Costa Rica es un país que, a través de los años, ha venido ejecutando acciones que hoy son la base para que nuestra vulnerabilidad y resiliencia al cambio climático sea mucho menor que la de nuestros vecinos más inmediatos. Eso, claro está, no puede ser la base para nuestro confort, ni mucho menos.
Sin embargo, a pesar de constituirse en el mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad, no debemos ver el cambio climático solamente como la causa de nuestras peores pesadillas, y sí debemos percibirlo como la perfecta oportunidad para dejar de hacer lo mismo y atrevernos a realizar cosas diferentes.
Los impactos negativos se perciben en las posibilidades que tendremos de cubrir en unos años nuestras necesidades de energía, en un deterioro de los índices de salud pública, en la seguridad ciudadana y la pérdida reiterada de infraestructura. Aunque no todo puede ser achacado al cambio climático y hay mucho de mala gestión y postergación de decisiones políticas, es innegable que, en el futuro, condiciones de clima adversas harán a nuestro país más vulnerable y menos resiliente en estas áreas.
El cambio climático en cifras. Comparto algunas cifras significativas que nos hacen meditar y replantearnos si nuestro modelo de desarrollo es sostenible:
Desde el verano del año 2007, la escalada de incrementos en el costo energético no se ha detenido, afectando los presupuestos familiares, pero con un impacto aún mayor en nuestra competitividad. Hemos pasado de una generación a partir de fuentes renovables, en el 2005, del 98% a un 91%, y la participación de la generación con combustibles fósiles se ha disparado y hoy representa un 9%, con un costo para los costarricenses de, aproximadamente, $160 millones. En el escenario futuro, este y otros impactos podrían acentuarse, porque se prevé que la temperatura aumente entre 1,6 °C y 4 °C, mientras que las lluvias podrían disminuir hasta un 22% en el 2100, de acuerdo con los escenarios del último informe del IPCC.
En lo que a salud pública se refiere, a falta de datos más actuales, me remito a la Segunda Comunicación Nacional ante la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático reportada por el país, donde se indica que, para julio del 2007, la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) estimó el costo de la atención de la epidemia de dengue en ¢2.400 millones y terminó invirtiendo ¢3.527 millones, y que, para agosto del 2008, la CCSS había invertido cerca de ¢1.000 millones entre incapacidades y atención de enfermos.
Y, para el futuro, el panorama no es alentador. Todos los escenarios climáticos coinciden con un aumento de la temperatura a nivel nacional, que puede ser de entre 2 °C y 6 °C. Si la temperatura afecta el metabolismo del mosquito y del virus, podrían presentarse amplitudes de la distribución espacial del vector y mayor agresividad, con lo cual el riesgo aumentará en todo el país, principalmente en las zonas que ya son de alto riesgo. Sería importante tener, pronto, acceso a cifras más actualizadas, que sirvan para la toma de decisiones en este sector.
Hace algunos años, tuve la oportunidad de estar en la presentación de los resultados de un estudio llamado “Impactos relacionados con el clima en la seguridad nacional de México y Centroamérica”, realizado por un grupo de expertos del Reino Unido, tras varios años investigando el tema del cambio climático relacionado con la seguridad nacional de la región Mesoamericana.
“El cambio climático tendrá consecuencias ‘dramáticas’ en los planos político y social para Centroamérica y México, ya que estos países todavía no han podido resolver sus problemas internos de drogas, pandillas, violencia, escasez de alimentos, falta de servicios de salud y desnutrición de niños. Si no se adaptan al cambio climático, su seguridad estará amenazada”.
Esta fue la conclusión a la que llegó dicha investigación y en ella se mostraron los efectos del cambio climático a corto plazo, es decir, cinco años, y a medio plazo, o sea, 20 años, así como las implicaciones sociales del fenómeno, como la satisfacción de las necesidades básicas, las tensiones sociales y la gobernanza, entre otros. Y, aunque nuestro país sale mejor evaluado que el resto de los vecinos, la presión de migrantes será muy grande y, con ella, habrá muchos problemas sociales que repercutirán en otras En cuanto a la infraestructura, los datos son dramáticos. Del 2005 al 2011, según un estudio conducido por el ingeniero Roberto Flores, las pérdidas asociadas a los fenómenos hidrometeorológicos extremos pasaron de representar un 0,72 del producto interno bruto (PIB) a 1,86 –aproximadamente, $745 millones, recursos que no sobran–.
Oportunidad. A pesar del potencial impacto negativo que se cierne sobre nuestro modelo de vida, los costarricenses tenemos que ver la oportunidad detrás de la amenaza:
Oportunidad de fortalecer un diálogo que nos permita decidir entre todos qué clase de país queremos: uno donde nuestras necesidades energéticas crecientes sean solventadas con petróleo, o uno en el que echamos mano de nuestras muchas oportunidades en geotermia, biomasa y viento.
Oportunidad para cambiar el actual modelo de transporte, en el que se privilegian las opciones individuales de transporte en detrimento de las opciones colectivas.
Oportunidad para comprender que lo que por muchos años hemos llamado “basura” son residuos con valor económico y contribuyente al desarrollo.
Oportunidad para ser un referente a nivel mundial y demostrar que el desarrollo de una nación se puede desvincular del crecimiento desmedido en las emisiones de gases de efecto invernadero, y convertirnos en un país más competitivo y justo.
Oportunidad para construir barrios y ciudades más integradas y humanas, donde el concepto de sostenibilidad sea su hilo conductor.
En fin, oportunidad para ser mejores individuos, mejores colectividades, y aspirar a un país carbono-neutral, con un patrón de desarrollo bajo en emisiones y adaptado al cambio climático.
William Alpízar Z. es el jerarca de la Dirección de Cambio Climático, del Ministerio de Ambiente y Energía.