El crecimiento mostrado en el índice de competitividad mundial durante los tres años anteriores se interrumpió en este 2015. No solo dejamos de crecer, sino que retrocedimos un escaño al pasar de la posición 51 a la 52 entre 140 países. Suiza se ubicó, nuevamente, en la primera posición.
¿Por qué dejamos de crecer y, más bien, retrocedimos? ¿Hacia dónde nos dirigimos? Estas preguntas deberán ser respondidas por todos los actores que participan en el proceso productivo, incluidos cámaras empresariales, organizaciones sindicales, académicos y la prensa, pero particularmente por el Gobierno de la República, responsable de conducir el país.
El Foro Económico Mundial, en su Reporte Global de Competitividad 2015-2016, considera que Costa Rica mantiene debilidades que no solo le impiden progresar, sino que la podrían hacer retroceder aún más si no se les presta la debida atención. Pero también considera las fortalezas que deben preservarse y mejorar.
Entre las debilidades, identifica viejas falencias conocidas, como el déficit fiscal y la creciente deuda pública, causantes de la mala ubicación del ambiente macroeconómico (posición 94), el insuficiente desarrollo de los mercados financieros (posición 85), el tamaño del mercado (ubicado en el número 83) y la infraestructura (número 71). Son posiciones muy alejadas del promedio general y deslucen los logros reconocidos mundialmente en salud y educación primaria y superior.
Podríamos agregar que la posición fiscal se deterioró por la aprobación del presupuesto nacional con un aumento del 19% para el 2015, el incremento de la deuda acumulada, el sacrificio de la inversión pública y el retraso en la solución del problema fiscal causado por la negativa gubernamental a enfrentar los pluses salariales y otros disparadores del gasto. En cuanto al desarrollo del mercado financiero, cabe apuntar que desde hace varios años está paralizado el proceso de modernización, se abortó la liberalización de la Banca para imprimirle mayor competencia y el proceso de liberalización financiera también fue suspendido, lo cual deja como saldo un sistema poco competitivo y caro, con márgenes elevados de intermediación financiera y cambiaria, y un sistema de banca de desarrollo aún lejos de cumplir sus cometidos.
El mercado de bienes tampoco está a la altura de los más competitivos. Permanecen los monopolios y cuasimonopolios en ciertos bienes y servicios públicos, como la importación y comercialización de combustibles, telefonía fija, electricidad, seguros y banca. Pero la posición más retrógrada la ostenta el Ministerio de Economía, Industria y Comercio (MEIC) por su injustificado proteccionismo en detrimento de los consumidores más pobres.
La calificación recibida en algunos aspectos del ambiente para generar negocios, como la tramitomanía y las limitaciones innecesarias al emprender nuevas iniciativas, es realmente preocupante. Ocupamos el puesto número 118, uno de los más bajos en toda la calificación. Y no es culpa exclusiva del actual gobierno, pues el problema se viene acumulando desde hace muchas décadas, pero ahora se hace poco por solucionarlo. Las excesivas limitaciones de la planificación y zonificación territorial en ciertos cantones, y la creciente regulación ambiental, considerada muy invasiva por constructores y desarrolladores, son ejemplos de lo que debe revisarse concienzudamente.
Por contraste, recibimos muy buenas calificaciones en las áreas de salud y educación primaria, en las cuales alcanzamos un puntaje de 6 frente a un máximo de 7 puntos. Se lo debemos, sin duda, a esfuerzos históricos muy singulares que nos han distinguido por muchos años. Mas no debemos bajar la guardia. Los retrasos en las citas hospitalarias, la relativa insostenibilidad del régimen de pensiones y la peligrosa tendencia a usar los recursos educativos para la remuneración en vez de mejorar la calidad de la enseñanza, deben ponernos sobre aviso. Lo peor que podría suceder es dormirnos en los laureles.
Quizás la conclusión más importante derivada del informe, además del imperativo de corregir los desaciertos apuntados, es que el problema de la competitividad resulta muy complejo y debe ser enfrentado simultáneamente por varias instituciones y políticas públicas integradas bajo un solo objetivo. Desde esta perspectiva, la baja competitividad es algo más que el simple resultado de la sobrevaluación cambiaria experimentada en los últimos años. Para mejorar la productividad, según el informe, es crucial optimizar la asignación de recursos productivos para que los mercados funcionen adecuadamente –algo que no han logrado comprender correctamente en el MEIC– mediante instituciones fuertes y eficientes, talento disponible y una alta capacidad de innovar, que son las llaves para el éxito de cualquier economía. Esa es una tarea aún pendiente.