El sonado caso de Laura y Jazmín ha puesto sobre el tapete el añejo debate legal-filosófico sobre la distinción entre ley y justicia. A estas alturas, resulta evidente que ellas violaron la ley, pero ¿deberíamos condenarlas o aplaudirlas?
Apartando las objeciones de quienes rechazan de plano las uniones de personas del mismo sexo, me ha llamado la atención leer a algunos defensores del matrimonio igualitario solidarizarse con la pareja, pero, al mismo tiempo, reprocharlas –junto con el abogado que las casó– por violar la ley. Al final de cuentas, dice el argumento, vivimos en un Estado de derecho y no podemos andar transgrediendo el ordenamiento jurídico por más que lo encontremos injusto. La solución consiste en reformarlo por las vías pertinentes.
Yo lo veo de la siguiente forma: por “Estado de derecho” no deberíamos entender un cumplimiento irrestricto de las leyes. La concepción liberal establece que este existe cuando se garantizan libertades básicas y se respeta la dignidad del individuo –incluido su derecho a un trato igualitario frente a la ley–.
Sin duda, una sociedad no puede sobrevivir sin que haya cierto respeto a la ley. No obstante, como indicara el pensador francés Frédéric Bastiat, “la manera más segura de hacer que las leyes sean respetadas es hacerlas respetables”. En teoría, la naturaleza de la ley es preservar la justicia, pero en muchas ocasiones la ley establece odiosas discriminaciones que con el tiempo se vuelven intolerables.
En un magnífico artículo publicado el miércoles pasado, la filósofa Roxana Reyes nos recuerda que cuando la divergencia entre ley y justicia se hace cada vez más evidente, “la historia termina en diferentes formas de rebelión y resistencia”. Es ahí dónde nacen figuras como la de Rosa Parks, la afroestadounidense que un buen día, hace 60 años, se negó a darle su asiento de bus a un pasajero blanco como lo demandaba en ese entonces la ley.
Lo ideal es que una legislación injusta –como el artículo del Código de Familia que reserva la figura del matrimonio únicamente a parejas de distinto sexo– sea reformada por las vías legales. Pero muchas veces el proceso que lleva a la derogación de una norma injusta empieza con un acto publicitado de transgresión.
Desconozco si esa era la intención de Laura y Jazmín al buscar el reconocimiento legal de su unión sentimental, pero el efecto práctico ha sido llamar la atención a la discriminación que en nuestro país viven las parejas del mismo sexo. Yo las aplaudo.
Juan Carlos Hidalgo es analista sobre América Latina en el Cato Institute con sede en Washington. Cuenta con un BA en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional y una maestría en Comercio y Política Pública Internacional del George Mason University.