Un sentimiento de cansancio nos inunda a muchos, ante la creciente invasión de gente inescrupulosa. Al bordecito de la ley o en ausencia de sancionadores, logran impunidad y nos vuelven la vida desagradable o hasta insoportable. Casos hay, que afectan a cada uno de los sentidos: un tanto al azar, van unos ejemplos partiendo de información reciente que me llegó.
Me comentaba, el otro día, un colega de sus luchas también respecto de esa creciente invasión del campo visual de uno: no se puede andar por una carretera sin cantidad de vallas estropeando el paisaje, aparte de volver peligroso el manejar; que todo bus, todo edificio o casi se llene de monumentales anuncios, como frente a la Iglesia en San Pedro de Montes de Oca, amén de vendedores en cada esquina. Autoridades, ¿dónde están?
Ídem, en cuanto al olfato: el que me vende papaya en la feria otra vez se queja del eterno pitillo de su vecino. Este, claro, invoca su libertad y el derecho a estropearse solito los pulmones.
Pero ¿y nosotros, los forzados fumadores pasivos? Pregunta: ¿para cuándo los diputados nos pondrán a la altura de los tratados internacionales?
Señalo también el sentido del tacto (o casi): esos usurpadores que le meten a uno “la trompita” centímetro a centímetro, ante la señalización que claramente le favorece a uno. Tenemos autoridades, pero poquitas y con poca voluntad de hincarles el diente a los problemas. Cuéntenme una cosita: ¿existe una Policía de Tránsito por aquí? Me consta que la policía de proximidad en mi sector no le pone ganas a la tarea.
Aludo también, cómo no, a la infracción constante, la afrenta cotidiana contra nuestros pobres oídos, como los otros sentidos, conectados directamente con el cerebro. Son legión los ejemplos de flagrante abuso de “vivos”, según me cuentan, en Golfito, en San José, en todas partes. En mi entorno, el asunto con frecuencia se vuelve patológico, en contra de los derechos de los que respetamos más allá de lo legal, en conciencia de que existen los demás.
Hay que luchar. Por lo anterior, de la última columna de Jacques Sagot (04/02/2010), aplaudo ese constante martillar contra la vulgarización de nuestro entorno, la “zapotización” galopante, y recién en Palmares, la degradación de “lo popular” confundido con lo vulgar y hasta grosero.
La pérdida del sentido de ciudadanía, rápidamente la capitalizan los abusivos que ya también invocan “derechos”.
Con la modorra de los justos, pronto el círculo quedará completo: demasiado cómoda, la reacción del ciudadano poco consciente, como si “no hay nada que hacer”. ¡Cómo no! Tiene razón, el amigo: “¡Qué curiosa inversión de valores, que quienes imputan estos vicios sean tildados de elitistas, y que quienes los defienden sean ungidos paladines del pueblo!”. Luchemos, pues.
Falta, don Jacques, que me le eche una manita respecto de esa degradada, amarga entrada a la sede principal de nuestra Alma Máter. Es, entre otros, también ese escándalo mucho más allá de la puerta del local, a más de una cuadra y bastante más allá del horario de reglamento de ese bar en la calle 3, en San Pedro de Montes de Oca.
Si vecinos de Pavas (La Esperanza o La Carpio) pudieron aplicar normas de convivencia, ¿por qué no en el llamado Distrito Universitario? Ante la indolencia de las autoridades (Policía, Municipalidad, Salud) la misma ley es aprovechada por los abusivos, en contra del derecho de los conscientes y respetuosos. ¡Ciudadanos!, aparte de luchar por los derechos humanos, despertemos, nosotros, humanos derechos.