Uno sabe que los días, los meses y los años no son más que una invención convencional de la ciencia, para ordenar el devenir sempiterno del tiempo, que no hay ayer ni mañana, pues solo el hoy es palpable. Sin embargo, el jueves percibí a flor de piel esa sensación, cuando la televisión proyectó su gesta olímpica de Atlanta 96, desde el Georgia Tech Aquatic Center.
Como si ayer fuera hoy, con los nervios crispados y una emoción inexplicablemente inédita, me sumé al “¡vamos, Claudia!” que Luis López Rueda narraba frenético, mientras usted nadaba y avanzaba con su extraordinaria cadencia, forjada a punta de entrega, disciplina, dolor e incomprensión.
¡Qué belleza! La sincronía perfecta de sus movimientos, los planos cercanos de su silueta en el agua, la coreografía de las ondinas en pos de alcanzar la gloria. En aquellos segundos interminables, como si ayer fuera hoy, por momentos me acosaba el temor de que Franziska van Almsick, en teoría, la favorita, le diera caza y la pudiera rebasar. Pero no, usted seguía en ruta, grande, poderosa, técnicamente impecable. Cada vuelta en la piscina de los 200 metros libre, como si ayer fuera hoy, hacía crecer mi ilusión. “¡Vamos a ganar, vamos a ganar!”, me decía por dentro. ¡Qué locura!, ¿verdad!?
Por fin, el cierre. El tiempo y el oro: 1.58.16. El memorable instante en que usted toma la banderita de Costa Rica, al pie de la banqueta. Después, el Himno Nacional, su elegancia, su belleza, su personalidad. ¡Sus lágrimas! Y las mías. Tuve que meterme al baño haciendo cucharas, no fuera a ser que mi mujer comprobara ahí mismo lo que desde hace varios años sospecha: que a mí me falta un tornillo.
Pensé también en el artífice de María del Milagro, de Monserrat, de Carolina, de Marcela, de Sylvia, de Claudia… Aquel cholillo guanacasteco a quien don Alfredo Cruz Bolaños enseñó a nadar en su academia, con tal de que doña Marta Espinoza, madre de Francisco y servidora de don Alfredo, alejara el temor de que su muchachito se ahogara en la piscina.
Pendejo que es uno. Mire usted, llorar por lo que aconteció hace dos décadas. Pero, es que, para mí, la vida es intemporal, interminable. De manera que hoy, como si fuera ayer, permítame expresar… ¡Grande, Claudia! ¡Gracias otra vez!