino de Alajuela, de 68 años, ya está pensionado y durante unos 40 años laboró para la Cooperativa Autogestionaria de Servicios Aeroindustriales (Coopesa), en el sector oeste del aeropuerto Juan Santamaría.
La primera vez que recibió el impacto indirecto de un rayo fue el 30 de setiembre del 2015 a la 1:09 p. m. Estaba con otros dos compañeros reparando el fuselaje de un Boeing 737 de Bolivia, cuando de repente un rayo cayó en la aeronave. Su compañero Guido Villalta Acuña, estaba sentado en un compartimento y fue el que llevó la peor parte, ya que la corriente le quemó un pie.
“Yo vi un un poco de chispas donde él estaba, mientras que a otro compañero que estaba detrás de mí, llamado José Torres Aragonés, la onda lo tiró de espalda varios metros y cayó al pavimento. Yo quedé de pie, pero sentí como una presión que me entró por las piernas y siguió hasta arriba por todo el cuerpo, pero no tuve tiempo de asimilarlo, porque Guido lloraba y gritaba diciéndome que le quitara el zapato porque se estaba quemando”, dijo.
De inmediato, Calvo procedió a ayudarle y recuerda que la corriente del rayo le quemó a Villalta el calcetín y se lo deshizo, lo que le produjo quemaduras que lo tuvieron incapacitado varios días. Sin embargo, los tres mecánicos lograron sobrevivir.
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Las ambulancias llegaron rápidamente y los trasladaron primero a la Enfermería y luego al Hospital San Rafael, en Alajuela, donde les hicieron radiografías, electrocardiogramas y exámenes de laboratorio. Luego los valoraron en el Centro Nacional de Rehabilitación del Instituto Nacional de Seguros y, a los tres días, los dos que estaban menos afectados volvieron a trabajar.
“Uno lo que siente no es corriente eléctrica, sino como un peso, como un temblor que le recorre el cuerpo”, explicó Calvo. Ese día no estaba lloviendo, solo caía una garúa, pero sí había tormenta eléctrica.
Cuatro años después, el 9 de octubre del 2019 casi al mediodía, don Manuel estaba con otros cuatro compañeros trabajando en un avión Embraer. Recuerda que estaba por despegar otra aeronave que estuvo en reparación durante cuatro años en Coopesa y había unas 20 personas esperando para verla elevarse.
En eso, empezó una tormenta, por lo que la brigada de seguridad de la empresa ordenó a todos movilizarse hacia el hangar, pero como Calvo estaba trabajando en la cola de otro avión le tomó varios minutos recoger la herramienta para guarecerse. “En el momento en que estaba agarrándome del andamio para bajarme, cayó un rayo. Ahí sí sentí que me entró un chispero por el brazo izquierdo y me dejó paralizado. Me gritaban ‘bájese’, pero yo no tenía forma de moverme. Recuerdo que otros compañeros también salieron heridos, porque la descarga los botó y se golpearon mucho. Los vi caer como castillo de naipes”, dijo.
Poco después, los brigadistas le ayudaron a bajar. Los cinco heridos fueron trasladados al centro médico y luego de los exámenes, todo salió bien.
“Todavía no había empezado a llover, fue un rayo esporádico. Cuando oímos, fue un bombazo y todo mundo cayó. Yo estaba arriba y no pude bajarme. Fue hasta dos horas después, en el hospital, cuando volví a mover el brazo progresivamente”, sostuvo.
Hace poco, don Manuel estuvo con Oscar Víquez, uno de los impactados del 2019. Dice que quedó con cierta afectación en el brazo derecho pues, a raíz de la descarga, se cayó de un estand y se lo fracturó. “Ahora lo que hacemos es reírnos al recordar lo vivido”, acotó.
Aunque Manuel Calvo estaba pensionado desde el 2015, de vez en cuando lo contrataban temporalmente algunas compañías y por eso estaba laborando cuando lo sorprendió la segunda descarga. Dice que siempre le gustó la mecánica de precisión y que, si no fuera por un rodilla que tiene afectada, todavía estaría trabajando en eso. Se especializó mediante cursos en Coopesa y aprendió a reparar superficies de vuelo, trenes de aterrizaje y otras partes estructurales de los aviones. A eso dedicó casi toda su carrera laboral.
“Yo tuve mucha suerte. Cada vez que hay tormenta, me acuerdo de esas veces. Los aviones tienen muchos dispositivos de seguridad que atraen los rayos, por eso ahora los administradores de Coopesa usan una aplicación y, apenas detectan rayería en un radio cercano, se suspenden todos los trabajos a la intemperie”, dijo.
Afirmó que vive agradecido con Dios porque le dio dos oportunidades de seguir adelante. A quienes trabajan a la intemperie, les recomienda acatar todas las medidas de seguridad “porque con los rayos no se juega”.
Agregó que si a él y a sus compañeros los afectó el fuerte golpe de la onda expansiva, se imagina lo fulminante que puede resultar una descarga directa.
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