Nunca antes, desde la existencia de las tres organizaciones, se había producido una muestra de solidaridad estratégica y funcional tan sólida como la que dieron el jueves la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Grupo de los 7 (G7) y la Unión Europea (UE). Aunque nada garantiza que se mantenga en los meses que vienen, su actitud, convertida también en decisiones, debe ser bienvenida.
En reuniones sucesivas, las tres instancias, que agrupan en distintas composiciones a las principales democracias industrializadas de Europa, Norteamérica y Asia, se comprometieron a mantenerse unidas en su respuesta contra la invasión de Rusia a Ucrania. Por esto, decidieron incrementar su asistencia al país agredido, extender las sanciones económicas contra el agresor y reforzar el flanco este de la Alianza Atlántica. Esto incluye el envío de contingentes militares a Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, que se añaden a los ya existentes en Polonia, Lituania, Estonia y Letonia.
Además, fue clara la advertencia sobre las consecuencias que traería el uso de armas químicas, biológicas o nucleares para doblegar las defensas ucranianas. Esta alerta estuvo acompañada por la decisión de enviar al gobierno de Kiev equipos para neutralizar los terribles efectos que traería un giro de esa índole en el conflicto.
Entre otros anuncios adicionales, Estados Unidos se comprometió a recibir 100.000 refugiados ucranianos, donar mil millones de dólares a los países europeos que acogen sus mayores flujos y despachar más y más modernos armamentos a Ucrania.
Más aún, el viernes, en una reunión con Ursula von der Leyen, presidenta de la UE, Joe Biden se comprometió a tomar las medidas necesarias para garantizar, de aquí a fin de año, el envío a Europa de 15.000 millones adicionales de gas licuado desde Estados Unidos, un paso fundamental para reducir su dependencia energética de Rusia. Alemania, el principal importador europeo de gas ruso, y que se ha mantenido opuesto a toda acción que implique cortar las importaciones de hidrocarburos desde ese país, anunció un proceso que concluirá a mediados del 2024 con su liberación total de tales suministros; la UE, en conjunto, espera lograrla en el 2030.
La amplitud y contundencia de las medidas ya vigentes, más las anunciadas el jueves, han impuesto un costo casi devastador a la economía y al régimen de Vladímir Putin, que se incrementará conforme pase el tiempo. Entretanto, y a pesar de la heroica y eficaz resistencia de los ucranianos y los enormes reveses sufridos por las torpes y desmoralizadas fuerzas terrestres rusas, la atroz ofensiva continúa, ahora mediante la destrucción de ciudades con misiles de largo alcance.
En estas condiciones, surgen tres grandes preguntas. La primera es si la estrategia seguida hasta ahora por los aliados occidentales será capaz de frenar la agresión, lo cual parece improbable en lo inmediato, a menos que se imponga un boicot total sobre las importaciones europeas de gas y petróleo rusos, algo descartado por el momento. La segunda es si conforme pase el tiempo se mantendrá la ejemplar unidad demostrada hasta el momento y reflejada en los encuentros del jueves. La tercera pregunta es si las sanciones, aunque no frenen la agresión, por lo menos serán capaces de imponer costos tan enormes que hasta la propia supervivencia de Putin llegue a estar en peligro. Esto dependerá, en gran medida, de la unidad aliada y de la posibilidad rusa de obtener respiros económicos de China, la India y otros países asiáticos, altamente consumidores de hidrocarburos, que se han mantenido al margen del conflicto.
Estamos, por desgracia, ante una situación extremadamente compleja, en que las atrocidades continúan cada vez con mayor ensañamiento, una victoria rusa o ucraniana no parece posible a corto o mediano plazo, y el impacto de las sanciones, aunque determinante, no incidirá de inmediato en esta variable. En tales condiciones, la unidad democrática contra los agresores se torna aún más determinante. De ahí la importancia de la solidaridad demostrada por la OTAN, la UE y el G-7 a un mes de la invasión. Lo mejor sería que el próximo paso de Putin sea negociar de buena fe con Ucrania y, así, buscar una salida diplomática a un sanguinario conflicto con un solo gran responsable: él mismo.