A la luz de acontecimientos y noticias recientes, se me ocurrió revisar algunas lecturas que hice hace varios años sobre Winston Churchill. Y, efectivamente, encontré una “pequeña muestra” de unos cuatrocientos registros en Internet –cierto es que varios repetidos– sobre el entusiasmo que mostró ese venerado personaje occidental, durante su gestión como secretario de Guerra del Imperio británico, por experimentos con armas químicas en Siria, Irak e Irán, especialmente contra los curdos, a principios del siglo XX.
También me di cuenta, por la misma fuente, de que Adolph Hitler apoyó iguales investigaciones sobre la materia, pero no llegó a aplicarlas. Mientras tanto, Churchill pensó en la posibilidad de empapar ( drench , en inglés) a Alemania con sustancias correspondientes en la Segunda Guerra Mundial, pero tampoco materializó la idea, presumiblemente porque era impensable que una nación occidental cometiera tal infamia contra otra. En cambio, sí se había considerado justa y necesaria contra sirios y sus vecinos, definidos en documentos de archivos británicos como “bárbaros” o “incivilizados”.
Dice un informe que “la historia de las armas químicas trata, sobre todo, de intenciones no cumplidas”. Quizás esto sea cierto, mas solo en lo que se refiere a relaciones y amenazas entre países occidentales. Sin embargo, hay por lo menos tres aspectos específicos plenamente evidenciados por el sociólogo-lingüista-historiador Noam Chomsky: primero, fue en Occidente donde se originaron las ideas, las investigaciones y experimentos pertinentes; segundo, ahí se dieron las acciones concretas reales efectuadas contra otras sociedades; y tercero, también desde ahí fue transferida la tecnología, propiamente, y la logística requerida para diseminar las técnicas.
Es decir, la responsabilidad moral y las iniciativas militares de la guerra química se derivaron, firme y totalmente, de Occidente. Entonces, ¿con base en qué las autoridades de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos de Norteamérica e, inclusive, Rusia se unen para atribuir las causas, principalmente, a Siria y sus aliados “manifiestos” o “latentes”, conforme a la terminología del sociólogo norteamericano Robert Merton? ¿Quiénes son los que desarrollaron y promovieron la guerra química? ¿Quiénes la aplicaron a gran escala –como componente central de su estrategia– contra Vietnam del Norte?
En consecuencia, ¿quiénes tienen capacidad establecida y el deber real de frenar y resolver el problema?
¡Lástima que las actuales autoridades sirias hayan dado ocasión para que Occidente siga posponiendo la limpieza de su conciencia histórica sobre la guerra química, y se presente hoy –con gran cinismo–, casi un siglo después, como defensor inmaculado de la humanidad en esta materia!