Jorge Vargas Cullell y cómo un maestro lo retó a convertirse en intelectual

Al repasar sus 63 años de vida, el director del Programa Estado de la Nación destaca, entre sus memorias, varios hechos que explican el ser humano que es

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En compañía de su tía, el pequeño Jorge Vargas Cullell visitó a un maestro de Matemática en tiempos en que San Isidro apenas era un caserío en el Valle de El General, más montaña que otra cosa. Con cierta frecuencia, el niño iba a ese lugar pues vivió varios años ahí con su familia mientras su padre realizaba su servicio social como médico rural.

Ya para entonces, el adolescente de 12 años tenía fama de avispado. Su tía, muy orgullosa, lo puso a prueba frente al maestro: “Vea qué bien mi sobrino. Jorge, ¡sume!: cuarenta más...” Él, ni lerdo ni perezoso, respondía sacando pecho. Pero sucedió algo que marcaría al jovencito Vargas Cullell para toda su vida. A sus 63 años, destaca lo ocurrido entre sus memorias más importantes.

“Mi tía empezó a ponerme sumas, pero el viejillo me puso un problema y yo no pude. Cincuenta y pico de años después, todavía me acuerdo de lo que dijo: ‘Su sobrino tiene muy buena memoria pero todavía no lo han enseñado a pensar’. Le puedo decir que eso a mí me impactó mucho”.

El maestro generaleño puede que lo supiera o no. Que lo hiciera con intención o no. Lo cierto es que ese día, en esa casita rural de San Isidro de El General, ese docente lanzó un desafío al incipiente intelectual frente a él, a quien dejó pensando.

Ese muchacho de 12 años, transformado en un hombre maduro de 63, tomó en serio el reto del maestro y se convirtió en uno de los analistas e intelectuales más influyentes en Costa Rica y la región.

Pensar, analizar e interpretar son ejercicios constantes en su carrera como sociólogo, y como director del Programa Estado de la Nación (PEN), un centro en el que investigar es una herramienta para promover el desarrollo humano sostenible.

Este Programa es parte del Consejo Nacional de Rectores (Conare), que agrupa a las universidades públicas. Del PEN salen los informes sobre el estado de la educación costarricense, la justicia y de la región centroamericana. Su informe anual es seguido de cerca, pues dibuja uno de los mapas más precisos de la ruta de Costa Rica en todas las áreas de su desarrollo.

Jorge Vargas Cullell sumó al desafío del maestro rural una crianza prolífica en la cual las conversaciones sobre música y actualidad nacional y mundial marcaron sus primeros años de vida y sentaron los cimientos del ser humano que es.

Abangares y Cataluña

Recibió el nombre de su padre, el médico especialista en Radiología, Jorge Vargas Segura, hoy de 95 años, para quien no fue nada fácil salir de los territorios de las minas de Abangares, en Guanacaste, y cumplir su aspiración de ser doctor. Corrían los años treintas del siglo pasado cuando se lanzó a esa aventura.

Formalmente le llaman Jorge, pero entre sus allegados se le conoce cariñosamente como Coqui o don Coqui. Es el segundo de los cuatro hijos que el doctor Vargas procreó con la pianista catalana María Clara Cullell Teixidó (qepd), a quien conoció mientras estudiaba en España.

---

Fue en una pensión del barrio madrileño de Argüelles donde el futuro doctor cruzó palabra con la joven María Clara, quien por esos años estudiaba piano en Madrid.

Dos personas con orígenes diferentes, según el hijo, pero que unieron sus soledades para formar una familia que ha dado frutos en áreas tan diversas como la música, comunicación, derecho o negocios.

“Mi padre nació en la zona minera de la sierra de Abangares, en la época donde el oro se fue a la porra y quedó una zona muy deprimida. Él abandonó esa región durante la época de la Gran Depresión, a finales de los años 20 y durante los años 30. En Abangares, si terminaba la escuela había dos becas para estudiar en el Valle Central y él no se las pegó.

“Pero logró trasladarse donde unas tías para estudiar en el Instituto de Alajuela. Trató de estudiar Medicina pero en Costa Rica no había. Estuvo en El Salvador un rato, intentó ir a Colombia y finalmente pudo ir a estudiar a España”, cuenta Jorge Vargas.

Mientras su papá buscaba cómo hacerse médico, en Barcelona, María Clara Cullell crecía en un hogar de clase media trabajadora, “muy catalanistas”.

“Mi madre con todo el tema de la guerra civil (española) emigró a Chile. Fue criada cuando ese país y Argentina eran los polos culturales de América del Sur. Se formó ahí con pianistas alemanes pero volvió a la España franquista, estudió en el Real Conservatorio de Madrid y conoció a mi papá en la misma pensión donde ella se hospedaba con unas amigas”.

Aunque su padre tenía esposa “apartada” en Alajuela por su familia, Jorge y María Clara formaron un vínculo muy fuerte y, como dicen las historias, pudo más el amor.

“De mi padre destaco fijarse una meta aun cuando pueda parecer muy lejana y tener la disciplina para llegar a ella sin pasarle encima a la gente. El caso de mi madre es similar: era una persona extremadamente disciplinada. Empezaba a estudiar piano todos los días a las 8:30.

“Cuando éramos niños, para que nos calláramos, nos tocaba una sonata de Beethoven: ‘aquí va a aparecer el tigre, y aquí el tren’, nos decía, y así lograba estudiar con cuatro niños. Eso no es sencillo”, reconoce.

Procreado en Salamanca (España), nacido en Costa Rica y educado en México en sus primeros años, Vargas agradece a sus padres la formación dada a él y a sus tres hermanos: María Clara, la mayor, que le lleva dos años y 11 meses y es la única de todos dedicada a la música; Fernando, el tercero de la camada, abogado y empresario; y Jimena, la cuarta, economista y periodista.

“Es una paradoja porque uno siempre los vio como padre y madre y después descubre que fue gente que tuvo importancia en el desarrollo y se abre esa interrogación como hijo: ¿Cómo es que uno no atesoró eso a lo largo del tiempo? Tiene uno que crecer y, en el caso de mi madre, morirse para que empiecen a haber homenajes y uno diga ¡pucha!, ¿era tanta la cosa?”.

---

Vargas se refiere al aporte de su padre como uno de los principales radiólogos del último tercio del siglo XX en Costa Rica. Jorge Vargas Segura se especializó en Radiología en México, y se enfocó en corazón. Fue parte de la primera generación de médicos que ayudaron a construir la Seguridad Social.

María Clara Cullell fue concertista de piano y profesora universitaria emérita. Junto a otros músicos de su época, ayudó a convertir a Costa Rica en un centro musical importante en América Latina.

Como homenaje póstumo, sus hijos crearon el Concurso Internacional de Piano María Clara Cullell, cuya última edición se hizo en el 2017. Por la pandemia, fue suspendido indefinidamente.

Del piano a sociología pasando por el fútbol

Jorge Vargas debe sus manos de pianista a los años dedicados a estudiar ese instrumento. “Duré 14 años pero no llegué a ninguna parte por disciplina. A los 18 años dije: ‘o soy músico profesional o no lo soy’. Eso que uno hace a los 18, cuando las cosas son blanco o negro”.

Es de lo único que se arrepiente al mirar para atrás. Cuarenta y cinco años después, planea regresar a la música como hobby. Conserva un piano familiar pero toca muy poco.

“Es una de las decisiones de las que me arrepiento: no haber usado la música para simplemente fregar, pasarla bien, tocar boleros en lugar de tocar sonatas, ¡pero bueno!”

Su formación no es producto de la educación pública, admite, pero fue por medio de la música y del fútbol que conectó con otros ambientes y personas mientras estudiaba piano en el conservatorio de música, o corrió detrás de una bola como extremo izquierdo y derecho (es ambidextro) en estadios de Sagrada Familia, San Miguel y Orotina.

“Alguna vez entrené y jugué con un equipo de tercera división. Lo único que servía era para las patadas. Después jugué en la universidad, en los campeonatos laborales, en el colegio. No era bueno en técnica pero sí muy rápido”, recuerda con una chispilla en los ojos.

Su pasión por el fútbol creció cuando la familia Vargas Cullell se pasó a vivir al Paseo Colón, a dos cuadras de La Sabana, en San José.

“Para mí era la emoción. Pasaba todo el día mejengueando. A mi mamá no le gustaba porque uno se golpeaba mucho las manos para el piano. Tal vez se preocuparon un poquitillo.

“Dijeron: ‘¿Y este chavalo, qué? ¿La universidad? ¿Ya no quiere estudiar música?’ Pero fue pasajero. Hoy en día el fútbol puede ser una carrera pero en esa época no”, cuenta.

---

Fue en el colegio Saint Clare donde la frase de una profesora le sembró la espinita de la profesión a la cual se dedicaría el resto de su vida.

“‘Tengo un hermano sociólogo que yo creo que, por sociólogo, se volvió loco’, nos dijo. Ahí me pregunté cuál era esa profesión que vuelve a la gente loca y como yo pateaba por las cosas sociales, sin ninguna orientación vocacional, ¡cero!, me metí a eso”.

Jorge padre y doña María Clara, confirma, no dijeron “ni mú” al enterarse de la elección profesional de su hijo. Les preocupó que Jorge se sumergiera en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica en los años 1979-1980, cuando la efervescencia política era el pan de cada día, detonada por el entorno local y regional. Pero respetaron su elección de carrera.

“Era una época complicada: de la revolución sandinista y la contrarrevolución, el golpe de Estado en El Salvador y la lucha armada, los golpes de estado en el sur de América, España saliendo de la dictadura...”

A los 21 años ya era sociólogo y tenía estudios en Economía, una carrera que no terminó, pero que le serviría a la postre.

‘Confieso que he vivido’

Jorge Vargas Cullell sabe que está en el minuto 85 de su personal y particularísimo partido de la vida. Uno que ha tenido sus momentos de dolor que le han dejado grandes enseñanzas.

Recuerda tres: la muerte de su madre, hace 32 años; la de su primera esposa, y la de un amigo de la adolescencia, con quien se tomó la única foto juntos tan solo tres días antes del deceso.

Actualmente, está casado en segundas nupcias con Alexandra Kissling. Aunque no tiene hijos biológicos, considera a los de su esposa como propios.

“‘Confieso que he vivido’, como dice Pablo Neruda. He tratado de hacer las cosas de la mejor manera en el plano profesional. En el personal, también he tratado de ser una buena persona, una que no se avergüence a los 60 y tantos de verme al espejo y decir quién soy y qué he hecho. No me avergüenzo. Eso no quiere decir que soy una estrella ni he pretendido serlo.

“Soy un modelo para armar. Todavía no estoy terminado. Me siento más como un mentor. Mi obligación es dejar lo más posible para que la gente más joven pueda hacer mejor las cosas. Me preocupa enormemente el momento del país. Digo ¿qué está dando la generación nuestra a los que siguen? No es un buen veredicto”, afirma.

Ese “modelo para armar” se mantiene como lector voraz y aprendiz permanente. Lee varios libros a la vez, más allá de los que debe por su especialidad. Veamos por encima un poco del menú bibliográfico de Vargas Cullell:

  • The down of everything (El amanecer de todas las cosas). “Es sensacional. Una revisión para entender el tránsito de la prehistoria a la historia. Tiene 700 páginas y voy por la 150″.
  • Common sense (Sentido común). “Cómo apareció como categoría política y epistemológica en los siglos XVII y XVIII en Inglaterra y en Francia, y cómo se aplica a los problemas modernos en la política”.
  • “Acabo de terminar un libro sensacional: un estudio de la manera en que Shakespeare desarrolla los tiranos, escrito por un ensayista norteamericano”.
  • “Hace dos meses, terminé dos novelas de Abdulrazak Gurnah, premio novel de literatura”.

“Me sacan del mundo constreñido de un país muy pequeño y de la coyuntura. También me ayudan a pensarla. Un libro sobre cómo Shakespeare trabaja los tiranos y cómo alrededor hay facilitadores o los operadores, ayuda a pensar en las situaciones de hoy en día sobre cómo funcionan las cloacas del poder”.

Porque, sí, su oficio lo obliga a pensar en la política pública, en desarrollo, en equidad.

“Pero para pensar esos temas, debo dar un paso más y entender que los seres humanos, en la medida que no hemos cambiado grandemente en los últimos miles de años, tenemos un repertorio limitado de respuestas frente a ciertas condiciones de peligro. Es probable que, aunque las culturas y las condiciones tecnológicas cambien, las reacciones humanas sean muy similares. Ahí es donde la historia ayuda”, afirma.

---

Próximo a pensionarse por vejez con la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS), mantiene en el horizonte dos proyectos cuando tenga todo el tiempo para él: un libro sobre una reflexión sobre el poder, y otro sobre la economía política de Costa Rica.

“Me encantará meterme en una serie de causas en las que ahora no puedo como director del Estado de la Nación. Me interesan mucho los temas ambientales, de emprendimiento e innovación, la creación de oportunidades para las generaciones que van p’arriba…”.

Sobre la política electoral asegura que no le interesa. Además, afirma, como director del PEN “tengo la obligación del celibato”.