El granero en Hacienda La Central, ese edificio del siglo XVIII cerca del Parque Nacional Volcán Turrialba, se derrumbó. Con más de 150 años dominando con su inconfundible arquitectura los potreros de la zona, el edificio sucumbió a la pesada acidez de las emanaciones del macizo.
El depósito quedó tendido en los terrenos de Hacienda La Central, un negocio familiar para atención de excursionistas que está a unos cinco kilómetros del parque nacional.
El granero sirvió primero para guardar cosechas y suministros agrícolas cuando se erigió a finales del siglo XVIII por parte de sus dueños originales, Chico Gutiérrez y Florentino Castro.
Su diseño era un abierto contraste con cualquier otro inmueble, principalmente lecherías y casas. Su estampa distinta lo hizo así un punto de referencia social y visual.
La edificación incluso se hizo con acero importado de Europa, explicó Hugo Zeledón; uno de los administradores del negocio actual.
A finales de los años 70, Hacienda La Central fue comprada por Nago Montero, actual propietario, quién empezó entonces a trabajar en agricultura y ganadería; hasta convertirse en uno de los primeros productores que sembró papa en esa zona.
El fruto de ese trabajo le permitió introducir mejoras en el edificio original, explicó Zeledón.
Sin embargo, los metales que sirvieron de esqueleto para la estructura finalmente cedieron este mes debido a las cenizas y gases ácidos que por años el volcán volcó sobre esa zona.
“Cuando pasó el huracán Otto, aquí recibimos mucha agua y la parte trasera del granero empezó a derrumbarse. Ahí empezó a inclinarse hacia un lado. Ya no se podía restaurar y eso que había recibido en el tiempo una serie de mantenimientos como vigas de soporte interno”, explicó Zeledón; casado con Gabriela Montero, la otra administradora de Hacienda La Central e hija del dueño.
Zeledón lo explica fácil: “Los vapores del Turrialba siempre terminan comiéndose los metales”.
Antes de ceder, la pintoresca edificación se había vuelto el corazón de la vida comunitaria pues a lo largo de las décadas su techo y paredes interpretaron distintos papeles para la vecindad: se usó como salón de baile, como sala de cine, como aula para clases de catecismo y hasta para enseñanza del idioma inglés.
En últimos años, fue el protagonista de cientos de fotografías hechas por visitantes que posaron frente él con el Turrialba de fondo o retrataron únicamente al granero que, en algunas imágenes, luce más grande que el propio volcán debido al encuadre fotográfico.
Raúl Mora Amador, vulcanólogo de la Universidad de Costa Rica y frecuente visitante del volcán desde hace 25 años, explicó que justo al pie del edificio las autoridades de seguridad hacían los habituales retenes para impedir el ascenso de visitantes al parque cuando la actividad volcánica aumentaba.
“Esa área es uno de los puntos donde la caída de cenizas y gases ácidos nunca cesa y carcomen los materiales. Recordemos que, fuera de la etapa de erupciones en últimos años, el volcán siempre lanzó gases y volvió muy ácido el ambiente en es región”, explicó.
Zeledón mismo confirmó que no hay alambre de púa, tornillos, clavos o latas de zinc que soporten la acidez que desprende el coloso.
Sin embargo, la historia del granero podría tener un segundo capítulo.
Zeledón agregó que la madera del granero permanece intacta y el grupo familiar valora reutilizarla para construir algún tipo de edificación donde mantener vivo el recuerdo del depósito original.
“Viera cuántas personas nos han comentado de recuerdos y vivencias por familiares que trabajaron alguna vez en el granero o porque siempre lo habían considerado como otro vecino de aquí, por eso queremos ver cómo reutilizar la madera y hacerle algún tipo de exposición fotográfica para recordar su historia”, comentó Zeledón.