El 2 de febrero, los costarricenses decidiremos a quiénes daremos la responsabilidad política de dirigir los destinos del país durante los próximos cuatro años. Es la decisión más importante que tomamos como ciudadanos por las consecuencias que conlleva para el futuro de nuestra sociedad. Por ello debe ser una decisión meditada y valorada con mucha seriedad, más allá de la discusión ligera y, con frecuencia, chabacana que nos encontramos en muchas de las redes sociales.
La campaña política, hasta ahora, no ha brindado elementos suficientes para poder valorar, en toda su dimensión, la gran importancia de la escogencia. La discusión, más que de planteamientos serios, ha sido de eslóganes y de calificaciones a los diferentes candidatos para tratar de estigmatizarlos. Expresiones como “son más de lo mismo”, “son neoliberales” o “son chapistas” no contribuyen al análisis ni a la adecuada valoración de las competencias de los diferentes partidos políticos para llevar a buen puerto la nave de la patria.
Respuestas claras. Por ello creo conviene preguntarles a los candidatos: ¿qué quieren hacer en los próximos cuatro años?, ¿cómo van a hacerlo?, ¿con quiénes van a gobernar? Si obtuviéramos respuestas claras y no juegos de palabras y poses efectistas, podríamos, entonces, formarnos un mejor criterio sobre lo que nos espera en la acción del próximo Gobierno. Y estas respuestas son mucho más urgentes por parte de los partidos que nunca han gobernado, pues la sociedad no tiene forma de valorar apropiadamente lo que puede esperarse de ellos.
No creo que haya un candidato que esté en desacuerdo con la búsqueda de un país mejor, con más oportunidades y con mejores condiciones de vida para los menos favorecidos de nuestra sociedad. Tampoco creo que estaría en desacuerdo con la importancia de la educación, del fortalecimiento de la Caja Costarricense de Seguro Social y de la erradicación de la pobreza extrema. Esa lista todos la suscribirían. El problema no es qué se quiere hacer. El problema es cómo se va a alcanzar, con quiénes se ejecutarán las políticas y cuáles serían sus efectos.
Gobernar un país no es decir frases efectistas. Es tener una visión clara de hacia dónde se debe enrumbar la nave y tener el liderazgo para adoptar las decisiones necesarias, aunque afecten a grupos de interés de la sociedad. Gobernar es tener la madurez para reconocer los espacios de acción y los grados de libertad con que se cuenta para moverse en la búsqueda de la solución de los problemas. Es aprender a aceptar que no se tiene siempre la razón. Es entender que los resultados de las acciones no dependen de la buena intención con que se adopten las políticas, sino de su naturaleza. Es tener claridad de que el Gobierno no lo hace un líder iluminado, sino un equipo capaz, con experiencia y con conocimiento.
Riesgos del populismo. La historia de América Latina está llena de ejemplos en los que las buenas intenciones llevaron a los países al colapso de sus economías y al empobrecimiento de las sociedades a las que se quería proteger. La Nicaragua sandinista de los años ochenta, bajo el liderazgo de Daniel Ortega, es un ejemplo muy vivo y muy cercano de este proceso de destrucción de riqueza y de bienestar. El Perú de la primera administración del presidente Alan García es otro ejemplo bien documentado de los riesgos del populismo y de los fracasos de Gobiernos bienintencionados, pero carentes de la madurez y el conocimiento para llevar a buen puerto sus intenciones.
Saber gobernar no es patrimonio de la derecha, del centro o de la izquierda, pero sí de la madurez y la experiencia. Hemos visto éxitos y fracasos en los diferentes grupos. Gobiernos de izquierda, como la combinación de Cardozo-Lula-Rousseff en Brasil, Lagos-Bachelet en Chile o Vázquez-Mujica en Uruguay, han llevado a sus países a estadios de mayor bienestar y equidad. También lo han hecho Gobiernos de derecha, como los de Uribe y Santos en Colombia.
Todos ellos fueron y son líderes maduros, con experiencia y con capacidad de eliminar la retórica vacía y sustituirla por la reflexión profunda. Todos también supieron apoyarse en equipos de trabajo altamente calificados y mostraron capacidad para entender claramente las implicaciones económicas y sociales de sus políticas. Esos líderes son muy distintos, por ejemplo, al binomio Chávez-Maduro en Venezuela, donde la ocurrencia y la impericia solo se han podido sostener gracias a la enorme riqueza natural del país y a un esquema de control político que va minando sistemáticamente las libertades.
Medidas puntuales. En estos próximos días ayudaría mucho saber cómo piensan, los diferentes candidatos, enfrentar los problemas nacionales, de resultar electos. Cuáles medidas puntuales adoptarían para resolver situaciones tan acuciantes como la rigidez de la extrema pobreza, el desempleo en los grupos de ciudadanos con bajo nivel de formación, la crisis financiera y del modelo de salud de la Caja Costarricense de Seguro Social, la calidad de la educación o el déficit fiscal. Porque, conociendo las medidas puntuales y su forma de financiarlas, podremos valorar sus implicaciones y medir las consecuencias que tendría su adopción para la sociedad.
Ayudaría mucho, también, saber quiénes podrían ser los responsables de liderar, en los diferentes campos, esas tareas, pues la conducción del país no es responsabilidad única de quien ejerce la presidencia. Un análisis de las papeletas de diputados, o la lectura de los nombres que se han mencionado como parte de los grupos asesores de los candidatos, es un buen ejercicio para valorar la seriedad con la que los partidos ven su responsabilidad en la conducción de los destinos del país.
Años cruciales. Los próximos cuatro años son cruciales para Costa Rica. A diferencia de Venezuela, que dispone de abundantes recursos naturales, nosotros dependemos, para nuestro bienestar social y económico, de un balance apropiado entre un Estado que funcione efectivamente, y genere la institucionalidad adecuada para el desarrollo, y un sector privado amplio, dinámico y emprendedor, que encuentre un ambiente propicio para crecer y fortalecerse. Pensar que el desarrollo socioeconómico del país puede lograrse únicamente desde el Estado, o que depende solo de la actividad privada, es una quimera. Necesitamos a ambos. El buen balance no se logra con retórica y frases efectistas; se puede alcanzar cuando hay madurez, capacidad, experiencia, visión de largo plazo, disposición al diálogo y respeto entre los diferentes actores y sectores. Escojamos bien. Es mucho lo que está en juego.