En su referéndum, los colombianos manifestaron su voluntad. Participativamente se expresó en las urnas la democracia de Colombia.
En un pueblo dividido en mitades, una ligera mayoría se opuso a lo negociado con las FARC como camino a la paz.
Después de la votación, los tres bandos –el gobierno promotor del acuerdo, los opositores al acuerdo y los guerrilleros– han expresado su voluntad de contribuir a alcanzar la paz. El expresidente Andrés Pastrana, luego de su reunión con el presidente Juan Manuel Santos, manifestó: “Ahora todos estamos con el sí”
Con el referéndum, vivió Colombia la expresión de la más auténtica democracia participativa, que se da con el concurso directo de los ciudadanos y no con el mito populista de su encarnación en un líder autocrático.
Pero una vez dado el veredicto popular, la democracia –para poder serlo– debe volver a funcionar mediante la representación de los ciudadanos. Todo el pueblo junto no puede dialogar, negociar y convenir acuerdos.
Se requiere un grupo de representantes que puedan hablar y escuchar, disentir y llegar a arreglos. Se trata de la representatividad de todos los ciudadanos, y no de la clasista integración del ágora ateniense soportada por metecos y esclavos.
Incorporar. Ahora llegó la hora de los representantes. Para alcanzar la paz, el gobierno del presidente Santos, que por cuatro años ha venido negociando con las FARC, debe redoblar su capacidad para alcanzar modificaciones que permitan que los colombianos del “no” se incorporen al acuerdo.
Los representantes de las FARC han expresado contundentemente que quieren la paz y la actividad política civilizada, la continuidad del armisticio y no la guerra. Para lograrlo, deberán mostrar su creatividad y dirimir algunos de los más controvertidos elementos del plan de paz firmado.
Y los representantes del “no”, que pregonan su deseo de paz y ser ahora del “sí”, deberán flexibilizar sus posiciones, entendiendo que quienes rinden las armas no lo harán sin unos mínimos de bienestar garantizados.
Unir. La tarea no es fácil para ninguno de los tres grupos. Pero unir las voluntades colombianas en un haz de voluntades que puedan construir la paz en ese querido país, bien vale el mayor de los esfuerzos.
Recuerdo el dolor de mi padre, nacido en Sincelejo, cuando nos contaba las angustias de su familia al fenecer del siglo XIX, cuando a causa de la Guerra de los Mil Días salieron en una recua de mulas para embarcarse en Cartagena, llegar a Limón y encontrar la paz.
Esa paz que por bondad de Dios y acciones de nuestros antepasados tenemos la dicha de disfrutar los costarricenses, la desean casi todos los colombianos.
Alcanzarla dependerá de la buena voluntad, la sabiduría y el desprendimiento de sus representantes. Pido a Dios que los ilumine.
El autor es expresidente de la República.