El editorial de La Nación “Educar contra los golpes” (3/07/13) muestra, a través del maltrato infantil, espejos turbadores de nosotros mismos. Y un espejo nunca mejora la imagen que refleja.
Las estadísticas son escalofriantes: si entre 2007 y 2012 los casos de violencia infantil atendidos en el Hospital Nacional de Niños subieron un 610%, entre 2000 y 2010 el aumento fue del 700% ( La Nación, 24/02/11). Por si fuera poco, el suicidio de menores se duplicó en los dos últimos años ( La Nación, 17/06/13). ¿Es Costa Rica realmente un país pacífico (y puede, con esta sombría realidad, seguir considerándose el más feliz del mundo)? ¿Sirve de algo no tener ejército si abunda la soldadesca en tantos hogares? Sin embargo, se trata de un fenómeno pandémico: según la Organización Mundial de la Salud, del 25 al 50% de los niños de ambos sexos han sufrido agresiones físicas, sin contar abusos sexuales ni ataques psicológicos (con cifras in crescendo ).
El Dr. Hernán Sierra acierta al exponer las funestas consecuencias del maltrato físico ( La Nación, 23/06/13), pero en mi opinión se equivoca de medio a medio en la alternativa que propone: el “sistema de premio y castigo” no es otra cosa que condicionamiento instrumental, la misma técnica que aplicaba Pávlov con perros (mortificándolos llegó a la predecible conclusión de la “indefensión aprendida”) o Skinner con ratas y palomas (encerrándolas en la caja que lleva su nombre y que es algo así como una cámara de tortura para entrenar comportamientos automáticos). Los humanos, especialmente quienes están estrenando la vida, merecemos mucho más que adiestramiento canino.
Traicionando su misión, el sistema educativo –cuya función principal es expandir intelecto y espíritu desde la ética, no constreñirlos desde la homogeneización- se ha hecho eco de esta práctica de manipulación mental hasta extremos insospechados, revirtiendo en una pésima calidad académica y en una peor insatisfacción existencial de los estudiantes. La educación en la Antigüedad clásica se reservaba a las personas libres (de ahí el concepto medieval de las artes liberales) en contraposición con el trabajo de los siervos, pero hoy niños y jóvenes la sufren como un grillete; son adoctrinados por y para una ideología hegemónica, utilitarismo a ultranza vigente desde que en 1819 se impusiera en Prusia la primera escolarización obligatoria basada en códigos castrenses cuyo eje vertebrador no es otro que el sistema de premio y castigo. Incluso la bondad natural de Rousseau está maleada de raíz: en su obra Emilio, o de la educación (1762) sostiene que “no hay sumisión más perfecta que la que conserva las apariencias de libertad porque se cautiva la voluntad misma. Ese pobre niño que nada sabe, nada puede y nada conoce, ¿no está totalmente a vuestra merced?”. ¿Y todavía nos sorprende la desmotivación escolar?
La Dra. Aletha Solter, discípula de Jean Piaget, desvela las trampas del conductismo (reforzamiento positivo o negativo) como disciplina punitiva: “El uso del ‘tiempo fuera’ (o time-ou t) conduce a multitud de problemas escondidos. Imponiéndolo a niños que están llorando o enfurecidos, les damos el mensaje de que no les queremos a nuestro alrededor cuando están disgustados. Con la certeza de que no les escucharemos, pronto podrían dejar de acudir a nosotros con sus problemas. Más aún, esos niños pueden aprender a suprimir sus sentimientos, sobre todo si insistimos en el ‘tiempo fuera’ en silencio. ¿Hemos olvidado que llorar y rabiar son mecanismos sanos de liberación de la tensión que ayudan a aliviar la tristeza y la frustración?”. Alice Miller, que acuñó la expresión “pedagogía negra”, afirma que “la sed de venganza tiene sus orígenes en la infancia, cuando los niños se ven obligados a padecer en silencio y soportar la crueldad que se les inflige en nombre de la educación”. Detrás de quien ejerce bullying hay un aprendizaje tóxico de sus mayores.
Tal como advierte Charlotte Thomson-Iserbyt, autora del excelente ensayo The deliberate dumbing down of America ( El atontamiento deliberado de Estados Unidos ), “terminaremos en una sociedad donde nadie haga nada por el simple hecho de ser lo correcto; nadie tomará partido sobre ningún aspecto a no ser que lo apruebe el gobierno: ése es el resultado del condicionamiento”. La corrupción de muchos políticos es un buen ejemplo: mientras nadie se entere delinquen, y cuando son descubiertos dimiten (premio/castigo).
Conozco de primera mano un colegio que acoge a valiosísimos adolescentes y jóvenes costarricenses en situación de vulnerabilidad social administrado por religiosos que no necesitan pegarles para humillarlos: el sistema de premio y castigo que emplean se basta y se sobra para lograrlo. Rechazo este método que lo único que crea es apatía, desinterés y la sensación de que uno no vale nada por sí mismo, que todo viene desde fuera, como si el destino lo rigiera un Deus ex machina jugando con sus marionetas humanas a través de los hilos del determinismo.
El verdadero afecto no se conjuga en condicional (te quiero si te portas como yo quiero), sino, más bien, afirmativamente (te quiero sí o sí): lo primero es chantaje emocional puro y duro, lo segundo es amor.