Hace justamente tres años, la revista Time imprimía en su portada un placer prohibido de la edad adulta: una pareja se tendía a gusto en la arena, brindaba sonriente con copas de vino. La clase de vacaciones de playa con las que se dan el lujo de soñar quienes no tiene niños pequeños a su cargo.
La vida libre de hijos , celebraba el título.
“¿Qué pasa cuando tenerlo todo significa no tener hijos?”, se preguntaba la periodista Lauren Sandler antes de comenzar a contar la historia de uno de los factores más complejos detrás de la tasa de natalidad más baja que había tenido Estados Unidos en ese entonces.
El reportaje hablaba de una decisión individual, un estilo de vida. Las mujeres a las que entrevistó Sandler lo tenían “todo”: habían logrado un grado de educación superior, tenían un trabajo satisfactorio.
En lo romántico, las que tenían pareja estaban contentas y las que no también.
Pese a que todos los indicadores socioeconómicos las colocaba en posición de poder mantenerlos, ninguna quería tener hijos.
“Me encantan los niños. Solamente que no necesito tener uno”, repetían en revuelta contra un sobrentendido rol reproductivo.
Medio siglo después de la explosión demográfica de la historia –el llamado baby boom que ocurrió después de las significativas pérdidas humanas de la Segunda Guerra Mundial–, el escenario de cambio tiene ahora dos nombres. Unos se llaman a sí mismos los childless , a los que les faltan los hijos, otros prefieren decirse los childfree , los que sienten liberados por no tenerlos.
En la última década, las consecuencias de ese estilo de vida se ha convertido en un cambio poblacional marcado: los organismos mundiales de demografía aseguran que las proyecciones que se hicieron para este periodo en la década de los noventas no se han cumplido del todo.
El Observatorio Demográfico 2015 publicado en mayo por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Celac) describe que en 1990 se esperaba que la población de América Latina creciera en un promedio de 8,7 millones de personas al año. En realidad, la población ha crecido 6,8 millones de personas al año. Un 21% menos de la expectativa.
Y aunque es fácil proyectar que va a pasar numéricamente con ese descenso en la fecundidad – es inevitable un proceso acelerado de envejecimiento de la región–, lo más difícil de visualizar es que la decisión de no tener hijos significa uno de los cambios más contundentes en la estructura social de nuestra historia.
Las mujeres deciden
“La cantidad de dinero que está gastando la prensa simplemente en descubrir si estoy o no estoy embarazada (como por millonésima vez... pero quién está contando) apunta a perpetuar esta noción de que las mujeres que no están casadas con hijos son incompletas, fracasadas o infelices”, escribía hace unas semanas a modo de queja la actriz Jennifer Aniston en The Huffington Post.
Con esas palabras, Aniston abrió el debate que hace tres años Time describía a grandes rasgos: en el tema reproductivo las mujeres son el género que ha tomado control sobre la conversación. Su criterio se unía al de otras celebridades que en algún momento habían expresado que se sentían completas tomando la alternativa sin hijos: figuras como la presentadora Oprah Winfrey o la política Condoleezza Rice.
“Un primer indicador de que Costa Rica forma parte de este fenómeno mundial es la caída de la tasa de fecundad”, asegura la socióloga María Flórez-Estrada.
Hace cinco años, la investigadora publicó el libro De ama de casa a ‘mulier economicus’. En ese momento, su investigación incluía entrevistas con mujeres profesionales que trabajaban en instituciones públicas.
A partir de su análisis, Flórez-Estrada describe cambios significativos en los esquemas familiares: menos amas de casa, más trabajadoras profesionales. En la transición entre ambos perfiles el mismo vínculo: la postergación o completo rechazo a su maternidad.
“En Costa Rica la tasa de fecundidad está por debajo de la tasa de reposición”, asegura. Ese dato al que se refiere la socióloga se trata de la cantidad de hijos que puede tener una pareja para reponer estadísticamente a sus padres: 2,1 por cada mujer.
El Instituto Nacional de Censo y Estadística (INEC) ha reportado un descenso sostenido en el número de hijos que tienen las mujeres ticas en edad fértil –15 a 44 años según la Organización Mundial de la Salud–.
La última cifra que se maneja al año 2015 es de 1,8 niños por cada mujer. Hace tres décadas, en 1985, esa tasa era de 3,4 niños por cada mujer costarricense.
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“Eso se debe a varias causas: mayor acceso a anticonceptivos modernos, mayor nivel educativo en las mujeres. Si ve los datos, mientras más educadas son las mujeres, menos cantidad de hijos tienen. Por otro lado, me parece importante resaltar este fenómeno que llamaría el resultado del avance de las ideas feministas”.
Esas “ideas feministas” de autonomía de la mujer han causado varias revisiones a lo que significa ser madre de manera cultural y, por ende, ha influido en que las mujeres estén más dispuestas a diseñar un plan de vida distinto a las familias que eran tradicionales hasta el siglo XX.
“Hay un cambio cultural en la mentalidad de las mujeres. En mis investigaciones encontré que también hay otros cambios que indican que hay virajes en la manera de pensar en las mujeres”, describe la socióloga.
“Algunas ni siquiera quieren ser madres. Dado el peso cultural para que las mujeres sean madres, una mujer que se quedaba soltera era mal vista. Las mujeres rebotan esa presión social y hoy día tienen otros planes. De acuerdo a lo que yo investigué quieren viajar, comprarse un carro, una casa y, eventualmente, pensarán si quieren ser madres. Y si quieren ser madres tendrán un hijo o dos máximo”, asegura sobre el fenómeno.
No obstante, aunque la educación profesional y la autonomía que recuperan las mujeres sobre la administración de sus cuerpos y sus carreras, existen otros fenómenos que también han frenado la procreación.
“En la economía agraria, el modelo económico ocupaba que el hombre trabajara y la mujer se quedara en la casa cuidando a los hijos. Con el cambio de modelo económico, el salario se va a convirtiendo en individual en vez de ser un salario familiar”, detalla Flórez-Estrada. “Los hogares no pueden sobrevivir con un solo salario. Ese es otro elemento que lleva a disminuir el número de hijos e hijas en la familia o a pensar en no tener hijos: económicamente, ya no está garantizado que los hijos que Dios te mande vengan con el pan bajo el brazo”.
Un futuro distinto
Las circunstancias de esos adultos jóvenes estadounidenses difieren de los jóvenes de América Latina.
Por razones históricas, los países latinoamericanos han defendido la educación pública superior mientras que los préstamos estudiantiles han condenado a 43 millones de estadounidenses a pagar sus estudios en lo que resta de sus vidas.
La educación religiosa de la región lationamericana también ha tenido una fuerte incidencia en el abordaje al rol de la mujer y la responsabilidad que tienen las parejas heterosexuales de crear descendencia.
“Estos matrimonios que no quieren hijos, que quieren permanecer sin fecundidad. Esta cultura del bienestar que hace diez años nos convenció: ‘Es mejor no tener hijos’ ¡Es mejor! Así puedes ir a conocer mundo, de vacaciones, tener una villa en el campo, estás tranquilo’… Quizás es mejor, más cómodo, tener un perrito, dos gatos y así el amor va hacia ellos ¿es verdad o no? Y al final este matrimonio llega a la vejez en soledad, con la amargura de la soledad mala. No es fecundo, no hace lo que Jesús hace a su Iglesia: la hace fecunda”, pronunciaba hace dos años el Papa Francisco en una homilía.
No obstante, la difusión de la cultura estadounidense primero por medio del cine y la televisión y, luego, por medio de las redes sociales, ha sido motor de un significado de matrimonio y pareja fuera de las responsabilidades del Catecismo.
“Efectivamente, sin duda alguna, la globalización (influye) al hacer sociedades más abiertas y en las que el que el intercambio es más fluido y más rápido”, corrobora Flórez-Estrada. “Encontré que las mujeres que entrevisté estaban muy conectadas a las redes. Planteo que el fenómeno se acentúa con las redes sociales, con la inmediatez de estar al día con lo que pasa en otros países. En nuestro caso, también planteo como hipótesis pero no lo he investigado que el turismo también tiene que haber llevado a la gente a replantearse cosas”.
Aunque tanto el reportaje de Time como la investigación de Flórez-Estrada abordan al fenómeno de quienes no tienen hijos por elección desde la decisión femenina, es justo decir que también es un estilo de vida que se toma en pareja. Lo que ocurre es que, a la fecha, la gestión y parto son procesos biológicos exclusivos de la mujer.
Según datos generados por el equipo de Data de La Nación a partir de la Encuesta de Hogares 2015 del INEC, un 3,5% del total de hogares está conformado por una pareja –en unión libre o casada– que tiene una mujer en edad reproductiva y que no vive con hijos. En el 60% de esos casos, tanto el hombre como la mujer trabajan.
En el escenario de un cambio demográfico como el que proyecta la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, ese número no es despreciable. El futuro que proyectan sus informes no describe el apocalipsis demográfico de la especie humana pero sí un cambio inesperado: procrear no es una prioridad.