H ace solo unos pocos años el aprecio por la democracia era tan profundo y generalizado que ante los problemas a ella inherentes como construcción humana se respondía –con espontaneidad y convicción– que esos problemas se resolvían con más democracia. ¡Cuánto ha cambiado desde entonces su apreciación!
El Reporte Anual 2015 de Libertad en el Mundo de Freedom House da inicio señalando: “Por noveno año consecutivo este reporte sobre la condición global de los derechos políticos y las libertades civiles muestra un deterioro. La aceptación de la democracia como la forma predominante de gobierno en el mundo y la aceptación de un sistema internacional construido sobre ideales democráticos está bajo mayor amenaza que en ningún momento en los últimos 15 años”.
El Reporte 2016 agrega un año más de deterioro e indica: “Sea cual sea la fuerza subyacente de sus instituciones, las democracias con mayor liderato revelan en el 2015 una falta de convicción y de confianza en sí mismas que es preocupante”.
En democracias de larga trayectoria se da el desencanto que desde hace años venimos observando en Latinoamérica con la democracia liberal. En Australia, Estados Unidos, Holanda, Inglaterra, Nueva Zelanda y Suecia ha caído en picada la proporción de las personas que indican es esencial vivir en democracia. También en algunas democracias establecidas aumenta la proporción de gente que aceptaría un gobierno autoritario para resolver determinados problemas. Y esa tendencia es más pronunciada entre los jóvenes.
Caída. Latinobarómetro señala que en los países latinoamericanos en el 2000 un 59,7 de los encuestados consideraban la democracia preferible a cualquier otra forma de gobierno, y ese porcentaje había subido a 63,3% en el 2010. Pero ya en el 2015 había bajado a 57%. Para Costa Rica, la caída es de un 83% en el 2000 (el más alto en América Latina) a un 56,8 en el 2015, que es incluso ligeramente inferior al promedio de la región.
La ola populista en América Latina durante este siglo XXI mostró, en varias naciones, la aceptación popular de formas cada vez más autoritarias de gobierno, y en casi todos los países desde finales del siglo pasado vienen surgiendo “partidos” antisistema, basados en desprestigiar las instituciones de la democracia representativa a las cuales declaran corruptas e ilegítimas.
Claro que en esas apreciaciones de la opinión pública se mezclan conceptos. Se responde tanto sobre la definición de la democracia como un instrumento para organizar el gobierno (que no es mágico), como también sobre las características de la democracia liberal como garante de la libertad y los derechos humanos.
Posiblemente en muchos casos la disminución en el apoyo a la democracia se debe, en el caso de países en los cuales vivirla es una nueva experiencia, al desencanto por haber creído que con solo adoptar este sistema político se resolvían muchos problemas, como por encantamiento. En otros casos su causa posiblemente sea el aumento de la desigualdad.
Al rescate de nuestros valores. ¿Será que debemos aceptar que la democracia está perdiendo apoyo y vigencia?
No lo creo. No es concebible que seamos tan irracionales como para abandonar la construcción democrático-liberal que por tantos siglos, con triunfos y derrotas, se ha venido edificando. No puedo concebir que seamos capaces de volver a experimentar en Occidente los horrores del siglo XX, tan poco tiempo después de haberlos sufrido.
Claro que siempre podemos explorar maneras para mejorar los instrumentos, las herramientas, el medio que es la democracia como forma de gobierno basado en procedimientos de discusión inteligente para la toma de decisiones colectivas por la regla de la mayoría. De eso no cabe duda.
Como construcción evolutiva humana basada en prueba y error, debemos estar abiertos a experimentar cómo complementar las instituciones representativas con elementos de democracia directa; cómo mejorar la descentralización para acercar más las decisiones a quienes se ven directamente afectados por ellas; cómo mejorar la planificación, la coordinación y la rendición de cuentas; cómo utilizar las nuevas formas de comunicación digital.
Pero mejorar y complementar la democracia liberal no significa caer en el engaño de los populismos, que pretenden sustituir las instituciones representativas y las normas de aplicación general, por un líder que está sobre las reglas y se comunica de manera directa con el pueblo.
Tampoco significa sustituir la negociación entre representantes por las manifestaciones callejeras, ni asumir como representativas las opiniones de las redes sociales en las cuales –casi siempre– intercambian opinión y se refuerzan en sus pensamientos personas con similares ideas, y muchas veces sin dar la cara.
Lo que no podemos renunciar a defender frente a la “tentación totalitaria”, frente a los encantos malévolos del populismo embaucador, frente a la democracia de las calles o de las redes sociales, son los valores fundamentales que constituyen el para qué de la democracia.
Atender las causas. Es evidente que urge atender las causas del resentimiento y la frustración que movilizan a las personas justificadamente descontentas por sentirse perdedoras con la globalización, la competencia y la racionalidad eficiente. Pero ello no es suficiente. La respuesta no puede ser una mera receta tecnocrática.
Lo fundamental y lo que nos permitiría ganar la partida frente a los antisistema es volver a la defensa y promoción de las bases de la vida civilizada de personas dignas, dotadas de derechos fundamentales que les son inherentes.
La libertad igual de todas y cada una de las personas, la fraternidad que impone una acción solidaria para tener un crecimiento compartido, el respeto por las mayorías de los derechos de toda minoría, la vigencia de las instituciones del Estado de derecho son valores que hoy igual que ayer deben ser los objetivos de toda acción política. Y requerimos un nuevo lenguaje para enamorar con los viejos valores a los jóvenes y a quienes se sientes defraudados.
No podemos caer en la trampa de creer que todos estamos convencidos y somos ardientes defensores de esos valores. Es más bien la explicación, promoción y defensa de esos valores la manera de enfrentar las irracionalidades de los populismos y las tendencias autocráticas.
Ojalá en la vecina campaña electoral haya una sustantiva presentación de los méritos y ventajas de basar la acción colectiva en la dignidad de cada persona hecha a imagen de Dios.
El autor fue presidente de la República del 1998 al 2002.