El cambio climático amenaza a Centroamérica con especial ensañamiento. A finales de este siglo, las consecuencias del descuido podrían ser devastadoras. Una disminución del 28% en la precipitación pluvial y el aumento de cuatro grados en la temperatura se harían sentir con fuerza en la producción agrícola y energética, la biodiversidad y el estilo de vida de la región, hasta ahora orgullosa de las bendiciones concedidas por la naturaleza.
Ningún esfuerzo para hacer conciencia del peligro es demasiado. Hoy, en el Día Mundial del Ambiente, La Nación decidió hacer una contribución especial, centrada en algunos efectos del fenómeno sobre el territorio nacional. Las playas costarricenses, según lo relatamos en nuestras páginas informativas, están perdiendo terreno frente al mar.
Las consecuencias son obvias para quien se detenga a pensarlas. La afectación económica puede ser ejemplificada con el turismo y la producción agrícola. El estilo de vida y bienestar de la población sufrirá, por ejemplo, con el desabastecimiento de agua potable y la invasión del mar en zonas pobladas. La biodiversidad menguará con la reducción de los espacios necesarios para el desove de las tortugas, también, por ejemplo, porque son muchas las especies afectadas. El aumento de la temperatura dañará los arrecifes, fuente de las especies más apetecidas por la pesca artesanal.
Los gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera por la combustión de hidrocarburos y otros fenómenos incrementan la temperatura superficial de las aguas y el consecuente deshielo de los polos aumenta el nivel del mar. Hay naciones isleñas donde los Gobiernos ya proyectan el traslado de la población a países menos amenazados.
El archipiélago de Kiribati, poblado por unas 100.000 personas y con alturas máximas de unos cuantos metros sobre el nivel del mar, podría desaparecer, si el daño ambiental no se frena o revierte. Según el presidente Anote Tong, “la supervivencia de nuestra gente exige que emigre. O esperamos el momento en que debamos mover a la población en masa o la preparamos a partir de ahora”.
Hay otras amenazas. Huracanes, sequías e inundaciones dañarán la infraestructura y agravarán los problemas sociales en el istmo Centroamericano. El Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Comisión Económica para América Latina, entre otras instituciones, advierten sobre la necesidad de prever los nuevos desafíos.
No debe extrañar la preocupación expresada por organismos dedicados al estudio de problemas económicos y financieros. Los científicos acusan la existencia del problema y su naturaleza creciente, pero las consecuencias sociales alarman a los especialistas en esa materia. El Segundo Diálogo Latinoamericano y del Caribe sobre las Finanzas del Clima calculó el costo continental del cambio climático en unos $100.000 millones para el 2050.
Es poco lo que podemos contribuir, de manera directa, a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los países más expuestos a sufrir los efectos de la contaminación atmosférica son los menos responsables del daño. La comparación con los grandes contaminantes, como Estados Unidos, China y la Unión Europea, hacen que nuestra contribución al desastre parezca pequeña.
Podemos, sin embargo, elevar la voz en los foros internacionales para exigir a las grandes potencias industriales la conciliación de sus intereses económicos con las mejores prácticas conservacionistas. Para incrementar nuestra autoridad moral, es preciso poner orden en casa. Costa Rica prometió alcanzar la carbono-neutralidad en el 2021. El cumplimiento de la meta parece improbable. El país carece de una verdadera política energética, capaz de explotar las riquezas y ventajas naturales para sustituir los combustibles fósiles. Si rectificamos el camino, la contribución a la limpieza de la atmósfera sería comparativamente pequeña, pero el ejemplo sería gigantesco.