En la esquina del edificio donde vivo, un grupo de hombres hostiga sexualmente, de forma reiterada y casi sistemática, a cuanta mujer camine por ahí. Los he visto lanzar “piropos”, miradas lascivas y emitir sonidos onomatopéyicos, incluso a personas menores de edad, vestidas con uniforme de colegio.
Inquilinas del mismo edificio donde habito me han expresado su malestar, la incomodidad y desgaste de pasar por dicha esquina; para ellas salir de sus casas o volver a ellas, se ha convertido en todo un martirio. Lo más grave es que ese grupo de hombres son trabajadores de una empresa contratada por la Cancillería de la República para realizar labores de mantenimiento en sus instalaciones (la famosa Casa Amarilla).
Estos hostigadores aprovechan cualquier espacio libre (descanso del café o almuerzo...) para realizar sus ataques contra las mujeres transeúntes, ya sea en las afueras del portón de la Cancillería, o resguardados detrás de él. Es decir, lanzan “piropos” y otros tipos de agresión verbal, desde el interior de las instalaciones del ministerio encargado de las relaciones internacionales del país, mismo inmueble en donde la semana pasada se recibió con alfombra roja a Michelle Bachelet, directora de ONU Mujeres y promotora del Programa Ciudades seguras para Todos y Todas –del cual San José forma parte– cuya finalidad es garantizar ambientes libres de agresión para mujeres y niños.
En varias oportunidades, he denunciado la situación a Mario Nájera, coordinador administrativo de la Cancillería, quien mostró su indignación y enojo con respecto al comportamiento de los trabajadores señalados. El funcionario habló con el jefe de la empresa contratada por la Cancillería, quien, según se me informó, les llamó la atención a estos sujetos.
Don Mario ha seguido en contacto conmigo, reafirmando su interés para que tal situación de abuso por parte de los hostigadores se acabe.
No obstante, pese a las acciones del coordinador administrativo y de los regaños del encargado de la empresa, los trabajadores continúan hostigando y acosando sexualmente a las mujeres que caminan por las inmediaciones de la Cancillería (avenida 7, calle 13, 100 metros al norte del parque España).
Al final de la jornada, estos hostigadores siguen impunes. Nada pasó, su comportamiento violento es el mismo y el martirio de las mujeres se mantiene.
Es por lo anterior que escribo este artículo, por el imperativo de denunciar, gritar y evidenciar el hostigamiento sexual, con el fin de evitar que este tipo de comportamientos machistas y retrógrados se continúen viendo como algo normal, como parte de nuestra “cultura”, como algo con lo que las mujeres deben de aprender a vivir .
La peor derrota de la humanidad es cuando la injusticia desfila frente a los ojos de la gente, pero pasa inadvertida. No podemos quedarnos callados.
Un excelente artículo, titulado “Hostigamiento sexual callejero”, escrito por la politóloga María José Cascante, y publicado en este diario, golpea la mesa y exige un cese a este tipo de abusos y llama a la conciencia ciudadana y a la responsabilidad de todos y todas. Me uno a su lucha.
El hostigamiento sexual en las aulas, en los centros laborales, en los hogares o en la calle, no se puede permitir y debe denunciarse.
Solo queda destacar, para quienes tengan dudas, que el acoso sexual es toda conducta indeseada por quien la recibe (así lo estipula la legislación), por tanto, como a las personas que vemos en la calle no las conocemos, no les tenemos confianza y no sabemos cómo pueden percibir un “piropo”, lo apropiado y correcto es no decirles nada.
Lo que para un sujeto puede ser un “halago”, para quien lo recibe puede resultar molesto y violento.
En síntesis el consejo es: no ande por la calle diciéndoles cosas a desconocidas; reserve esos “piropos”, en el caso de que los considere apropiados e inofensivos, para su novia, esposa o compañera.