Jairo Mora y su colega Vanessa Lizano solo pedían una cosa : compañía de la Policía a la hora de caminar por playa Moín, en Limón, para estudiar las tortugas como parte de un proyecto de conservación.
La muerte de Mora , ocurrida en mayo del 2013, truncó dicho proyecto. Dos años más tarde, biólogos del Centro Científico Tropical (CCT) retomaron esa investigación.
Esta vez sí se cumplió la solicitud de Mora y Lizano: los científicos recorren playa Moín en compañía de la Fuerza Pública y la empresa de seguridad privada K9 Internacional, quienes se suman a los patrullajes como voluntarios.
De hecho, Mora y el biólogo de CCT, Didiher Chacón, fueron quienes levantaron la línea base para el estudio. Eso quiere decir que recopilaron datos en los 18 kilómetros de playa, los cuales servirán de punto de partida para realizar comparaciones en el tiempo y, así, saber si llegan más o menos tortugas en determinado año.
Este es el segundo año en que funciona este proyecto, el cual pretende estudiar y proteger a la tortuga baula, la especie más grande de quelonios y la más amenazada, cuya temporada de anidación se extiende desde marzo hasta agosto.
En el 2015, se lograron contabilizar 18.000 huevos de baula, verde y carey. Este 2016, en el periodo comprendido entre el 1.° de marzo y el 5 de mayo, se reubicaron 108 nidos, con 8.712 huevos, solo de baula.
Grupos. Para realizar su trabajo, los biólogos y policías se dividen en dos grupos: uno patrulla propiamente en la playa y el otro, en el camino paralelo. Esto constituye una carrera contra los hueveros, para ver quién llega primero.
De hecho, en mayo, durante un patrullaje nocturno en que participó un equipo de La Nación , se comprobó que a dos de los nueve nidos detectados, se les habían extraído huevos. En uno, dejaron 30, y en otro, 36 de los 80 huevos que, en promedio, tiene un nido.
Cada vez que los científicos salen al campo, siguen un protocolo, y esa noche no fue la excepción. Así, al avistar una tortuga, cuyo caparazón suele medir entre 130 y 175 centímetros , esperan a que el animal entre en trance para tomar los datos.
Luego, colocan una bolsa reutilizable en el nido –cuya profundidad puede estar entre 75 y 90 cm– para que el quelonio deposite los huevos y así trasladarlos más tarde al vivero. Estos no deben quedarse en la playa porque pueden ser robados, otros animales podrían extraerlos o el agua de mar terminaría dañando el nido.
Mientras uno de los biólogos está con los huevos, el otro se da a la tarea de medir el ancho y largo del caparazón; anota la fecha, hora, marea (alta o baja) y la posición de la tortuga.
También registra cómo viene la tortuga. Si presenta cortes en las aletas o golpes, ya que ese dato puede ser útil en el análisis. También se observa la biota (como moluscos) que trae adherida al caparazón.
“Por ejemplo, cuando se hacen estudios de isótopos estables (nitrógeno y carbono), esa biota sí da mucha información. A partir de esta, uno podría saber dónde se alimentó esa tortuga. Sabemos que las baulas de aquí, por ejemplo, se alimentan en aguas frías entre Estados Unidos y Canadá”, explicó Luis Fonseca, biólogo de CCT.
Luego se busca si está marcada. Los biólogos utilizan marcas de monel (aleación de níquel y cobre) para identificar a las hembras. Colocan dos por animal y cada una de estas posee un número de identificación que es único.
Los datos recopilados en estas faenas se comparten con otros proyectos en el país (como el de Pacuare) y en otros países del Caribe a través de la red de Widecast. Esto permite darles seguimiento a las tortugas, para así conocer sus rutas migratorias y el uso de hábitat.
Eso ha posibilitado, por ejemplo, saber que las baulas del Caribe tico son fieles a un área geográfica y no necesariamente a una playa; es decir, una hembra puede desovar en Moín y Gandoca.
Vivero. Contrario a otros proyectos de tortugas que realizan el conteo de huevos en playa, por seguridad y tiempo, en Moín se hace en el vivero.
Este se ubica en la estación biológica y está sobre una terraza para evitar que la marea alta lo dañe. Tiene capacidad para albergar 320 nidos. Allí, los biólogos cavan un agujero en la arena a una profundidad promedio de 80 cm. Antes de depositarlos en el nido, se cuentan los huevos fértiles y vanos.
Primero se colocan los fértiles y luego los vanos, los cuales darán calor al nido.
Como las tortugas definen el sexo a partir de la temperatura del nido, la mitad de los nidos están al sol y la otra bajo sombra.
En el 2015, el promedio de eclosión (abrirse) fue 60% “El porcentaje está entre lo normal. En 20 años, en playa Gandoca, el rango estaba entre 45 y 70%”, explicó Fonseca.
Como, al inicio de temporada, el vivero no estaba listo, los primeros nidos se colocaron en incubadoras. “Este no es un método perfecto, pero lo hicimos para no perderlos. Es más difícil regular la temperatura en las hieleras”, dijo Luis Fonseca de CCT.
Un nido demora entre 55 y 65 días para eclosionar, así que en junio se esperan los primeros nacimientos.
Terminal. Según Silvia Gamboa, gerenta de Ambiente y Sostenibilidad de APM Terminals, este proyecto forma parte de los compromisos adquiridos por la empresa por los años que durará la construcción de la nueva terminal de contenedores.
“Estamos ayudando a proteger 18 km, aunque la terminal solo afecta 2 km”, dijo Gamboa.
Ese compromiso se extenderá a los 30 años de la concesión. “Lo que hemos visto es que este proyecto tiene gran potencial de educación ambiental y turístico. Como ya sabríamos –gracias a la ciencia– cuántas tortugas vienen y de cuáles especies, se podría impulsar una actividad sostenible para la comunidad”, manifestó la funcionaria de APM Terminals.
El turismo de observación de tortugas daría una oportunidad a las comunidades de Moín y Matina de tener ingresos.
“Hay comunidades que tienen una necesidad muy grande y subsisten del consumo y venta de huevos de tortuga que, aunque es una actividad ilegal, les genera un ingreso. Estamos trabajando en conjunto con las comunidades para convertir este proyecto de conservación en una actividad sostenible que, en vez de generarles $1 por huevo, puedan cobrar $20 a un turista por ver la tortuga viva”, dijo Gamboa.