“Pinta tu barrio de naranja: pongamos fin a la violencia contra las mujeres y las niñas”. Esta es la campaña lanzada por las Naciones Unidas para celebrar el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
El llamado es para que las personas se organicen en sus barrios e ideen formas de concientización y acción para erradicar la violencia en el círculo inmediato: el hogar y el vecindario. ¡Todos podemos ayudar a hacer la diferencia!
Cifras de prevalencia mundial de la Organización Mundial de la Salud señalan que, en el mundo, el 35% de las mujeres han sufrido violencia de su pareja, o violencia sexual por parte de terceros, y un 38% de los asesinatos de mujeres son cometidos por su pareja.
De los 1.300 millones de pobres en el mundo, 70% son mujeres, niños y niñas; de los 876 millones de no alfabetizados, el 66% son mujeres, y, en pleno siglo XXI, 130 millones de mujeres han sufrido mutilación genital y 250 millones de niñas se casaron antes de los 15 años.
Cada año, millones de personas –en la mayoría de los casos, mujeres y menores– son engañadas, vendidas, coaccionadas o sometidas a alguna forma de explotación sexual o laboral en la más moderna versión de esclavitud: la trata de personas.
Costa Rica no es la excepción. Las mujeres son las más afectadas: por ejemplo, en las relaciones de pareja, la violencia intrafamiliar, la violencia sexual, el hostigamiento sexual en el empleo y la educación, y la trata de personas.
Por el silencio prevalente y cómplice, la violencia es difícil de cuantificar. Así, en la violencia intrafamiliar se reconoce el alto subregistro que oculta la dimensión del problema, pero que cifras del Poder Judicial desnudan como una punta del iceberg.
Entre el 2008 y el 2012 ocurrieron 60 feminicidios –muertes a manos de esposos o convivientes– y, solo en el 2010, ingresaron 49.784 demandas por violencia doméstica y anualmente se dictan 50.000 medidas de protección.
Paradójicamente –y como lo señala el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon–, el hogar, la escuela, el lugar de trabajo y la comunidad hacen, con mucha frecuencia, vulnerables a las mujeres.
La paz que le declaramos al mundo se construye en nuestros hogares y comunidades.
Por las madres, hijas, nietas, esposas, amigas y colaboradoras, terminar con este terrible flagelo es una responsabilidad de todos.