El diagnóstico de una enfermedad en ocasiones es fácil y se lleva a cabo en una sola sesión, pero con frecuencia es un proceso que requiere apoyarse en diversos exámenes de laboratorio, radiográficos, TAC o resonancia magnética, biopsias, etc., y muchas sesiones con un médico de cabecera y participación de uno o varios especialistas.
En el curso de ese proceso se pueden cometer errores y también pueden pedirse exámenes innecesarios por inexperiencia o sobreseguridad, especialmente en esta época en que predominan las enfermedades crónicas cuya evolución suele ser silenciosa o atípica. En todo este tiempo, entre médico y paciente debe haber una constante comunicación que facilite evitar errores y retroalimente el proceso hasta culminar con el ansiado pero evasivo diagnóstico, necesario para iniciar oportunamente el tratamiento apropiado, basado en evidencias, y así asegurar la curación. Posteriormente, procede dar de alta al paciente y continuar con un seguimiento que puede ser de semanas, meses o años, dependiendo del padecimiento.
Como puede verse, se trata de un proceso largo y complejo, al que además se agrega una relación humana, toda vez que las emociones juegan un papel muy importante. En esta otra cara de la enfermedad, la confianza del paciente en su médico y la integridad de este son esenciales. Cuando no se construye esta sana relación médico-paciente, tanto diagnósticos como tratamientos se vuelven aún más difíciles y los resultados finales pueden ser insatisfactorios.
La nueva medicina. En este siglo XXI se está llevando a cabo una revolución tecnológica en el conocimiento y práctica de la medicina que producirá muchos “milagros”, pero tanto médicos como pacientes deberán aprender a usar los nuevos dispositivos digitales y a manejar inteligentemente datos e interpretaciones que antes fueron de uso exclusivo de los profesionales de las ciencias médicas. Los intercambios entre unos y otros serán mucho mayores como consecuencia de los avances infor-máticos, y todo esto deberá transcurrir en un marco de respeto a los valores y principios éticos tradicionales, pues de otra manera, en lugar de beneficio, podrá ser causa de horrores.
Para comenzar a comprender esta nueva medicina del siglo XXI, algo elemental que toda la población debe saber es que las enfermedades, en general, pueden dividirse en agudas y crónicas.
El gráfico adjunto presenta en color azul una curva de Gauss para ilustrar la evolución de los problemas agudos, los cuales aparecen súbitamente y, después de alcanzar su máxima intensidad en pocos días, se presenta su extinción, en ocasiones con tratamiento y en otras ocasiones sin tratamiento. Por otro lado, se muestra en color rojo otra curva, pero asintótica, que representa la evolución de las enfermedades crónicas, que, como puede verse, tienen un comienzo más silencioso para luego avanzar sin detenerse y sin extinguirse. Cuando los síntomas son evidentes, la condición es ya muy grave. En el primer caso, los diagnósticos son generalmente fáciles, los resultados son buenos y el costo es bajo; en el segundo caso, los diagnósticos son difíciles, los resultados son menos buenos y los costos son elevados.
En un próximo artículo trataré de explicar algunas de las implicaciones de estos conceptos en la organización de un moderno sistema de salud como el que necesitan con urgencia todos los costarricenses, teniendo presente muy claramente que anteriormente pudo ser impersonal y frecuentemente manual, pero en el siglo que corre deberá ser personal (genómica), digital y apegado a un estricto código ético.
Para terminar, señalo que la atención de emergencias no está incluida en estas reflexiones.