Parte de la resaca electoral del 2006 tiene que ver con la discusión alrededor de la capacidad predictiva de las encuestas. El balance, generalizado por alguna interpretación en medios de comunicación, ha dictado clara sentencia: "las encuestas se equivocaron". Esta situación rememora, en cierto modo, la figura del niño cuando al lanzar la piedra que rompe el vidrio, esconde la mano y dice "yo no fui". Pero ¿es justa esta valoración? Anticipo que mi respuesta es negativa, pero considero más importante señalar argumentos que contribuyan a un debate informado sobre la utilidad de las encuestas en la formación del conocimiento en la sociedad contemporánea.
La primera pregunta que se impone es: ¿qué son las encuestas de opinión? La encuesta es una técnica de recolección de las opiniones de las personas acerca de temas particulares. El objetivo de hacer encuestas es producir información cuantitativa sobre fenómenos sociales. Es fundamental, por lo tanto, encontrar la forma de transformar los conceptos, abstractos y complejos, en unidades de medida ponderables con el propósito de realizar estimaciones estadísticas. De ahí se derivan dos cuestiones adicionales: ¿cómo transformar ideas en números y cómo establecer regularidades colectivas derivadas de respuestas individuales?
Para responder a la primera cuestión, se opta por la formulación de cuestionarios estructurados o semiestructurados, los cuales incluyen preguntas cuyas respuestas pueden o no ser leídas al informante. Estos cuestionarios se diferencian de la entrevista cualitativa o abierta, donde el investigador, a menudo con una guía flexible de temas para discutir, deja que el entrevistado exprese lo que piensa en sus propias palabras. En cambio, el cuestionario incluye todas las preguntas que el entrevistador debe realizar, en un orden predefinido que no es opcional. Algunas de las preguntas que se formulan son cerradas, es decir, las respuestas posibles son planteadas directamente al entrevistado.
Tres opciones. Por ejemplo, la pregunta ¿Votará usted en la próxima elección? tradicionalmente genera tres opciones de respuesta: Sí; no; no sabe. En una entrevista abierta, la respuesta de cualquier persona a la misma pregunta podría ser bastante más complicada: "Creo que sí, porque es un deber ciudadano.Pero la verdad es que estoy cansada de tanta corrupción y tanta indiferencia con las necesidades de la gente pobre como nosotros. No sé.Tal vez no". En una respuesta de este tipo, caben las tres opciones de la respuesta cerrada que se solicitan en el cuestionario de la encuesta. Por esa razón la formulación de respuestas cerradas que se puedan enumerar, es un proceso delicado que, cuando es riguroso, procura recuperar la mayor diversidad de opiniones posibles. Por eso también, los cuestionarios estructurados ocasionalmente dejan preguntas abiertas o son sometidos a pruebas de campo para establecer sesgos posibles en las preguntas u opciones de respuesta que luego pueden incluirse en preguntas cerradas de selección múltiple.
Así pues la formulación de los cuestionarios introduce mediaciones entre el pensamiento de las personas y el dato final generado que son propias del alcance del método y que no deben ser consideradas errores o fallas. Por lo general, en la discusión científica estas cuestiones suelen resolverse de dos maneras: provocando nuevos estudios cuantitativos sobre aspectos no profundizados en los estudios previos o complementando la información cuantitativa con la cualitativa. El punto es la crítica de la información obtenida, derivada del reconocimiento de las mediaciones metodológicas y técnicas que la originan. Por ejemplo, está bastante aceptado que la confianza en las instituciones es un indicador de legitimidad política. ¿Pero tenemos realmente claro lo que la gente está pensando cuando dice tener más o menos confianza respecto de Acueductos y Alcantarillados?
La segunda cuestión es, una vez establecida la opinión y convertida en valores numéricos (sí, es 1; no, es 2; no sé, es 3), entonces se procesan las respuestas y se aplican operaciones estadísticas cuyo propósito es trascender lo individual de las respuestas y obtener generalizaciones. Que una persona responda que no votará es mucho menos interesante, desde esta perspectiva, que así opinen 534 personas del total de las 1200 que se entrevistaron. Incluso es más interesante señalar, con base en esa información, que el 44,5% de los entrevistados respondió que no votará en la próxima elección.
La estadística permite establecer regularidades, pero también hacerlo probabilísticamente. ¿Qué significa esto? ¿Por qué se habla de probabilidad? Porque la ciencia estadística se sustenta en los procedimientos de muestreo para obtener resultados válidos sobre poblaciones más amplias. Cuando los médicos nos dicen que estamos anémicos no es porque nos contaron todos los glóbulos rojos, sino porque establecieron de la muestra de sangre de media jeringa que nos sacaron, sometida a no se que tratamientos previos, una determinada cantidad de glóbulos que se puede proyectar a la totalidad de nuestro flujo sanguíneo.
Análisis cuidadoso. Lo mismo ocurre con las estadísticas aplicadas a las ciencias sociales: como no es práctico entrevistar a todos los votantes, se recurre a una muestra que nos permitirá tener una idea de la opinión del conjunto de los electores, aunque solo entrevistemos 1.200 de un total de casi 2 millones de electores o 4 y medio millones de habitantes. De ahí se derivan los porcentajes de confianza y los márgenes de error que nos dirían, siguiendo con nuestro ejemplo, lo siguiente: con un grado de confianza del 95% y con un margen de error del 3%, el 44% de los entrevistados no votará en las próximas elecciones. Esto es que la disposición a no votar puede localizarse en un rango que va del 41% al 47%.
Entonces, la información derivada de las encuestas de opinión debe ser siempre analizada con extremo cuidado. Ha de evaluarse cómo se hicieron las preguntas y cómo se diseñó la muestra. Una vez obtenidos los datos, deben valorarse los rangos derivados del margen de error y, cuando hay estudios previos, las tendencias que señalan. Por otro lado, es importante tomar en cuenta el contexto con base en otras fuentes de información que cuestionan el dato. El paciente se ve y se siente enfermo, aunque los resultados de un examen particular no muestran anomalías. En ese caso no se espera que el médico "crea" en el dato del último examen, sino que realice nuevas pruebas.
El problema es que lo apropiado para el análisis científico no es útil para la formación de información mediática y mucho menos para los propósitos de la contienda política y la propaganda electoral. Nadie, en su sano juicio, arenga a sus electores diciendo: "tengo 95% de probabilidad de ganar la elección con 44%, dentro de un margen de error de más/menos 3%". Tampoco se vendería una noticia que sentencie: "Si las elecciones fueran hoy y si no pasa nada que modifique las tendencias que se han visto en los últimos meses; si las preguntas están bien formuladas y si la gente contesta lo que piensa dentro de los márgenes establecidos de confianza y error, Fulano de Tal obtendrá el 41% de las preferencias de los que están decididos a votar, que son el 23% de los entrevistados".
En suma, el problema no está en la debilidad de los métodos modernos, en lo aproximado de nuestra comprensión de lo social, en la falibilidad de los procedimientos científicos. La cuestión es de uso, de abuso y distorsión. Las encuestas no fallan porque no se supone que acierten. No son bolas de cristal, sino brújulas cuando mucho. Pueden señalar el norte magnético de la opinión pública pero no son capaces de garantizar la capacidad de lectura de quien las sostiene o la orientación de sus pasos. Ahora sabemos que, con las brújulas en mano, muchos baquianos se han perdido en la jungla de los bosques electorales.