La galería Joaquín García Monge –ubicada detrás del Teatro Nacional– se convirtió , la noche del jueves, en una tienda o almacén de esos donde el comprador llega, compra el trozo de tela que quiere y se va feliz para su casa. La única diferencia es que, en lugar de tela común y corriente, allí se vendió el arte a pedazos.
De esta forma, la artista costarricense Sila Chanto cerró su exposición Kiloarte , un proyecto que usó la pintura, la publicidad y la parodia para criticar el mercado y consumo del arte: la especulación con los precios de las obras de arte, el bombardeo de la publicidad para que la gente compre y hasta el uso de la pieza artística.
“No creo que la crítica tenga que ser un panfleto o moralizante. Yo hice una parodia sobre el arte y su consumo. Este proyecto fue una catarsis y el final de un ciclo como artista. Ahora busco otras direcciones”, afirmó ayer Chanto.
Repartición. Armada con una cinta métrica y una tijera, la artista repartió entre sus clientes un rollo de lienzo de 25 metros de largo y 1,70 metros de ancho.
Esta pieza fue creada en el 2004 en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, en Cartago, cuando Chanto puso la tela en el piso e hizo que una multitud con los zapatos llenos de tinta caminara sobre ella.
Era un enorme grabado, donde las huellas de las suelas de los zapatos se repetían con exactitud. Sin embargo, dejó de ser copia única cuando fue cortado en pedazos.
“El público, convertido en coleccionista de retazos, interviene como socio y cómplice de la artista. Participa directamente en la metamorfosis de la obra: la destrucción del proyecto inicial y el nacimiento de decenas de obras originales”, expresó Elizabeth Barquero, curadora de la galería.
Todo esto se acompañó de una intensa campaña publicitaria –correos electrónicos, grabaciones y video– en que la obra de arte se promocionó como cualquier otro producto de consumo con frases como “No se haga rollos, consuma Kiloarte ” o “Hágase coleccionista de artes y partes instantáneamente”.
Mucha irreverencia. La obra tenía un precio variable, dependiendo del corte que el cliente quisiera o pudiera comprar. Para ello, la galería mostró una tabla con planes para todos los gustos: desde el pedazo básico de 10 centímetros de largo por 10 centímetros de ancho, a ¢1.000, hasta trozos enormes que superaban los ¢100.000 y ¢200.000.
Además, la publicidad de Kiloarte incitaba al comprador a que hiciera con su pedazo de obra lo que quisiera, incluso se sugirió que podría ser usado para confeccionar un bolso o para tapar un hueco en el pantalón. Sin duda, una irreverencia, ya que el mercado insta a que el comprador coloque “su inversión” en un sitio de privilegio.
El público, integrado por artistas, curadores y curiosos, se apuntó al juego y se llevó muchos pedazos de la obra.
“Me parece muy válido el cuestionamiento de Sila. Es interesante que esta exposición y la del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo reflexionen acerca del mercado del arte y del valor de las obras”, comentó María José Monge, joven curadora.