Por iniciativa de mi gobierno, negociamos el acuerdo con Estados Unidos para luchar conjuntamente contra el narcotráfico en los mares, y para cumplirlo creamos el Servicio Nacional de Guardacostas.
Pero la lucha contra el narcotráfico internacional no basta. La lucha interna es de primordial importancia para evitar la violencia y la toma por el narcotráfico de nuestras instituciones.
Es una batalla difícil, que demanda constancia y cambios imaginativos. Bien ha señalado el expresidente uruguayo José Mujica que el narcotráfico mata más que las drogas ilícitas.
El incremento de la violencia y la toma de las calles por los delincuentes organizados se ha acelerado, como evidencia el gráfico que acompaña este artículo.
En el 2002, había 6,2 homicidios por 100.000 habitantes, cifra similar al promedio mundial, y que había descendido levemente desde 1999. Pero en el 2008 llegó a ser de 11,6. La Organización Mundial de la Salud cataloga como epidemia una tasa de homicidios superior a 10.
El problema siguió hasta el 2010. Del 2002 al 2010 se registró el más alto crecimiento anual de la tasa de asesinatos en la zona que va de Panamá a México.
A partir del 2011, la tasa de homicidios anual empezó a bajar hasta 8,7 por cada 100.000 habitantes en el 2013.
En ese período, al igual que ocurrió entre 1999 y el 2002, cuando también bajó la tasa de homicidios, se produjo un importante aumento en la cantidad de policías y en la calidad de su formación.
Desdichadamente, en el 2014 volvió a crecer de manera importante la tasa de homicidios, y se ubicó en 10, volviendo al nivel de epidemia. Este año sigue creciendo, y terminaremos con alrededor de 11 homicidios por cada 100.000 habitantes.
Esta escalofriante escalada de la violencia no proviene solo del narcotráfico internacional, aunque claro que se ve afectada por la droga que ha venido quedando y propicia la distribución y el consumo local.
La distribución en tierra genera luchas entre grupos del crimen organizado por el control de territorios, que se resuelven por la fuerza y el asesinato, y genera un clima que torna más violentos a otros delincuentes y abarata el sicariato.
Lucha conjunta. Para enfrentar el crimen en los barrios se requiere la cooperación de las personas en sus vecindarios, de manera coordinada con la Fuerza Pública.
La Policía Comunitaria, que tanto éxito tuvo durante mi gobierno, cuando se formaron comités en 2.000 barrios, reformulada para esta nueva circunstancia, debe ser un medio de información discreto y confidencial para la Policía uniformada, y constituirse, además, en vigilante de la propia probidad de los oficiales de la Fuerza Pública, con mecanismos seguros para hacer denuncias.
Así también podrá evitarse la violencia mayor que surge cuando los ciudadanos cansados de la impunidad toman en sus propias manos la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia, como parece empieza a darse en la zona norte.
También es imprescindible evitar que el narcotráfico internacional y local, con su enorme acumulación de riqueza, corrompan nuestras instituciones. En este campo están más expuestos los cuerpos policiales, los gobiernos locales y los funcionarios judiciales.
Esto requiere una vigilancia profesional y permanente por parte de cuerpos especializados, libertad de prensa y transparencia en las actuaciones de esos funcionarios sometidos a estricto rendimiento de cuentas.
Y claro que no debemos perder de vista que la lucha más seria debemos darla en el campo de la salud, precaviendo a la población de los daños de la drogadicción y rescatando a los adictos.
El autor fue presidente de la República de 1998 al 2002.