El pasado miércoles 9 de noviembre, mientras me perdía en un mar de titulares que mostraban resultados que sorprendían al mundo entero, escuchaba con detenimiento las palabras de Hillary Clinton luego de que se confirmara oficialmente al nuevo presidente electo en un ambiente que se percibía amargo y sombrío.
Entre tanto ruido generado por los medios de comunicación y las reacciones en las redes sociales, con detalle observaba a la Sra. Clinton en una cadena de televisión internacional.
Entre palabra y palabra, ella hilaba un discurso de aceptación, de derrota y de perdón que iba de la mano con una pequeña dosis de optimismo, con énfasis en la continua lucha por la igualdad de género.
A pesar de la frustración, la tristeza y el enojo que pudo haber estado sintiendo en ese momento, Hillary Clinton siempre se mostró como una mujer seca, fría y controlada. Esa fue su tónica durante la campaña electoral: agresiva y calculadora ante las acusaciones y los ataques de su contrincante.
Por esta razón, muchos electores no la percibieron como una persona auténtica y cercana, lo que ocasionaba un sentimiento de desconfianza hacia su liderazgo político.
Supervivencia. Sin embargo, escuchándola hablar, entendí que su estrategia iba más allá de una propuesta política, de un puesto político, lo que pudo haberle costado significativamente el resultado electoral.
Se trata de la supervivencia de la mujer como minoría en una posición de poder en desigualdad de condiciones.
En un terreno dominado por contrapartes masculinas y marcado con estándares liderados por ellos, no queda más que participar bajo las mismas reglas de juego.
Un juego donde no existe margen para la “vulnerabilidad” y “debilidad”, características humanas que están prohibidas en la mujer empoderada (¡mucho menos en el hombre!).
La Sra. Clinton pertenece a una generación de mujeres que a través de luchas sociales, caminos empedrados y constantes críticas, hoy son líderes y ocupan puestos de poder.
Reglas de juego. Es aquí donde me detengo, ¿es acaso esta la igualdad por la que queremos luchar las futuras líderes? ¿Es así como queremos jugar el partido para alcanzar puestos de poder? ¿Bajo las reglas impuestas de nuestra contraparte masculina?
La construcción de una sociedad debe ser justa, tomando en cuenta nuestras diferencias de género y en donde podamos conciliar en un espacio seguro, libre de desventajas y castigos que se pagan el doble dentro de un marco patriarcal.
Nuestras sociedades deben moverse hacia un espacio donde podamos evaluar nuestras habilidades según nuestras capacidades, donde tengamos las mismas oportunidades, un mundo donde tengamos igualdad en condiciones sociales, económicas y políticas sin tener que jugar un papel dominado por la ley del más fuerte y el más agresivo, estándares implementados desde la construcción de la identidad del género masculino, que han hecho daño tanto a hombres como a mujeres.
Nuestro desafío es entender, aceptar y apoyar a las mujeres y a los hombres jóvenes, que con responsabilidad y firmeza asumen altos cargos, sin perjuicios de género. Esto se lo debemos a nuestra generación y a las futuras líderes del mundo.
La autora es gerenta de negocios digitales en Sony Music Centroamérica y el Caribe.