
En su rostro hay cansancio, rabia y frustración.
Y no es para menos.
Hasta el 9 de marzo, tras 15 años de trabajo y sacrificios, sus negocios marchaban viento en popa y, pese a las dificultades típicas de cualquier ser humano, era un hombre feliz.
Hoy no puede decir lo mismo. Sus alegrías se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos.
Varios delincuentes alquilaron un local contiguo a su joyería, en Sarchí de Valverde Vega, y, la noche del 9 de marzo, ingresaron para apoderarse de piedras preciosas valoradas en más de ¢300 millones.
“Me debilitaron. Ahora estoy vendiendo varios negocios y pienso dedicarme a los bienes raíces. Las autoridades no han hecho nada”, afirma José Rojas con un dejo de amargura.
El OIJ no ha logrado dar con los hampones y, dos meses después del millonario atraco, las posibilidades de recuperar sus alhajas son remotas.
“Me han robado tres veces: en mi casa, en la calle y ahora en la joyería. No siento que exista una investigación rigurosa. Yo no veo una metodología clara. A veces logran algo, pero por casualidad o accidente”, exclama visiblemente enojado.
Rojas dice conocer el caso de otros joyeros asaltados, ninguno de los cuales recuperó ni siquiera parte de las joyas.
“Muchos están en la quiebra y otros se vieron obligados a cerrar sus negocios”, agrega.
El empresario llama la atención de las autoridades sobre las compraventas o casas de empeño, “a las que nadie controla”.
“Los inversionistas honestos tienen que pagar impuestos por todo, pero el Estado nos tiene abandonados”, advierte.
El joyero recibió numerosas llamadas de personas que aseguraban conocer el paradero de las alhajas y exigían el pago de millonarios montos para devolverlas. Sin embargo, las versiones resultaron falsas.