Una hamburguesa o un chifrijo son como el diablo para ellos. Ingerir cualquiera de los dos sería un acto de terrorismo contra su estilo de vida.
Resulta que ellos solo comen alimentos saludables, sin preservantes, con probado valor nutricional y la adecuada manipulación previa, no importa el precio que deban pagar por ellos ni la distancia que deban recorrer para conseguirlos.
Su filosofía no suena mal de primera entrada. Sin embargo, paulatinamente, sus conductas se vuelven obsesivas y compulsivas. Pasan varias horas de la jornada planeando el menú que se comerán a lo largo del día. Se sienten superiores y se aíslan del resto de la gente, a menudo porque prefieren pasar grandes períodos en ayuno si no tienen a su alcance la comida “correcta”. Y en dicho grupo no se incluye ningún alimento transgénico ni industrializado; tampoco las grasas, los productos animales o los azúcares.
Así son quienes sufren de un trastorno alimentario llamado ortorexia, que se define como la obsesión patológica por comer alimentos sanos, un mal del que se tiene conocimiento desde 1997 y que, en el último lustro, ha adquirido auge en el mundo occidental.
En Costa Rica, no hay datos de cuántas personas han sido atendidas por ortorexia en la seguridad social, mas se habla de una cantidad creciente. Además, los expertos insisten en que es un trastorno que fácilmente pasa inadvertido, pues quienes lo presentan logran disfrazar su obsesión como una conducta sana.
Pese a que creen que su cuerpo es un templo, su estilo de vida los puede llevar a padecer de desnutrición y de otros males. Así lo explica el nutricionista José Pablo Valverde Díaz.
“Así como pueden tener exceso de vitaminas y minerales, presentan deficiencias en proteína y hierro; creen que están comiendo sano pero se están haciendo un mal. Pueden desarrollar problemas en la piel o se les cae el pelo. La grasa, por ejemplo, posee vitaminas liposolubles y, si no las consumen, tendrán problemas”, indicó.
Vulnerables
Las personas más propensas a padecer de ortorexia son las mujeres, los deportistas y los adolescentes, destacó Valverde, quien añadió que es común que personas que hayan sido anoréxicas en el pasado, sean luego ortoréxicas.
Si bien hay una predisposición genética para presentar esta forma de conducta, el componente psicosocial es de suma trascendencia. La psicóloga Graciela Vásquez Sancho señala que los ortoréxicos son personas muy metódicas y estructuradas, en algunos casos, con trastornos obsesivos compulsivos.
“Entre sus síntomas, suelen tener rituales y estrictos esquemas; nada puede salirse de sus planes. Prefieren no asistir a una reunión familiar o perderse el paseo con los amigos ante el riesgo de que no haya comida saludable; o bien preparan sus propios alimentos y los cargan consigo a todo lado”, resaltó.
Como una de las causas de este trastorno, Vásquez citó el bombardeo de información vinculada a la importancia de comer saludablemente y de llevar una vida balanceada, un mensaje que difunde tanto la publicidad de ciertos productos comerciales como las campañas de salud del Estado o de organismos internacionales.
Ahora bien, la experta subraya que tampoco se puede catalogar de ortoréxico a toda persona que coma sanamente, haga deporte o sea vegetariana, pues el trastorno solo se registra cuando la conducta se torna obsesiva. ¿Y cuándo se cruza esa frontera? La especialista señala que una buena pista es determinar cuánto invierte la persona planeando su dieta del día; si pasa más de tres horas, hay que encender la luz de alerta.
Para tratar la ortorexia se requiere ayuda profesional, tanto desde la psicología –para entender el porqué del desorden y corregir diversas conductas– como desde la nutrición, para establecer nuevas estrategias de alimentación.
Algo imperativo es que la persona admita que tiene un problema; que comprenda que por comerse un chifrijo o una hamburguesa, el mundo no va dejar de girar.