A los 96 años, postrado en una silla de ruedas desde un tiempo atrás, el realizador de cine, hombre de teatro y director de ópera, Franco Zeffirelli, se afanaba para darnos una nueva versión de La Traviata, ópera de Verdi que él amaba.
La vida no se lo permitió. En medio de ideas y de más ideas para dicho trabajo, hubo de dejar la silla de ruedas porque lo sorprendió la muerte el 15 de junio del 2019. Zeffirelli había nacido en Florencia el 12 de febrero de 1923. Murió en Roma.
Amante de la ópera, hizo distintas producciones en varios países, por lo que su nombre pronto corrió por dicho medio y lo convirtió en uno de los mejores amigos de la diva operática María Callas. Esa amistad se reflejó en su último filme (2002): Callas forever, donde el actor Jeremy Irons aparece como si fuese “el otro yo” del propio Zeffirelli.
En Costa Rica, por razones obvias, fue más conocido por su trabajo como director de cine, por títulos variados que se recordarán con disímiles juicios. Por ejemplo, con La Traviata, de 1982, aún recuerdo ver el cine Magaly a sala llena, de manera sorpresiva, y al público (melómano o no) disfrutar de la exquisitez escénica de ese filme.
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También recuerdo cuando fui a ver El campeón (1979). La gente salía llorando. Al ver la película, lo entendí: ¡cuánta capacidad comunicativa lograba Zeffirelli, que a la gran mayoría de espectadores le era imposible no llorar!
Franco Zeffirelli tenía un aforo especial para conectarse con el público en medio de la brillantez escénica de sus filmes. No se me olvida el apego de los espectadores a dos éxitos anteriores suyos: Romeo y Julieta (1968), la mejor versión –al momento– del texto de Shakespeare, y la bondad presente en Hermano Sol, hermana Luna, acercamiento hippie a la vida de ese gran hombre que fue Francisco de Asís.
Ese éxito se le repetiría con un serial televisivo que a Costa Rica llegó en dos entregas al cine: Jesús de Nazaret (1977), donde la gran calidad estética hizo más válido el mensaje cristiano en su opción por los pobres, algo extraño en un director que nunca fue políticamente revolucionario.
El rostro del actor Robert Powell, quien hacía de Jesús, llegó a venderse como especie de estampa religiosa y llegamos a verla pegada en distintos lugares y hasta en hogares.
La calidad y el resultado crítico no fueron iguales para una película que sí fue éxito comercial y aún se recuerda, su Hamlet, con Mel Gibson. Lo cierto es que, película a película, Franco Zeffirelli consolidó un arte y un nombre que comenzó allá, cerca de los directores del entonces neorrealismo italiano, y con su primera película: La mujer indomable (1967).
En octubre del 2018, ante la decadencia y la falta de creatividad del cine de Hollywood, Franco Zeffirelli hizo una afirmación que más bien parece dicha por el cineasta brasileño Glauber Rocha (del Cinema Nôvo brasileño); dijo: “La renovación del cine saldrá del Tercer Mundo”.
El autor es crítico de cine y teatro