Por claridad intelectual, confieso que este artículo surge de un breve diálogo con uno de los juristas que más respeto en mi entorno laboral. Tengo una manera muy “directa” (es un eufemismo) de decir las cosas, y mi amigo me recordó la existencia de otras inteligencias.
Pensé, de inmediato, en el paradigma de Daniel Goleman de la inteligencia emocional (1995), el cual estimo muy valioso pero incompleto. Por otra parte, miré mi ámbito y comprendí que no se debe intentar complacer a todas las personas, porque, paradójicamente, se logra el efecto contrario; lo correcto es ser uno mismo con el combo de virtudes y defectos que nos corresponde.
En muchas instituciones públicas y empresas privadas, uno de los criterios para la contratación de personal son las pruebas del coeficiente intelectual. Si tomamos en cuenta que Paul Broca (1824-1880) y sir Francis Galton (1822-1911) fueron de los primeros científicos que pensaron en calcular la inteligencia midiendo el tamaño del cráneo de los humanos, hay avances. Su premisa era que cuanto mayor fuera el cráneo, más lista sería la persona.
El primer test de inteligencia moderno en la historia del coeficiente intelectual fue el elaborado en 1904 por Alfred Binet (1857-1911) y Theodore Simon (1873-1961).
El ministro de Educación francés pidió a estos investigadores crear un instrumento que permitiera distinguir a los niños con retardo mental de los niños con inteligencia “normal”. El resultado fue el test de CI de Simon-Binet.
El CI se calculaba mediante la fórmula (edad mental/edad cronológica x 100). Este test llegó a tener un éxito enorme tanto en Europa como en América. El problema es que la inteligencia es un complejo conjunto de capacidades bastante difíciles de definir, especialmente, si no se hace en relación con un contexto y actividades determinados.
Pero es algo que nadie desearía no tener, pero pocos se quejan de carecer de ella.
Apropiación. La historia del cociente intelectual (CI) fue tal vez el proyecto más ambicioso de una élite por “apropiarse” de la inteligencia. Hay un componente de clase en su historia, que podría marcar un sesgo. Prueba de ello es que Cyril Burt (1883-1971), quien introdujo las primeras adaptaciones de tales pruebas de inteligencia en Gran Bretaña, hizo algunas en alumnos de primaria en la ciudad de Oxford, y en 1909 publicó en el British Journal of Psychology, bajo revisión de sus pares.
Sus primeros resultados: los hijos de catedráticos de Oxford obtenían mejor puntuación que los hijos de personas trabajadoras, lo cual demostraba, según el autor, que la inteligencia es un bien hereditario.
El psicólogo Lewis Terman adaptó la prueba de Binet en Estados Unidos y aseguró que los hispano-indios y los negros contaban con bajos niveles de inteligencia, y predijo que en el futuro se evidenciarían, aún más, “diferencias raciales enormemente significativas” que no podrían ser suprimidas “mediante ningún esquema de cultura mental”.
Fue en ese país donde los test de inteligencia comenzaron a usarse masivamente, en poblaciones escolares o inmigrantes que llegaban para “hacer la América” en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Cualquier parecido con una herramienta de control racista no es coincidencia.
La idea original de Binet había sido desfigurada (suele pasar), ya que para que estas pruebas pudieran aportar información válida las tareas deberían ser reformuladas en función del contexto donde iban a aplicarse. Lo que no sucedió.
Herramienta poderosa. La posibilidad de medir la inteligencia pareció llenar de satisfacción a buena parte de la intelectualidad en las grandes potencias neocoloniales de ese momento, que vieron en ella una poderosa herramienta para darle una justificación pretendidamente científica a su dominación sobre otros pueblos.
En 1912, el alemán William Stern pontificó que un CI de 100 representa una “inteligencia normal”, idea que pervive, siendo que el diseño actual de estos test únicamente mide la llamada inteligencia lógico-matemática y verbal, por lo tanto, dan una visión parcial e incompleta del examinado.
Diversas pruebas psicométricas para evaluar la capacidad intelectual se efectúan hoy en las escuelas, en entrevistas de admisión laboral e incluso se puede comprobar por Internet por simple entretenimiento.
Hay varios modelos y estándares sobre qué es lo que se mide en ellas y para qué, pero, en todo caso, hay un gran consenso en que la “inteligencia” —si fuese posible hallar una única definición científica— es un conjunto complejo de capacidades que no están delimitadas por el código genético. Y, más allá de lo que pueda definir el resultado de cualquier prueba, la conclusión es siempre relativa: la crianza, la cultura, la alimentación en los primeros años de vida, el nivel educativo, las condiciones de vida y los factores emocionales y psicológicos sobre lo que llamamos “inteligencia” están sobradamente demostrados.
Un poco de sensatez. Howard Gardner, como contraparte al paradigma actual de inteligencia, que sostiene que existe un solo tipo de inteligencia, propone que para el desarrollo de la vida uno necesita o hace uso de más de un tipo de inteligencia.
El científico define inteligencia como “la capacidad de resolver problemas o elaborar productos que sean valiosos en una o más culturas”.
Gardner y su equipo de la Universidad de Harvard postulan que la inteligencia académica, o sea la obtención de títulos y méritos educativos, no es la única herramienta que define la inteligencia de una persona, ni determina su nivel de éxito en la vida. Eso explicaría la sabiduría de personas sin educación formal y la ausencia de ella en titulados de universidades.
El equipo de Gardner ha logrado diferenciar y definir ocho tipos de inteligencias diferentes hasta el momento, veamos de forma breve estos tipos.
Inteligencia lingüística: Las personas que dominan más la comunicación son aquellas que cuentan con una inteligencia lingüística superior.
Inteligencia lógico-matemática: es aquella que cotidianamente es considerada como la inteligencia tradicional. Esta es la que separa a las personas inteligentes de las no inteligentes según el paradigma aceptado. Craso error. Como el nombre lo dice, está asociada a los razonamientos lógicos y la resolución de problemas matemáticos en el menor tiempo posible.
Inteligencia espacial: la capacidad de resolver problemas o poder ver el mundo y los objetos desde diferentes ópticas, está asociada a ella.
Inteligencia musical: claramente aquellos que dominan este tipo de inteligencia pueden tocar variedad de instrumentos al igual que leer y crear música de forma natural.
Inteligencia corporal o cinestésica: la capacidad de resolver problemas utilizando herramientas o sabiendo los tipos de fuerza que deben hacerse. Está considerada como inteligencia corporal cinestésica; sin embargo, resulta ser bastante intuitiva. Pero, por otro lado, el uso de esta inteligencia es para expresar emociones, competir o crear, lo que ya es un aspecto que necesita de otro entrenamiento. Aquí podemos encontrar desde bailarines y actores hasta escultores y cirujanos, pues todos deben hacer un uso racional de sus habilidades físicas.
Inteligencia intrapersonal: es aquella que nos permite controlar y entender los aspectos internos de nosotros mismos. Las personas con este tipo de inteligencia pueden acceder y discriminar sus sentimientos. Además, esta inteligencia también ayuda a la hora de trabajar con uno mismo y comprender las razones por las que se actúa. Este tipo de inteligencia es la más interna de todas y necesita ser auxiliada por otras para poder ser descrita.
Inteligencia naturalista: es la que nos ayuda a separar, diferenciar y clasificar las aspectos relacionados con la naturaleza, como las diferentes especies animales y vegetales, pero también aprender fundamentos sobre el clima y otros fenómenos naturales.
Inteligencia interpersonal: nos permite ver más allá de lo que nos muestran las personas, leer más allá de lo que dicen y comprender objetivos o metas ocultas dentro de estas. En algunos casos desconocidas hasta por ellos mismos. Este tipo de inteligencia es fundamental para aquellos que necesitan trabajar con grupos de personas.
Gardner dice que en mayor o menor medida todos contamos con los ocho tipos de inteligencia y ninguna es más importante que la otra. Todas las personas necesitan, en gran parte, todas ellas sin importar el oficio que tengan porque, después de todo, los trabajos comprenden una multiplicidad de tareas.
La educación de hoy, lamentablemente, se empecina en enseñar y educar los dos primeros tipos de inteligencia (la lingüística y la lógico-matemática); sin embargo, está claro que este no es el camino correcto para educar a una persona y la tendencia mundial gira en torno a una visión más comprensiva de lo que entendemos por inteligencia.
El autor es abogado.