Una de las cosas que me ha llamado la atención recientemente, es el poco o nulo cuestionamiento que se ha hecho de la incorporación de Costa Rica a Petrocaribe. Ni los grupos que se denominan “patrióticos” y que se oponen fuertemente a la incorporación del país a entidades internacionales, ni los sectores empresariales grandes opositores de los gobiernos de izquierda que, durante los últimos años, han surgido en Latinoamérica, han levantado su voz disonante contra esa decisión.
Es cierto que nuestro país sufrió mucho durante el año anterior cuando los precios del petróleo llegaron a niveles estratosféricos, pero nadie parece cuestionarse si ese hecho justifica la decisión que comento. ¿Será que cuando se trata de acercamientos con gobiernos de izquier da, los grupos nacionales que profesan esa ideología no creen que deba defenderse la dignidad nacional? ¿Ocurrirá, acaso, que los principios de muchos de nuestros empresarios llegan hasta que las decisiones que se tomen puedan afectar sus bolsillos?
Falta de dignidad. Francamente, yo no estoy convencido de las grandes ventajas que la incorporación a Petrocaribe le traerá a Costa Rica, pero, además de esa duda, me preocupa la forma poco digna en la que estamos actuando. Recientemente, hubo una reunión en San Cristóbal y Nieves en la que, supuestamente, se iba a conocer de la incorporación de Costa Rica. Sin embargo, el Gobierno organizador y patrocinador de Petrocaribe “olvidó” incluir ese asunto en la agenda. Por lo menos esta es la explicación que se nos ha dado. ¿No le parece obvio al lector que se trata, simplemente, de que en ese grupo no somos gratos? Lo que temo es que persistamos en esta actitud indigna en espera de que, dentro de seis meses, haya mejorado la memoria del filántropo y se conozca nuestra sumisa solicitud.
Creo que cualquier persona, medianamente enterada, sabe que en América Latina existen actualmente seis gobiernos que tienen una clara definición ideológica de izquierda demagógica; dos que sostienen posiciones responsables de la misma ideología, cuatro que no han decidido con claridad a cuál de los grupos anteriores son más afines, dos que, por estar recién llegados al poder o en vísperas de hacerlo, no se sabe dónde se ubicarán –aunque la decisión parece bastante obvia– y otros cuatro que están definitivamente opuestos a la demagogia irresponsable y que tienen mucho más afinidad con las posiciones de Brasil y Chile, antes aludidos.
Costa Rica es, claramente, uno de los cuatro países mencionados de último. ¿Por qué, entonces, insistimos en unirnos, aunque sea en un asunto concreto, al grupo que lidera y financia Venezuela, en el cual, evidentemente, no somos bienvenidos?
¿Almuerzo gratis? Algunos de los que propician la incorporación de Costa Rica a Petrocaribe han dicho, con poca convicción pero en forma reiterada, que el hecho de que Costa Rica pase a formar parte de ese grupo no tiene ninguna connotación ulterior. ¿Somos tan ingenuos de creerlo o se trata, simplemente, de que preferimos andar con malas juntas, con tal de que nuestra economía sufra menos? El presidente Arias ha utilizado a menudo la expresión inglesa de que “no hay un almuerzo gratis”. ¿Realmente, cree él que este almuerzo, al que se nos ha invitado o al que nosotros pretendemos colarnos sin haberlo sido es un almuerzo gratis? Creo que la ingenuidad tiene sus límites y que, en materia de dignidad nacional, ellos deben ser muy precisos.
No desconozco los sufrimientos que nuestro país tuvo (y puede volver a sufrir) con los altos precios del petróleo. Por eso me pregunto si no habrá llegado la hora de que definamos claramente dónde está parado cada uno y actuar consecuentemente. Es cierto que la crisis económica dificulta algunas decisiones que deberían tomar otros países con los que tendríamos que hablar con franqueza.
A pesar de ello, ¿no habrá llegado la hora de que les expongamos la situación a los Estados Unidos y a México y que les insistamos en las catastróficas consecuencias que las alzas desmedidas del precio del petróleo tiene en nuestra economía? Así como creo que, por razones obvias, un planteamiento como este habría sido imposible con la administración anterior de los Estados Unidos, me parece que la actual puede comprender que un país como el nuestro, con profunda vocación democrática y clara sensibilidad social, merece que se le dé una mano.
En mi criterio, antes de salir del Gobierno, el presidente Arias debe aprovechar su prestigio internacional para hacerles planteamientos precisos a las naciones de este hemisferio que no están en los extremos ideológicos.
Es evidente que gran parte de América Latina se desliza hacia el despeñadero al que conduce la demagogia. En esa circunstancia, es fundamental que los Estados Unidos y México definan quiénes son los amigos y les den el trato que merecen.