Durante algunas mañanas soleadas del año 1988, mi asistente y yo recorrimos las calles del centro de San José construyendo un mapa y un catálogo de las rocas (o piedras) ornamentales que adornaban en ese momento la ciudad. Estas rocas son las que se usan arquitectónicamente como elementos decorativos en enchapes, baldosas, aceras, muros y columnas. Antiguamente, las rocas eran el principal elemento estructural de las grandes edificaciones, mas con el advenimiento del concreto, las rocas trastocaron su misión, y por eso las usadas como ornamentales deben ser agradables a la vista, aptas para el labrado o corte, y durables.
En aquellos recorridos de hace un cuarto de siglo por las vías josefinas, nos dimos cuenta que una parte importante de las aceras y cordones de caño del centro de San José aún eran de baldosas de rocas volcánicas (esto es, lavas, y para más detalle geológico, nominadas andesitas ) obtenidas décadas atrás, de canteras asentadas en los flancos de la Cordillera Volcánica Central, esa voluminosa mole de roca que se traslapa con nuestro entorno urbano.
Estas andesitas son típicamente grises, con visibles cristales del mineral llamado plagioclasa (de color blancuzco y en forma de tabletas), que en general le da un aspecto muy agradable al ojo desnudo, y que en muchos catálogos han sido erróneamente llamadas “granitos”. Estas rocas, aparte de formar estas aceras patrimoniales, son parte ornamental de otros edificios históricos, como el Colegio Superior de Señoritas, el quiosco del Parque Central y el Teatro Nacional.
Las aceras han sido en su mayoría jubiladas, excepto en puntos como el frente de la catedral josefina, o parte del derredor del Teatro Nacional. Pasaron a peor vida, pues fueron removidas, botadas o robadas. Algunas se conservan como reliquias privadas, pero supongo que la mayoría simplemente se desecharon como escombros. Esas mismas rocas de la Cordillera son el elemento pétreo de gran parte de los artefactos líticos confeccionados por nuestros ancestros amerindios y de numerosísimas esculturas de artistas nacionales, de quienes se muestran algunos magníficos ejemplos que adornan el patio escultórico del Museo de Arte Costarricense en La Sabana. Los escultores primigenios y actuales las han usado precisamente por las características que enumeré antes: su relativo fácil labrado y su sencilla vistosidad.
Las baldosas de las aceras y calles antiguas de otras ciudades del Valle Central también fueron elaboradas por picapedreros insignes, de modo que estas rocas, aparte de ser un elemento lítico muy intrínseco y significativo de nuestro entorno geográfico y geológico, lo son además de nuestro patrimonio cultural, escultórico y arquitectónico. Estas andesitas de la Cordillera Volcánica Central bien podrían ser declaradas como nuestra roca nacional, para conjuntar la gama de símbolos nacionales, y para hacer justicia a la historia natural y cultural de Costa Rica. Al fin y al cabo, a su manera, las piedras hablan.