En un interesante intercambio sostenido hace pocos meses con el ministro de Planificación, Roberto Gallardo, expresamos nuestra gran preocupación por la pérdida de dinamismo de la producción nacional y sus previsibles efectos en el desempleo y subempleo. La última información del Instituto de Estadística y Censos (Inec), desafortunadamente, nos dio la razón: el desempleo y subempleo aumentaron en el segundo trimestre del presente año, tal como habíamos anticipado.
El desempleo abierto pasó de un 9,8% de la fuerza laboral en el segundo trimestre del 2012 a un 10,4% en el segundo trimestre del 2013 (13% entre mujeres). Eso significa un total de 233.000 personas a la deriva y sin trabajo, incluyendo a jóvenes –los más vulnerables a la ralentización, pero los más beneficiados con la reactivación– y jefes de familia. Alrededor de un millón de personas dependientes de todos ellos experimentan problemas para lograr el sustento diario.
El subempleo comprende a quienes no alcanzan a laborar una jornada completa de 40 horas por semana y se incrementó de un 11,4% de la fuerza laboral, en el segundo trimestre del 2012, a un 13% en el 2013 (17% entre mujeres). La situación social tiende a complicarse. Hay, además, otra medida de esa misma variable laboral y social, denominada “desempleo ampliado”, que, según el Inec, también se incrementó hasta alcanzar un 12,3%. Para calcular el desempleo ampliado se le suma al desempleo abierto la población de la fuerza laboral disponible para trabajar, pero que ha sido desalentada y dejó de buscar trabajo.
Ambas mediciones –desempleo y subempleo– también son importantes para conocer la realidad de cómo está evolucionando el mercado de trabajo. Si hay personas deseosas de trabajar, pero desisten de buscar ocupación, el desempleo potencial tiende a ser mayor, pues el mercado laboral no les da cabida, lo cual puede ser una señal de la debilidad del sistema productivo para generar suficientes fuentes de trabajo. Bajo esta perspectiva, podemos afirmar que la situación económica también tiende a complicarse.
Según el índice de actividad económica calculado por el Banco Central (Imae), la producción nacional comenzó a perder dinamismo desde abril del 2012, en que alcanzó un 7% anualizado, hasta abril de este año, cuando descendió a menos de un 2%. Durante ese período, el desempleo abierto se mantuvo alrededor del 10% de la fuerza laboral. Y, aunque la tendencia descendente se revirtió, y en los últimos cuatro meses la producción ha logrado repuntar modestamente (alrededor de un 3% anual), no fue lo suficientemente dinámica para disminuir el desempleo, que se volvió a incrementar. Eso obliga a revisar la evolución de los mercados productivo y laboral, así como sus fortalezas y debilidades.
Se sabe que hay una correlación muy estrecha entre producción, generación de fuentes de trabajo y desempleo: a mayor producción, menor desempleo (y a la inversa). Pero también es sabido que el crecimiento del PIB, para que genere suficiente ocupación, no solo debe ser elevado sino, también, sostenido, por el nexo entre la inversión y el crecimiento. Para que el empresariado esté dispuesto a invertir es necesario generar estabilidad y confianza, y brindar un razonable equilibrio macroeconómico, capaz de eliminar o disminuir los riesgos de una crisis económica o financiera.
A veces, sin embargo, eso no es suficiente. Si una parte importante de la producción nacional se dirige a los mercados externos, que están deprimidos o tienen tasas de crecimiento muy modestas, la producción nacional tampoco logrará niveles dinámicos y, por consiguiente, merman las posibilidades de disminuir el desempleo. Eso es lo que, en parte, está sucediendo ahora.
Sin embargo, el desempleo también se relaciona con las rigideces existentes en ciertos mercados internos, como algunas regulaciones del Código de Trabajo y el proteccionismo agrícola, extendido ahora al sector de pequeñas y medianas empresas, que podrían ser más eficientes, crecer y generar más empleos formales.
El Imae sin zonas francas muestra una ralentización menor; el sector agrícola arroja tasas de crecimiento negativo (-1%) y se ha estancado en la contratación de nuevos trabajadores; el sector industrial, que también registra magras tasas de expansión, ha disminuido su ritmo de contratación de mano de obra, al igual que la construcción, la intermediación financiera y los hogares (servicio doméstico).
El Estado, compuesto por el Gobierno central y sus instituciones, también ha dejado de ser el gran empleador residual, como antes lo fue, dada la fragilidad de sus finanzas.
En esas circunstancias, la mejor apuesta que puede hacer el país es reactivar la producción privada a ritmo elevado y sostenido para generar empleos y disminuir todas las formas de desempleo.