A inicios de esta semana, Cynthia Sandí amaneció sumida en tremendo déjà vu . Contaba los días para el inicio del Mundial de Brasil, como si las páginas del calendario aún tuvieran estampado el 2014.
El trago amargo que le costó su tiquete a la Copa del Mundo ya no la mortifica. Las palabras “vamos a prescindir de sus servicios” quedaron tan sepultadas como las mofas de quienes insistían en que Tricolor sería la “cenicienta” entre el Grupo de la Muerte.
Seducida por los encantos del país de la samba , Sandí había prometido que estaría presente para cuando el pitazo arbitral decretara el inicio de la fiesta del fútbol. El sueño lo compartía, desde Sudáfrica 2010, con su entonces novio.
La relación acabó y las posibilidades de que Costa Rica consiguiera su cuarto pase a un mundial parecían ilusorias. Sin embargo, Sandí insistió en comprar un club de viajes. “Fuera la Sele o no, yo iba a ir; fuera alguien conmigo o no, yo iba a ir”, recuerda a un año de la que, recalca, fue la “mejor experiencia de su vida”.
Ocho meses antes del Mundial, acudió a una entrevista en un hotel, en busca de un puesto como recepcionista. “Expliqué que tenía programado un viaje para junio. (El administrador) me preguntó que para dónde iba y yo le conté que iba al Mundial. Me dijo que no había problema y que él también iba a ir , que hasta nos podíamos ver allá”, dice.
Pocos días antes de partir, supo que su jefe tendría que ver los partidos por televisión. Supo también que la firma de sus vacaciones nunca se concretaría: “ahorita”, “ahorita”, “ahorita”... Cynthia se subió al avión con aquella palabra aún retumbándole en los oídos, y con un papel en blanco que la esperaría en San José. “Me fui casi sabiendo que iba a perder el trabajo” , rememora.
Cada vez que habla de sus días en el Mundial, los ojos brillan como dos enormes lentejuelas de un traje de carnaval. Mientras la Sele hacía historia al abatir cuatro veces los marcos de Uruguay e Italia; casualmente, el bien parecido recepcionista del hostal en el que la tica se hospedaba anotaba otro gol que le agitaba las pasiones. Eran octavos de final; era un idílico romance. Brasil no la quería soltar.
“Pensé en quedarme y luego dije: ‘No, jamás, Cinthya. ¿Cómo va a ser tan irresponsable? Usted tiene un trabajo. ¿Cómo va a dejar todo botado por un partido más?’”, admite. “Yo sabía que si me quedaba, perdía todo... Al final fue casi todo”.
Un jueves, sin más remedio, se cambió la camiseta de la Sele por su uniforme de recepcionista. “(El jefe) ni siquiera me dejó sentarme. Me hizo firmar los papeles del permiso y luego me despidió. Me dijo: ‘No creás que es nada personal’, y yo le dije que sabía perfectamente cuál era la razón”, asegura Sandí.
Ha pasado un año y aún lleva en su muñeca una pulsera de hilos tricolores. Todavía le brillan los ojos y la razón sería difícil de rebatir: al día siguiente le ofrecieron un trabajo a tiempo completo como profesora de español para extranjeros y ahora es analista de crédito de una multinacional. “Que me despidieran es una de las mejores cosas que me ha pasado. Lejos de hacerme un mal, me hicieron un bien”.