
Madrid. Si la del martes fue la noche más corta del año para los españoles, la de ayer se les hizo eterna. Desde que el estadounidense Jozy Altidore abrió el marcador, el resto de la semifinal por la Copa Confederaciones transcurrió en cámara lenta para quienes veían el juego en esta ciudad.
En bares, restaurantes y oficinas de Madrid, la angustia no hizo más que crecer frente a las pantallas. El partido casi de trámite que, desde días atrás, los diarios, la radio, la televisión y la mayoría de los españoles habían puesto en el bolsillo de su equipo, se estaba convirtiendo en el final de un récord y una hazaña para los estadounidenses.
Y con el segundo tanto de los norteamericanos al 74’, las esperanzas de ver a la “mejor selección del mundo” en la final se vinieron abajo. Unos minutos después del pitazo final, las calles madrileñas regresaron a una calmada rutina.
Las camisetas rojas que durante todo el día fueron mayoría, eran casi imperceptibles en las aceras, los autobuses y el metro, donde cientos volvían a casa sin un motivo para celebrar y con la resignación de acostarse temprano.
Solo unos pocos seguían vestidos con los colores del campeón europeo, pero para verlos había que entrar en los bares, donde se quedaron rumiando la derrota.
Cerca de la medianoche, en las veraniegas terrazas de Gran Vía, Cibeles, Sol y Plaza Mayor, nadie hablaba de futbol. La mayoría de quienes caminaban por las principales aceras de Madrid eran turistas de un sinfín de nacionalidades. Aunque, por alguna obvia razón, los grupos de rubios angloparlantes eran especialmente notables.
Incluso algunos de ellos eran de los pocos vestidos de rojo, ignorando quizá la proeza que acababa de realizar su selección de soccer .
Si la “noche de San Juan” es la más corta del año y está llena de celebraciones, la de ayer no tuvo ese tinte de alegría.